TAREA PÚBLICA
Por: Carlos Orozco Galeana
El rechazo contra la homosexualidad sigue en pie. Lo reafirma en un libro – entrevista que salió al mercado con el título ‘Papa Francisco. La fuerza de la vocación. La vida consagrada hoy’. Se trata de una larga conversación con el misionero Fernando Prado Ayuso (Bilbao, 1969). Según el entrevistador, el papa se muestra “preocupado” por el número de sacerdotes y religiosos homosexuales y sostiene que la iglesia podría verse invadida por la “moda” de la homosexualidad.
Para evitar la entrada de homosexuales en la vida consagrada, el papa Francisco pide a los responsables de los seminarios y noviciados que mantengan “los ojos abiertos” y “detecten candidatos” que podrían desarrollar más tarde “esas tendencias”. El problema surge con los que ya lo son o con los que ya están en los seminarios y tienen esas debilidades. “A los curas, religiosos y religiosas homosexuales, hay que urgirles a vivir íntegramente el celibato y, sobre todo, que sean exquisitamente responsables, procurando no escandalizar nunca ni a sus comunidades ni al santo pueblo fiel de Dios viviendo una doble vida. Es mejor que dejen el ministerio o su vida consagrada antes que vivir una doble vida”, afirma
Actualmente hay un problema latente en los seminarios, donde se produce esa conversión sexual de los jóvenes por inmadurez y desconocimiento de cómo deben expresar su sexualidad. Seguro que muchos no sabrán qué hacer cuando se topan ahí con compañeros abiertamente homosexuales o curas – profesores o directivos que usan su autoridad para encarrilar conductas buenas y convertirlas, por la consabida obediencia que se debe tener a los mayores, en conductas anormales.
Sobre si hay límites que no se deben sobrepasar en la formación que reciben seminaristas y religiosos, contesta: “Evidente. Cuando hay candidatos con neurosis y desequilibrios fuertes, difíciles de poder encauzar ni con ayuda terapéutica, no hay que aceptarlos, ni al sacerdocio ni a la vida consagrada. Hay que ayudarlos a que se encaminen por otro lugar, no hay que abandonarlos. Hay que orientarlos, pero no los debemos admitir. Tengamos en cuenta siempre que son personas que van a vivir al servicio de la Iglesia, del pueblo de Dios. No olvidemos ese horizonte. Hemos de cuidar que sean psicológica y afectivamente sanos. La cuestión de la homosexualidad es muy seria. Hay que discernir adecuadamente desde el comienzo con los candidatos, si es el caso. Hemos de ser exigentes. En nuestras sociedades parece incluso que la homosexualidad está de moda y esa mentalidad, de alguna manera, también influye en la vida de la Iglesia”.
¿Cómo discernir si un muchacho que pide entrar en un seminario es o no homosexual? Cuando no se cuida el discernimiento en todo esto, los problemas crecen. En el momento quizá no dan la cara, pero después aparecen. “Tuve aquí a un obispo algo escandalizado que me contó que se había enterado de que en su diócesis había varios sacerdotes homosexuales y que había tenido que afrontar todo eso, interviniendo, antes que nada, en la formación, para formar otro clero distinto. Es una realidad que no podemos negar. En la vida consagrada tampoco han faltado casos”
Rotunda la posición papal, ¿ para qué correr riesgos? Los daños que causan a la iglesia sacerdotes u obispos homosexuales son grandísimos, dejan huellas imborrables, daños psíquicos en los afectados y sus familias. Y sobre todo, hacen perder a muchos la confianza en su religión, olvidándose que los sacerdotes son personas humanas con carencias y debilidades que no saben orientar.
Pienso que la jerarquía eclesial debe actuar con mano firme, decididamente, para impedir conductas ilícitas que trascienden en delitos graves y en la credibilidad de la iglesia de Dios.
Quienes han leído textos en libros o entrevistas donde se narran los impactos que sufren quienes han sido abusados por sacerdotes, coincidirán conmigo en que sus conductas anormales no deben pasarse por alto bajo ningún motivo puesto que dejan una huella de dolor, de índole espiritual, que permanece en la mente toda la vida.
Es deseable que el Papa Francisco no caiga en desánimo ante la magnitud de ese problema y cuente con el respaldo sincero de todas las diócesis que componen la estructura administrativa de la Iglesia católica. Ya no debe haber tolerancia hacia los curas enfermos del alma que han quedado mal con Dios y con los hombres.