TAREA PÚBLICA

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LA FAMILIA, LA ESPERANZA

Por: Carlos Orozco Galeana

Parece trabalenguas, pero esta expresión encierra una gran verdad: no hay sociedad equilibrada sin personas verdaderamente equilibradas, no hay personas verdaderamente equilibradas con familias desequilibradas.

Es en la familia, en efecto,  donde se aprenden  las actitudes con las que se funciona en la sociedad. Si en las familias no se  instruyen probidades como el respeto, la responsabilidad, el amor, la entrega, la paciencia, etc., difícilmente se darán usos  correctos. Se piensa que en la escuela modelarán la conducta de los hijos o que ya de adultos  aprenderán  formas de comunicación, pero la verdad es que aquella institución les dará solo ideas e informaciones.

A veces hay extrañeza por tener gobernantes amorales y la gente se pregunta cómo ha ocurrido esto, por qué se entrega el mando político, los bienes comunitarios, el poder,  a personas desequilibradas. Esto ha ocurrido  por la ausencia de una cultura democrática y del deber; ha influido, en tal desaseo,  lo que dicen los medios, lo que implica  la fama buena o mala de algunos, las campañas publicitarias atinadas,  aunque al final se opta por los dirigentes menos malos de entre lo que hay. No hay garantía de que no pueda haber  equívocos.

Muchos  malos gobernantes o representantes populares devienen de familias deshechas, donde el padre o la madre se desentendieron  de ellos; les dieron muchas cosas: alimentos, vestido y escuela, dinero, bienes materiales,  menos valores morales; por ignorancia, comodidad  o desidia, se quedaron quietos, ciegos, sordos   y mudos  cuando hijos e hijas se desviaron del camino bueno,  de sus responsabilidades, de su  religión,  y el entorno terminó  absorbiéndolos.

Para los católicos, Dios hizo al hombre y a la mujer para que crecieran y se multiplicaran. Jesucristo nació en una familia en la que el valor fundamental fue el amor, además de la unidad. Tras su crucifixión, su Madre María  cohesionó a los discípulos haciendo  cabeza en la Iglesia recién nacida. La familia de Jesús descuella por la atmósfera de amor que la rodeó en todo momento por lo que debe ser ejemplo no solo para los cristianos, sino para la humanidad.

La destrucción de las familias es igual a muerte anticipada de los valores fundamentales sustento de la comunidad, que a su vez produce esa muerte, y es por ello que las personas que proceden de familias desequilibradas,  no tienen confianza en su valor. Por eso hay más gente aceptando las “familias alternativas”, generando con  ello un círculo poco agradable o difícil de entender.

Las políticas gubernamentales deben perfilar la fortaleza de las familias: la inversión pública no debe circunscribirse solo a la infraestructura básica y hacia la que genera votos para ganar elecciones. Tener familias fuertes facilita la aplicación de programas a los gobiernos, porque hay cooperación y  recuperación del núcleo familiar en su conjunto.

En el  fragor  de las pugnas entre los partidarios de la familia tradicional, que son mayoría según encuestas, y quienes simpatizan con las uniones homosexuales, considérese que  la fortaleza del país no se dará mientras esté ausente  una política igualitaria que fortalezca a las familias, base del entramado estructural de nuestro país. Si se vigorizan, como es necesario, y se logra un acuerdo justo dando a cada parte lo que le corresponde, México podrá asegurar la armonía. Debe valorarse no solo el hecho en sí de las uniones entre personas, o de la felicidad que procuran, sino  los efectos en la sociedad.          ,