Mexicanos ilustres en Brasil

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Mauricio Castillo

Sabemos que los mexicanos hemos roto el récord de visitantes en un Mundial casi duplicando la cantidad que asistieron a Sudáfrica. Sin embargo, nadie tiene una cifra exacta. Algunos han calculado hasta 30 mil. Esa cantidad de gente es la mitad del promedio de cualquier estadio mexicano. Es notable la cantidad de compatriotas que de pronto y con una pasión notable deciden invadir a un país con la idea de apoyar a los nuestros. Prácticamente hemos jugado de locales en los estadios donde nuestros seleccionados han tenido que sortear a sus adversarios.

En el caso del partido contra Camerún, es como si se hubiera jugado en el Azul en una Final en la Ciudad de México. No podemos negar que la afición mexicana ha sido muy importante para que nuestros verdes no se sientan solos. Nunca ha sucedido en Mundiales pasados. En general, los mexicanos hacemos hasta lo imposible para viajar miles de kilómetros para acompañar a los nuestros. Y los mexicanos que viajan, habrá que decirlo, son de todos los niveles sociales, y se los dice alguien que estuvo en Francia 98, donde me tocó ver señoras caminando por las calles de Lyon, con sus clásicas bolsas de plástico de mercado con la comida que hiciera falta para no sufrir hambre. Adentro traían hasta quesadillas recién hechas, que sigue siendo un misterio como lograban hacerlas justo a la mitad del país galo.

La camiseta verde, sin quererlo, logra democratizar las diferencias que existen naturalmente en nuestro país. La presencia de mexicanos en los estadios permite que cuando se presenta el gol a favor, no importa si eres una niña bien de Tecamachalco o el dueño de una lonchería en la Jardín Balbuena. Todos nos abrazamos y festejamos. Pero el estilo se pierde cuando de por medio entra el alcohol. Ahí se marcan las diferencias, desgraciadamente. Pero sucede con cualquier ciudadano del mundo. En estos eventos la alegría del triunfo o la pena del fracaso se suelen ahogar etílicamente. Sin embargo, las diferencias sociales no se borran, se emborracha igual el de Tepito que el de Interlomas. No importa. Cuando se está lejos de casa, cualquier pretexto es bueno para sentirse cerca.

Todo esto es parte de la aventura que significa para muchos hacer este tipo de viajes. Tendré que decir que yo mismo, que viajé en repetidas ocasiones a eventos similares, sufrimos el efecto del Jamaicón con mucha frecuencia. Lo malo y de lo que nunca quisiéramos hablar, es de los mexicanos que se caen misteriosamente de los cruceros, presuntamente borrachos, y caen estrepitosamente hacia un bote salvavidas y después al mar para jamás ser encontrados, o de los mexicanos que presuntamente son narcotraficantes y que ingenuamente llevan a su familia a Brasil a ver los partidos de México y son detenidos en el aeropuerto por la Interpol ante la mirada atónita de sus familiares, o de los mexicanos que mueren después de tener sexo en un barandal, aunque haya sido en Londres. Esos son los mexicanos ilustres de los que no queremos saber nunca. Saludos.