UN GOBERNADOR FALLIDO

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Por José Díaz Madrigal

Fue en el viejo aeropuerto Jorge Llerenas al sur de la ciudad, donde arribó el recién destapado candidato a gobernador de Colima, profesor Antonio Barbosa. Previamente la noticia de su llegada, se había difundido por la radio y periódicos locales; de este modo una multitud de gente, la mayor parte chiquillos en bicicleta de diferentes barriadas, acudimos nomás de argüenderos, así como de cotorreo y diversión, a recibir al candidato.

En aquel tiempo, no había absolutamente nada de control para que las personas ingresaran a la pista asfaltada del aeropuerto; de tal manera que cuando aterrizó el pequeño jet ejecutivo que traía a don Antonio, toda la muchachadilla antes de que se detuviera el avión, ya lo estábamos rodeando. Abrió la puerta y se deslizó una escalerilla. Apareció el candidato con semblante más serio que risueño, era alto de pelo lacio y canoso; cara de tez morena enmarcada con grandes lentes oscuros. Desde ahí,  de arriba de la escalinata, con voz  grabe sin micrófono; se aventó el discurso de agradecimiento, dirijido básicamente casi a puro chiquillo que estábamos en primera fila.

Pasadas las breves palabras de obligación, se acercó la comitiva encargada de darle la bienvenida, dirigiéndose de inmediato a la bonita sala que tenía ese aeropuerto. La consigna del piloto del jet, era dejar al candidato y después regresar a la ciudad de México. Mientras este ingresaba a la sala de espera, el jet se preparaba para el despegue; había tal descontrol, que los chiquillos que estábamos detrás de la turbina del avión, cuando estas aceleraron, sentíamos que casi nos tumbaba como monos de cartón.

Don Antonio fue de aquellos personajes de los que se arriman al nopal cuando tiene tunas. Desde muy joven salió de Colima para trabajar en diferentes partes de la república. Fue de los primeros maestros colimotes que hicieron punta para radicarse en Baja California, por los buenos sueldos que allá se pagaban. Paso a paso subió en la escala magisterial, hasta llegar ser oficial mayor de la SEP en tiempos de Luis Echeverría.

Cuando más o menos faltaba un año para que terminara el periodo de Pablo Silva como gobernador del estado, Echeverría lo mandó llamar a Los Pinos, con el objetivo de que diera su opinión sobre los nombres que se barajaban  para su relevo. Cuenta don Pablo: la lista la traía en la mano el presidente y eran un montón de precandidatos, entre ellos estaban los nombres de; Roberto Pizano, Daniel Moreno, Ricardo Romero, José Rivas, Alberto Larios, Melitón De la Mora, Ramiro Santana, Arturo Noriega y Antonio Barbosa. Echeverría los conocía a todos, uno a uno los fue descartando hasta que llegó al nombre del profesor Barbosa  -¿Que le parece este, gobernador?- creo que es el adecuado señor presidente, -bueno a trabajar-. Así fue como se dió la candidatura de don Antonio.

Por aquellas fechas, el profesor Barbosa era un hombre de 65 años. Este era de carácter reservado, casi huraño en su trato personal; pero constante y trabajador en lo que hacía. Entre sus más cercanos colaboradores, se sabía que estaba enfermo, al parecer de un trastorno renal, que lo mantenía en desasosiego.

Desarrolló su campaña política sin problema alguno con la población, que no dudó la gran mayoría, en apoyarlo con franqueza. De acuerdo a la moda que se estilaba netamente echeverriana, fueron sus discursos en el sentido de atacar a la inversión extranjera; que en realidad eran bien pocos en el estado, sin embargo para no desentonar con el ejecutivo federal, usó la misma temática y, pegaba, pues exaltaba un nacionalismo las más de las veces dañino para la economía, pero eso le gustaba al pueblo.

A la hora de los comicios, fue favorecido arrolladoramente por el voto popular, resultando electo Gobernador del Estado. En las semanas consecutivas luego de la victoria, se encargó de seleccionar cuidadosamente a quienes iban a trabajar con él en los puestos importantes, así, había un grupo que no llegaba a diez personas que se convirtieron en sus colaboradores más cercanos. Ellos se daban cuenta de altibajos que tenía el profesor, de su estado de ánimo; derivado según se supo de dolencias físicas y la incapacidad para conciliar el sueño, notando también, que por tanto no dormir; se le veía el rostro triste, cansado y ojerudo.

Faltando 43 días para tomar posesión de su cargo, citó a la casa donde vivía provisionalmente, Calzada Galván y Madero; mero enfrente de la casa del Chino Moreno, a algunos de los próximos funcionarios que se iban a integrar a su gobierno. Intercambiaron puntos de vista sobre diversos asuntos, una vez concluida la reunión, se despidió de abrazo -cosa rara en él- de cada uno de ellos; quedándose con él solo el secretario particular y el medico de cabecera, instantes después les dió las buenas noches y se retiró a su habitación al filo de las diez de la noche.

Pasado unos minutos se escuchó un disparo, rápidamente el secretario y el galeno que estaban platicando en la sala, abrieron la puerta, encontraron al profesor Barbosa con una leve convulsión pero muerto, tenía la cara desencajada; a lado de la almohada estaba la pistola asesina y la cápsula detonada. Se disparó en la sien derecha.

El reloj marcaba las diez y cuarto, de aquella fatídica noche, del 18 de septiembre de 1973.