Morisqueta

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    Pero en eso precisamente es donde uno ve que radica el problema, porque traducido el término “chelódromo”, sería el lugar donde corren las chelas.

    Pero como el contenido de las mismas es un líquido, estaríamos diciendo asimismo “el lugar por donde fluyen, manan, chorrean o se escurren las chelas”. Y esa es la verdadera bronca, porque cuando las chelas fluyen, la gente de embriaga, emborracha, “embeoda”, “empeda” y “apendeja”, provocando pleitos, accidentes, sexo libre, enfermedades venéreas y otros daños colaterales que (si los borrachos tienen la buena suerte de volver a despertar) suelen presentarse en la mañana siguiente, con la consabida cruda o resaca. Todo ello antes de hablar de esa enfermedad,  tan desparramada hoy, y que tantos malestares y gastos sociales y familiares provoca, que conocemos como alcoholismo.

    Poner, pues, (o autorizar e instalar) un chelódromo, es otra aberración, pero en este caso administrativa, dado que muchos jóvenes allí, de los inconscientes que hay, al saberse libres y con conductor designado, no le pondrán medida a sus tragos, dejarán que las chelas fluyan a torrentes por sus gargantas o, como también el término lo sugiere, se pondrán a jugar carreras para ver quien bebe más y gana el trofeo del “mejor bebedor”, o del “más pedo del chelódromo”.
    Pese a todo lo aquí expuesto, no pretendo insinuar que no debamos hacer nada al respecto, porque coincido con las afirmaciones de la presidenta villana en el sentido de que el consumo de alcohol y “chelas” es una realidad, y que difícilmente podrá ser detenido.

    Sabemos asimismo que, como la señora presidenta afirma, ese consumo se verifica incluso “de manera clandestina y todos los fines de semana (los jóvenes) andan huyendo de las patrullas”, porque se les persigue por eso.

    Pero si tal es la realidad ¿por qué los persiguen? ¿Quién autoriza a los policías para perseguirlos y a honras de qué?

    Vaya, si el sólo hecho de beber no es un delito, y ni siquiera lo es el hecho de emborracharse, lo que se tiene que hacer entonces, no es propiciar un “chelódromo” (porque creemos que ya hay uno en cada bar, cantina o botaneros legalmente autorizados), sino aplicar los reglamentos que para el efecto existen, llámense de tránsito o de la venta de bebidas alcohólicas, y generar una campaña de conscientización en todos los medios para que la gente no se exceda al beber y para que no maneje en estado de embriaguez.

    La presidenta afirma que la bebida se consume clandestinamente. ¿Pero qué no se vende de manera igual? – A los bebedores incluso clandestinos no los pueden castigar porque no hay ninguna ley que le impida a nadie emborracharse. Pero a los vendedores clandestinos sí se les puede castigar, porque ellos sí están violando leyes y reglamentos. ¿Por qué no se les obliga a ellos a cumplirlos, o se les sanciona por no hacerlo? O ¿nos van a decir que los patrulleros no saben en dónde se vende incluso a deshoras y sin permiso oficial?

    Dentro de estos problemas hay dos o tres factores que muy pocos o nadie han querido mencionar: el primero se constituye por la responsabilidad de los padres de familia y el segundo por la responsabilidad de cada uno de los individuos involucrados, comenzando por el mismo bebedor, real o potencial; pasando por la irresponsabilidad de quienes venden alcohol indiscriminadamente a los jovencitos, y terminando por la irresponsabilidad también de las autoridades, que se hacen tarugas a la hora de tener que aplicar las sanciones a los mismos que a principios de cada año autorizan a seguir vendiendo alcohol.

    Mientras no atendamos al asunto de la responsabilidad que cada uno tiene, todo lo que se haga serán parches pegados con la goma de la hipocresía social.

    Lo que necesitamos realmente es, pues, que los padres de familia cumplan con su papel, que los jóvenes entiendan que se juegan le vida en sus farras, y que desde el gobernador para abajo, todas las autoridades públicas aprieten las tuercas en donde se deben realmente apretar, y que no nos salga ninguno con que la solución a las borracheras juveniles es la de instalar “chelódromos”, parianes y cosas por el estilo.