REPÚBLICA DEL ODIO (La apuesta, dividir más a México)

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TAREA PÚBLICA

Por: Carlos Orozco Galeana.

No bien terminó el ejercicio electoral de la revocación de mandato, el partido gobernante, Morena, volvió por sus fueros en materia de intolerancia. Se soltaron los caníbales, los que comen prójimo, se procedió a dejar testimonios incoherentes de odio solo porque un grupo de representantes populares emitió su voto contra una propuesta presidencial. Si bien Amlo estuvo en su derecho de intentar una reforma a la ley eléctrica, los diputados también lo tuvieron para oponerse a su planteamiento. No hay nado criminal ahí, solo ejercicio de derechos y deberes.

Nuestro paisano, el colimote Mario Delgado, es quien atiza más el fogón de la intolerancia. Sigue por todo el país linchando en medios a diputados electos democráticamente. Si estuviera en sus manos, los quemaría vivos con leña verde. Esa campaña de ejecución política sumaria contra sus adversarios ideológicos no tiene reposo, se observa que cumple un cometido ordenado desde más arriba con la lógica del divide y vencerás: nosotros los buenos; los adversarios, los malos.

Extraña tal conducta en un hombre formado en universidades prestigiadas del país y el extranjero donde se enseña la práctica de las libertades y a pensar, donde se trasmiten conocimientos de profundidad sobre los procesos político-sociales y se preparan personas que están llamadas a desempeñar tareas de alto nivel sea en los gobiernos o en la iniciativa privada. Pero ya vemos, con su triste ejemplo, que estudiar en el extranjero no te hace mejor persona ni te otorga credibilidad solo por los diplomas que se consiguen. Es más, yo conocí a varios políticos con formación en el extranjero que optaron desde jóvenes por el dinero, no estudiaron para servir a su país sino para servirse a sí mismos. Dan pena ajena.

Mario se exhibe no como un líder moral, creíble, convincente, sino como un cavernícola de la política. Pasó de noche el estudio de los clásicos de la ciencia política. Piensa que así se congratula con sus jefes de más arriba y que ese es el camino para obtener a futuro otras posiciones más elevadas. Está por la meritocracia. Por lo pronto, nadie le discute el número uno en intolerancia y en soberbia.

Reitero: a nuestro paisano no le enseñaron a respetar las ideas ajenas. Sigue mostrando una gran habilidad para conflictuarse y para, de paso, complicarle el paso a su partido a futuro aunque ahora se auguren palizas a la oposición, pues los mexicanos, entre los que me cuento, apostamos por la pluralidad y el ejercicio pleno de derechos de las personas al margen del partido que sea. Las ideologías, por muy benéficas o perturbadoras que pudieran resultar, no deben impedir el humanismo necesario en las prácticas políticas. Son estructuras de pensamiento que tratan de conocer la realidad y modificarla con un sentido explícito: el mejoramiento de la raza humana.

México presencia un juego malévolo desde el poder que presagia la continuidad de esfuerzos en pro de la división de los mexicanos: los que están con el presidente y los que no lo están. De ese tamaño es la aventura de cara a comicios venideros. Morena, un partido que no es partido pero que a su alrededor aglutina por ahora unos 15 millones de votantes según el ejercicio reciente de revocación de mandato, está siendo desvalijado paulatinamente de su poderío electoral. Los datos apuntan a una disminución de aceptación social que pudiera confirmarse en los comicios siguientes de este año, aunque Morena podría hacerse con al menos la mitad de la gubernaturas en juego. Su mal juego partidista, ha pegado ya en la disminución de preferencias de algunas de sus figuras importantes de cara al 2024.

Se está imponiendo así la certidumbre de que vivimos en una república del odio, no del humanismo creativo y constructivo vital para la realización humana con todo y sus consecuencias positivas. Transitamos por un camino no en búsqueda de la paz, de la armonía, de la verdad, sino que nos regodeamos creando conflictos donde no debería haberlos y renunciamos a conducirnos con lealtad conforme a principios de conducta fundamentales para la convivencia civilizada. La política debe unirnos, no dividirnos.

No puede fincarse una sociedad de la igualdad cuando se renuncia al respeto al otro y a las diferencias que puedan haber o surgir ante determinada situación. Nuestro presidente se enchila cada vez que alguien lo critica y se lanza con todo y su poder a descalificar a quien osa contradecirlo. Lejos está de ser un político moderno, de un estadista capaz de contribuir al fortalecimiento de nuestra democracia y lejos, muy lejos, de afrontar las dificultades propias de la dirección de un país con una sociedad unida. ¿Quiénes desean contribuir al fortalecimiento democrático cuando reciben una agresión en cada mañanera?

La cooperación social va menguando a medida que los ciudadanos se ven señalados en el tribunal que es aquel triste episodio, sin opción a puntualizar nada a favor o a reclamar en algún medio informativo con similar profundidad a la del emisor principal. No puede haber confrontación de ideas cuando el control político-informativo es evidente. Anteayer compartí en la red Facebook este pensamiento: cuando un presidente habla diariamente y es la única estrella en el firmamento, es que las cosas en ese país andan muy mal.

Y si, andan muy mal. . .