UN MÁRTIR OLVIDADO

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Por José Díaz Madrigal

El 27 de agosto pasado, hace tres días, se cumplieron 93 años de la cruel y despiadada muerte del jóven Tomás de la Mora.

Este hecho sucedió, dentro del marco de la llamada Revolución Cristera.

Fue  este un movimiento de rebeldía social, contra el gobierno de aquel tiempo; encabezado por Plutarco Elías Calles -El turco-. Este presidente desde que arribó a Palacio Nacional, tenía francamente el objetivo de acabar con la Iglesia Católica. Por esa época, la de Calles, el 97% de la población en México se declaraba Católica. En la actualidad ese porcentaje ha bajado al 83%.

En el año de 1925, el primero de su Presidencia; intentó como estrategia puntera, crear la iglesia  mexicana, separándola de Roma y Calles, nombró a un obispo para que  dirigiera a su nueva iglesia. No tuvo éxito. El siguiente paso fue tratar de sobornar a los sacerdotes de cada parroquia, para que no obedecieran a los obispos de sus respectivas diócesis. Tampoco le funcionó.

En vista de que nada le salía bien, el año siguiente solicitó del congreso poderes extraordinarios; para emitir decretos a su modo (cualquier parecido al actual presidente, de la honestidad valiente, no es ninguna coincidencia) y concretamente el 2 de julio de 1926 promulgó la “Ley Calles”

Esta ley tenía por objetivo que, la Iglesia fuera controlada totalmente por el gobierno. Entre los puntos destacables era, limitar el número de sacerdotes, tener licencia municipal, estatal o federal; para ejercer el ministerio sacerdotal. Además cada estado de la república, podía agregar lo que quisiera para aumentar el control de los Católicos.

En Colima, el iracundo gobernador de aquel entonces; haciendo el papel de palafrenero de Calles, empeoró la frágil situación que había; desbarató a balazos una manifestación en su contra, disparando desde los balcones de Palacio de Gobierno, sobre el público que protestaba, pidiendo su renuncia; dejando tendidos en el Jardín Libertad, varias víctimas de ese gobernador.

Lo siguiente es un ejemplo de un aviso, que apareció en la puerta de una iglesia en julio de 1926:
Art. Primero. Todo individuo encargado de un templo, si repica las campanas, será multado con cincuenta pesos y un año de prisión.
Art. Segundo. Toda aquella persona que enseñe a rezar a sus hijos, la misma pena.
Art. Tercero. En toda aquella casa que haya imágenes religiosas, la misma pena.
Art. Cuarto. Toda aquella persona que porte insignias religiosas en su cuerpo, la misma pena.

Arrogante y prepotente, Calles les dice a un grupo de obispos que fueron a dialogar con él: Sólo tienen dos caminos, o se alinean a la ley que promulgué o toman las armas. El pueblo católico, tomó las armas.

Al principio del año de 1927, se inicia en Colima la lucha armada. Durante los primeros meses, las faldas de Los Volcanes de Colima y sus alrededores; fue refugio de los Cristeros y su campo de acción, resistiendo los ataques del gobierno federal.

Transcurría el tiempo y, el ejército Cristero se iba fortaleciendo en número de integrantes y también aumentaba la moral entre la tropa, por los combates que ganaban a los callistas. Los jefes Cristeros, habían comisionado al jóven Tomás a ser proveedor en la ciudad -claro, de manera oculta- de las necesidades de sus compañeros de lucha en el campo de batalla.

La encomienda de Tomás era: recolectar ayuda económica de la gente para sostener el movimiento, juntar ropa, medicina y municiones; que se encargaba de enviar a los distintos campamentos de Cristeros. Era está una labor muy arriesgada, pero contaba en Colima con la valiente ayuda de un grupo de mujeres que, hacían un juramento de fidelidad a Cristo Rey y; no les importaba poner en riesgo su propia vida para llevar a los guerrilleros lo que necesitaban.

Tomás mucho animaba a las intrépidas muchachas, que se las ingeniaban de distintos modos para cumplir su misión; hacían largas jornadas a pie o a lomo de caballo, disimulando bajo sus vestidos las balas que llevaban atadas a su cuerpo.

Los militares empezaron a sospechar de Tomás, discretamente lo fueron acorralando; descubrieron una carta escrita por él, para uno de los jefes Cristeros. El sábado 27 de agosto de 1927, fue aprehendido en su propia casa. Cuando entraron los soldados a su domicilio les dijo: si buscan a Tomás de la Mora, yo soy, mi padre es inocente, yo soy el activista.

Volteó la vista a donde estaba su madre, diciendo: mamá, me van a matar. La madre viendo que se llevaban a su hijo, se angustió, pero Tomás con entereza y seguridad le dijo: no te aflijas mamá, dame tu bendición, si no regreso. . . Nos vemos en el cielo.

Lo condujeron a la presencia del general Flores, encargado de la plaza; que se distinguía por su crueldad. Tienes tú correspondencia con los Católicos que están levantados en armas, aquí tienes una carta; letra y firma son tuyos. Es mía dice Tomás, sin vacilar al reconocer su letra.

El general Flores, lo intimida para que denuncie a los comprometidos que están en la ciudad y a los familiares de los que están en el frente de guerra; a cambio ofrece perdonarle la vida y dejarlo en libertad. General -contestó Tomás- se equivoca usted conmigo: yo no soy un rajón, yo soy un hombre de profunda lealtad a Cristo Jesús y a los que luchan por Él; entiéndalo bien, yo no niego a Cristo y con gusto muero por Él.

Tan contundente respuesta, desconcertó al general; ordenó luego que le dieran una “calentada”. Los esbirros golpearon salvajemente a Tomás. Rato después, con la cara amoratada y descompuesta por la golpiza; lo presentan de nueva cuenta al general, este pensó que el tormento lo había doblegado.

Volvió a preguntar el general: ¿quienes son las personas que te ayudan? Dímelo, no pierdas tiempo y te dejo libre. El jóven Tomás con apenas 18 años, le contesta con varonil acento: quien no debe perder el tiempo es usted general. Ya le dije que no diré nada. Estoy dispuesto a sufrir la muerte, antes que ser un traidor a la causa de los que luchan por Cristo.

Haciendo una gran rabieta, el general ordenó: ahorquen al muchacho, esta misma noche. Está bien general -responde Tomás- solamente concédame un momento para prepararme a morir y que yo escoja el lugar de mi ejecución.

Lo sacaron del cuartel, donde hoy es la primaria Torres Quintero; caminando lo conducen a la Calzada Galván, lo colgaron de un sauce. Toda la noche permaneció suspendido del árbol. El alba del domingo, llegó al encuentro del cuerpo inerte de Tomás; un suave soplo de viento lo balanceaba. El cadáver de aquel valeroso mártir fue recogido, por sus adoloridos padres.

Una inmensa romería, desfiló por la casa de Tomás de la Mora; para contemplar los despojos del joven que, nunca negó al Redentor y sacrificó su vida por Cristo Jesús.

Y al que me niegue ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los cielos. Mateo 10:33