TONALTEPETL

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Por: Gustavo L. Solórzano

La central camionera se encontraba ubicada en donde hoy está el auditorio Miguel de la Madrid y el mercado Constitución se encontraba por la calle Abasolo, arropado por laminas negras de cartón. En el templo de María Auxiliadora mi padre “quemaba” los juegos pirotécnicos en honor a la virgen y en la Arena Victoria, el Gallo Tapado se lanzaba en vuelo limpio por encima de las cuerdas para agradar a su público. En Colima se vivía en paz y no se hablaba de funcionarios que se hubieran enriquecido de manera ilícita y menos que estos estuvieran involucrados en severas faltas, traicionando así la confianza de la sociedad. 

Mi prima Gloria y mi primo Raúl, su esposo, vivían en Guadalajara y de cuando en vez venían a Colima para visitar a mi familia encabezada por mi abuela Lupita, quien representaba al último eslabón de la vieja generación. Conocedora de lo generoso que era mi primo y a fin de evitar lo que ella consideraba algún abuso de confianza cuando nos invitaban a cenar, ellos eran muchos y nosotros también, mi madre nos advertía: “solamente pediremos un platillo”.

Yo tenía seis años, como todos los niños de mi edad y época, disfrutábamos los ricos antojitos que por aquel entonces ofrecían Doña Mela, Doña María la de las Palapas, Doña Chuy, Minga, etc. De tal manera pues, que se me arrugaba la cara ante el límite impuesto por mi madre y la mejor opción era escoger unos sopitos acompañados por un refresco de medio litro que se llamaba Titán.

Por la calle José Antonio Díaz, aquella cuyo puente fue dañado por el Huracán Patricia en el 2016 y que costó 5, 986 295.00 repararlo. O sea,  media cuadra antes de llegar a la Degollado, estaba Doña Chuy, una señora de cabellos casi blancos y de figura ligeramente encorvada, profundas ojeras y ojos negros. Con un sazón sobresaliente, preparaba deliciosas enchiladas, sopitos, sopes gordos y tostadas; cuerito, trompa, pata y oreja, eran entre otros, los ingredientes seleccionados por los comensales. Cocinados de manera exquisita con manteca de cerdo, aquella que nos prohibieron engañosamente  dizque porque era dañina y a cambio nos impusieron el aceite sabrá Dios de que. Bueno, resulta que ahí, para asistir a Doña Chuy estaba Aurelia su hija y a la que cariñosamente todos llamaban Güella.

Güella era bajita, delgada y siempre sonriente, literalmente corría de un lado a otro atendiendo las indicaciones de su madre y a la vez, las peticiones de los clientes. Una particularidad muy especial que tenía Doña Chuy, es que abría a las diez y media u once, a veces  un poquito más tarde. El portón desvencijado de madera y lleno de ranuras, se abría con notorio ruido, sobre todo por la aldaba que le daba seguridad desde el interior. Mientras eso sucedía, afuera la gente hacía fila y cuidaba celosamente su espacio para, llegado el momento, hacer valer su turno.

Cuando Doña Chuy faltó, pasaron muchos años para que Güella se animara a reabrir, por así decirlo, el negocio cuya sazón heredó y que orgullosamente la distinguía. Hace unos días me enteré que Güella cumplió su ciclo y se ha reunido, seguramente  con Doña Chuy. Descanse en paz Aurelia Saucedo, sirvan estas modestas líneas como un homenaje para ella.

ABUELITAS:

Cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar, reza el viejo refrán. Tremendo sismo de 7.5 sacudió la tierra peruana; ausencia de energía eléctrica, una persona fallecida heridos y pérdidas significativas es lo que ha quedado después del sacudión. Oremos por la desgracia de nuestros hermanos peruanos. Es cuánto.