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Michoacán, Mich.- La escena es casi surrealista. En una de las comunidades más marginadas de Pátzcuaro, un grupo de personas de rostros curtidos por el sol y el frío reciben a la presidenta del DIF municipal, Andrea Rodríguez Rodríguez. Ella, impecable, se abre paso con un abrigo digno de una pasarelas. Las cámaras la siguen, registrando cada momento de su “gesto humanitario”.
Las redes oficiales del Ayuntamiento lo presentan como un acto de compromiso social. “Entregamos cobijas a quienes más lo necesitan”, dice la funcionaria con una sonrisa perfecta. Sin embargo, la imagen cuenta otra historia: mientras la funcionaria posa con su elegante atuendo, las personas a su alrededor visten ropa gastada, muchas veces insuficiente para combatir las bajas temperaturas. La brecha entre la benefactora y los beneficiados es tan evidente que indigna.
Su esposo, el alcalde Julio Arreola Vázquez, insiste en que su gobierno es honesto, transparente y cercano a la gente. Pero, ¿cómo creer en la austeridad que pregona cuando su esposa aparece en cada recorrido como si asistiera a una gala? Mientras 55,579 personas en Pátzcuaro viven en situación de pobreza y más de 31,000 en pobreza extrema, la presidenta del DIF brilla entre ellos con atuendos que podrían costear varias despensas.
Las imágenes publicadas en redes sociales parecen más un álbum de autopromoción que un acto de empatía. La gente, con miradas de agradecimiento, no sabe que su imagen servirá como telón de fondo para el siguiente post sobre “compromiso social”. No hay contacto real, no hay cercanía, solo una pasarela de caridad donde la única que deslumbra es la benefactora.
Las críticas en redes sociales no se hicieron esperar. “Pasamos de los políticos que usaban huipiles para aparentar cercanía con el pueblo a los que lo convierten en accesorio para sus fotos de Instagram”, escribió un usuario en X. Y es que en cada recorrido, en cada evento, la presidenta del DIF parece estar en una pasarela.
Mientras la alcaldía insiste en su discurso de sensibilidad y apoyo a los sectores más vulnerables, en las calles de Pátzcuaro la gente sigue esperando algo más que fotos y promesas. Porque, aunque las cámaras se apaguen y las publicaciones en redes acumulen “me gusta”, el frío, el hambre y la pobreza siguen ahí. Y eso no se cubre con un abrigo caro ni con palabras bien ensayadas.