AL INFIERNO, SIN RETORNO

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Por José Díaz Madrigal

En el marco de los feroces combates que se dieron durante La Segunda Guerra Mundial, existieron sucesos sobre todo en el frente europeo, que se desarrollaron en escenarios laterales, menos conocidos que el desembarco aliado en Normandía. Sin embargo, no por ser tan renombrados estos episodios laterales, dejan de tener un dramático heroísmo; tanto como el famoso día “D” en el Canal de la Mancha.

Por estas fechas se cumplen 77 años de la liberación de Roma por el ejército estadounidense. Las maniobras militares para poner a Italia en libertad, habían empezado desde un año antes; primero con la invasión aliada a Sicilia, en los primeros días de julio de 1943. Esta isla italiana que es la más grande del sur de Europa, con un tamaño de cinco veces el Estado de Colima; se encontraba fuertemente resguardada por unos trescientos mil soldados la mayoría de ellos italianos. En tanto la isla era la base para controlar las rutas navales del Mediterráneo. Por eso en parte, la importancia de tener el dominio de Sicilia.

Una vez tomada la Isla de Sicilia, relativamente pronto, el siguiente paso era Italia continental. Debido a la derrota del ejército italiano, Mussolini es destituido y encarcelado; así que todo el peso de la defensa de Italia, en lo sucesivo, recayó en las experimentadas tropas alemanas. Prueba de lo aguerrido que eran los teutones en la lucha, es que en los primeros 15 días de invasión a la península por parte de los aliados, estos sufrieron más de 12 mil bajas, mientras que los alemanes la mínima cantidad de trescientas bajas.

Estando ya en el continente, en la parte sur de la bota italiana; el objetivo en turno era desplazarse al norte con rumbo a la ciudad de Roma, para liberarla de los germanos. Los aliados pensaban que no les tomaría demasiado tiempo para llegar a la capital italiana. Lo que no esperaban era la férrea resistencia del vigoroso ejército alemán, que mantuvo a raya al numeroso contingente aliado, por casi nueve meses antes de que estos llegaran a Roma. Antes de la conquista de esta metrópoli, se verificaron dos largos y cruentos enfrentamientos conocidos como la batalla de Montecassino y la batalla de Anzio.

Cerca de la ciudad portuaria de Anzio, se encuentra un pueblo llamado Cisterna; que se había convertido en un punto clave para las tropas aliadas, con el fin de despejar el viaje a Roma. El pueblo enclavado en una llanura, era defendido por nidos de ametralladoras alemanas; de tal modo que para los soldados de infantería norteamericanos, sin el apoyo de tanques de guerra, se tornaba excesivamente difícil acercarse a esta población; pero que a pesar del peligro, tenían la orden de tomarla por asalto.

En tales circunstancias y las infernales condiciones de pelea, aunado a las altísimas bajas de soldados que estaban padeciendo; hubo un pelotón de avanzada, dirigido por un carismático y joven sargento de nombre: Silvestre Antolak, este oficial realmente protegía a sus compañeros de lucha hasta el extremo. Era tal la amistad entre estos hombres, que mutuamente se cuidaban con verdadera hermandad.

Había dos posiciones de ametralladoras, sobre parapetos en que los rivales que las accionaban se ocultaban en zanjones, casi sin asomar la cabeza. A unos 180 metros, detrás de unos muros gruesos y chaparros, se encontraba Antolak con su gente. Entre los muros y las ametralladoras, se extendía un terreno pelón sin obstáculos.

No había alternativa, puesto que ya no se podía retroceder. Los enemigos mañosamente permitieron que se acercaran. Volver atrás dando la espalda eran blanco fácil para las armas contrarias.

Antolak evaluó rápidamente que estaban en un callejón sin salida y tenía a sus soldados en grave peligro, sin quererlos arriesgar les dijo: voy a silenciar esa ametralladora, esperen a que la agarre. De aquel lugar, plano como campo de fútbol, se fue corriendo en zigzag, pero exponiendo su cuerpo. Una tanda de balas lo derriba, se levanta herido del hombro derecho, sigue con la carrera; se escucha de nuevo el infierno de rugir de metrallas, una vez más lo vuelven a tumbar; se pone de pie y continúa con la carrera. Cae por tercera ocasión, se levanta de nueva cuenta con la mano derecha destrozada; sus compañeros con asombro observan como se cambia el rifle al brazo izquierdo y logra llegar hasta el nido de ametralladoras; rindiéndose de inmediato los adversarios, mientras los compañeros ya venían en camino.

Apenas habían llegado, cuando se activó el segundo nido de ametralladoras, derribando mortalmente a un soldado del grupo de Antolak, este gravemente herido sin pensarlo dos veces y sin esperar atención médica; se arroja disparando con la mano que le quedaba buena hacia las otras ametralladoras. Llevaba buen trecho recorrido, cuando una ráfaga de plomo le atinó a medio pecho. Enardecidos sus compañeros, como de rayo se lanzaron al segundo nido, neutralizandolo también. Cuando estos regresaron a ver a su valiente jefe, lo encontraron bien muerto tirado en un charco de sangre.

Días después, Roma fue liberada. Silvestre Antolak yace sepultado en el Cementerio Americano, al sur de la ciudad eterna.

“NO HAY AMOR MAS GRANDE QUE DAR LA VIDA POR SUS AMIGOS”
         Juan 15,13