¿Quién te lo dijo?

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Sucesión

Por: Francisco Pérez Medina

¨El primer priista decide quién le sucede en el cargo¨, ésa era la regla no escrita de nuestro sistema político en los tiempos en que el PRI era el partido hegemónico. Y ése no era otro que el Presidente de la República. Cuando perdió por primera ocasión la elección para presidente -luego del año 2000- quienes tomaron la responsabilidad, al ser, ahora ellos, quienes ostentaban el máximo cargo, fueron los Gobernadores.

Pues bien, el PRI recuperó la presidencia en el 2012 y, de nueva cuenta, algunos consideraron que debía recuperarse esa potestad. La historia reciente, nos señala dos lecturas del resultado de esa interpretación en la elección inmediata posterior -la del 2018-: un rotundo éxito de la oposición y de la democracia; mientras, por el otro, un rotundo fracaso la imposición de un candidato que representaba la continuidad de un proyecto alejado de las bases -y de la ciudadanía-. El mensaje de los priístas fue: no más dedazos; el de los ciudadanos -la mayoría necesaria para ganar la elección- fue: no más PRI.

Vayamos con los primeros. La oposición centró sus baterías en un discurso contra las reformas, señalando todos los errores, y el que mayor éxito les traería: contra la corrupción. Estuvieron un día sí, y el otro también, que eran mejores, que su propuesta era distinta y que, de ganar, ellos serían infalibles, buenos, cercanos al pueblo, que jamás mentirían, no traicionarían y, claro, no robarían. Eso ofrecieron. Hoy nos damos cuenta de que sí mienten -todos los días, al menos cinco veces en la mañanera, de acuerdo con los estudios de Spin Taller de Comunicación Política-, también traicionan -el mejor ejemplo local: la fracción parlamentaria de Morena-, y, por supuesto, sí roban -la confianza depositada de ciudadanos deseosos de un mejor gobierno-.

Respecto a los segundos, aplazar la designación del sucesor, fue definitiva para perder la elección, pues mientras la oposición y la inconformidad crecían, el partido en el poder, perdía rumbo y discurso, con una caída estrepitosa en la aceptación de la ciudadanía por un estilo de gobernar distante y ausente. Tal pareciera que no querían que nadie ensombreciera al presidente, sólo él debía figurar, no dejó crecer cuadros, y los que había, los fueron relegando por cercanos colaboradores que en poco ayudaron la causa: con un alto grado de insensibilidad, sin compromiso con el ciudadano, carentes de oficio político, nula carrera partidista -ésa que permite conocer las necesidades de la gente, los liderazgos de las colonias, el mecanismo de gestión, el funcionamiento del sistema- y sin resultados positivos; quienes arribaron (sin experiencia en el quehacer público) se subieron a un ladrillo, sólo visualizaron como obtener fortuna,  buscando un beneficio personal para ellos y sus cercanos.

Todavía no logran armar un discurso, una oferta ideológica, y, sobre todo, algo que no tienen en su ADN: ser oposición.  Es su principal virtud -la institucionalidad- la que no les permite adaptarse al sitio que les dieron los electores en el proceso electoral; ojalá pronto lo asimilen.

Al final, el “primer priísta”, perdió. Bueno, eso es lo que dice que el candidato de su partido no haya ganado. Aunque, por el trato preferencial y hasta condescendiente que ha tenido el presidente -emanado de otro partido-, sugiere que, en realidad, ganó. Tal vez fue su estrategia desde un principio para lograr una negociación: hacer todo lo necesario para que la oposición ganara las elecciones.

Pues bien, amable lector, esto sucedió a nivel nacional. Esto fue lo que aconteció. Por último, ya pa´ despedirme ¿usted compraría un boleto de rifa de un avión que no podrá usar -por sus costos- y tampoco -sigue arrendado-  podrá vender?