TONALTEPETL

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Por: Gustavo L. Solórzano

“Si tienes una madre todavía, da gracias al Señor que te ama tanto, que no todo mortal contar podría, dicha tan grande ni placer tan santo”. Fragmento: psi. Heinrich Neumann.

Era una mañana del mes de mayo, de esas limpias, de cielo claro y con el calor propio de nuestra tierra abrazando nuestros cuerpos. Mi abuela y mi madre dirigían la expedición rumbo a las huertas de mango ubicadas por donde ahora está el zoológico. La calle Degollado era de terracería y el majestuoso rio Colima se deslizaba caudaloso hacia su destino, el mar.

Con la alegría propia de la infancia, mis hermanas y yo, íbamos con cubetas y bolsas a fin de traerlas  llenas de mangos; fruta deliciosa de la temporada que disfrutábamos a mano limpia. El costo por ingresar a la huerta en turno era accesible, eso nos daba la libertad de comer hasta decir basta.

Bajo la fronda de los árboles, diversas variedades de aves entonaban sus trinos; fue entonces cuando el verde casi fosforescente de una culebra ratera llamó el asombro a nuestros rostros. Dormía enrollada en una delgada rama y un ligero bulto resaltaba a mitad de su elongado cuerpo.

Después de una caminata llegamos a nuestro destino, los añejos arboles nos regalaban su fruto y su fresca sombra, la mañana transcurrió casi sin sentir y nuestro viaje se vio premiado con la deliciosa pulpa saboreada. La caricia del viento hacia cantar al follaje de los árboles y a lo lejos un sorpresivo rayo cimbró la tierra, repuestos del susto escuchamos a mi madre decir, “son los truenos de mayo”.

Como por arte de magia el cielo, que  se había nublado, presagiaba tormenta y mi abuela nos urgió para regresar a casa.

La comitiva familiar llegó a casa y justo cuando el último pie ingresó a nuestro dulce hogar, se soltó un aguacero diluviano. Mientras llovía, mi abuela y mi madre cocinaban frijoles refritos y doraban bolillos que habían sobrado de otro día, mismos que acompañados por un delicioso chocolate en agua, ayudaban para atenuar el susto que nos causaban los truenos de mayo.  Así llovía en Colima, a cantaros; se limpiaba los techos, las calles y los cerros. Todo, pasada la tormenta, parecía como mueble recién lavado, limpio y reluciente, con olor a tierra, bendita tierra mojada.

El tiempo pasó y se perdieron muchas cosas, la modernidad trajo bondades para los humanos  y desgracias para el medio ambiente, en consecuencia para la vida. Hoy con las verdades a medias que nos han contado y que nos mantienen recluidos en nuestros hogares, puedo resaltar que la tierra se ha visto beneficiada. Hace unos días, después de años perdidos en mi cuenta del tiempo,  volvieron los truenos de mayo, la lluvia,  el canto de las aves, incluso,  se escucha distinto. Es bueno quedarse en casa.

ABUELITAS:

Más allá de la incertidumbre, la ignorancia, la mofa y la mentira, la unidad de la familia colimense sigue a prueba. Es necesario redoblar esfuerzos en torno a nuestras autoridades para seguir frenando lo conocido y evitar con ello llegar a lo desconocido. El cuidado de nuestra salud empieza en casa, hagámoslo por nosotros y quienes vienen detrás de nosotros. Seamos prudentes, diligentes, sencillos y solidarios con quien nos necesita.

TRUENOS DE MAYO:

En honor al nacimiento de Jean Henry Dunant, fundador de la Cruz Roja. El ocho de mayo se celebró el día internacional de la Cruz Roja y la Media Luna Roja. Desde estas líneas envío un saludo para todo el personal de la benemérita institución que en el día a día, sirve a nuestra sociedad poniendo incluso, en riesgo su propia vida. Es indudable que todos nos necesitamos, es cuanto.