TAREA PÚBLICA

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CRÍMENES CONTRA SACERDOTES

Por: Carlos Orozco Galeana

Si octubre del año pasado nos sacudió con la desaparición y ejecución de una cincuentena de personas jóvenes en Ayotzinapa, Guerrero, estudiantes normalistas la mayoría aunque infiltrados por un bando criminal, diciembre pasado registró un hecho abominable más: el del asesinato vil del Padre Gregorio López, que servía en la Diócesis de Guerrero.

El fue sustraído de sus oficinas del templo, que le servía de  casa, por criminales de la más baja ralea y luego ejecutado con  un balazo en la nuca. ¡Cuánta saña, Dios mío! Semanas atrás, fue muerto otro sacerdote misionero  que servía a la iglesia católica en Chilapa, Guerrero, cuyo país de origen era  Uganda  y que escogió para vivir,  por las necesidades espirituales que percibió,   en esa zona de muerte que es todo el estado de Guerrero donde la vida no  vale nada y la política gubernamental-partidista es un cochinero.

El Padre Gregorio, por diferentes vías, ejercía un liderazgo eclesial y mantenía un  discurso crítico  contra la ola de violencia y muerte fomentada  por criminales, pero  fue más allá  de él y los denunció ante las autoridades, lo que valió la respuesta fatal que le privó de la vida.

Tal vez como fue diciembre cuando ocurrió su ejecución, mes de paz, no hubo grandes protestas por el hecho. Debió haberse originado un repudio general, nacional,   por la eliminación de ese servidor de Dios y de otras tres más ocurridas últimamente en pueblos de  Michoacán, que colindan con aquél estado del sur.

Nuestro país es un desastre. El Estado suma un fracaso tras otro en términos de la aplicación de justicia y apuesta al olvido. Alejandro González Iñarritu, el cineasta,  dice que el Estado mismo es la corrupción. El número de muertos por ejecución se mantiene alto. No importan los buenos oficios en la política y cada quien, en este ámbito, jala por su cuenta aprovechando para sí las circunstancias que le ofrece.  La justicia se vende al mejor postor. El poder se usa para beneficiar a las élites ambiciosas y el andamiaje del Estado se toma como patrimonio de unos cuantos que mal gobiernan. El puro caos.

A nadie le importa que nuestra educación esté en declive,  que los valores morales se desconozcan y  se desprecien; que nuestra democracia sirva solo para validar lo que ya está ordenado y para encumbrar a gente que luego traiciona a la sociedad con su soberbia y sus conductas ilícitas. En todo México, funcionarios venales  usan el poder para   hincharse los bolsillos  de lana  sin haber cumplido satisfactoriamente sus encargos. Joden aquí y allá  y no pasa nada. México es la selva misma. Las cárceles que hay no bastan.

Volviendo al tema, cierto es que el ambiente percudido no dispara las armas de los asesinos, pero sí promueve condiciones que favorecen la criminalidad. Donde se descompensa o desintegra  una familia, se localiza frecuentemente el sitio  donde   se origina una conducta irregular que daña a las comunidades.

Al  gobierno no le importa la desgracia que se vive y sus  intentos  para generar  respuestas efectivas, son pasos de tortuga. No hay afán por proteger y recuperar la estabilidad de las familias en las que   se genera lo bueno y lo malo que tenemos. Han de aplicarse políticas para rehacer lo deshecho. Inversión pública bastante, atención a jóvenes, mejoras educativas y productivas, economía justa, recuperación de la población vulnerable para que se sume de algún modo a la productividad,  anulación del sindicalismo mafioso que es un cáncer, trabajo remunerado, democracia auténtica, una moral nueva  y otros pasos más necesarios para recuperar el rumbo es lo que se requiere.

Repudio y exigencia de justicia por la eliminación de sacerdotes que solo pidieron  respeto para sus comunidades es lo que prosigue. Son mártires. Procurar servicios de inteligencia, de investigación de primera clase para que reciban castigo sus agresores, donde sea que ocurran sus crímenes, es lo menos que puede hacerse ahora.  Y que no se apueste al olvido.