AL VUELO

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El éxito, esa montaña

Por: Rogelio Guedea

La subo y la bajo, en bicicleta, todas las mañanas. Creía, al principio, que era una simple montaña y una forma de mantenerme saludable. Disfrutaba la bajada y padecía la subida, eso era todo lo que sabía. Pero un día me di cuenta de que había algo más que eso y yo no lo había entendido, aun cuando había hecho el recorrido diez, veinte, cincuenta mil veces. Lo supe aquella mañana mientras subía por la cuesta lateral de la Brockville. Es como el éxito, pensé, al ir subiendo la cuesta. Si lo quieres alcanzar de golpe, de un día para otro, con solo dar un salto, podrás llegar a la cumbre, pero al cabo de unos minutos (por el cansancio, por el agobio) desfallecerás y caerás, de súbito, hasta abajo. O, a la mitad del camino, desmayarás y ni siquiera lograrás tocar la altura. Pero si, en cambio, vas poco a poco (un pedaleo tras otro) y, además, buscas las planicies o subes en horizontal, aunque te tardes más, llegarás hasta arriba sin desvanecerte. Esto explica, pensé mientras entraba en un llano de la montaña, por qué a ciertos artistas, o actores y actrices, o incluso escritores y políticos, se les llama “estrellas fugaces” y por qué a otros se les reconoce, por sólido, su éxito. A los primeros normalmente los ayudan a subir la montaña, los segundos, en cambio, llegan –aunque cansados- por su propio pie. Los primeros caen hasta el fondo del desbarrancadero. Los segundos, en cambio, permanecen, siempre, arriba. Esa es la diferencia.
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