LOS HIJOS, FIESTA ETERNA (El Papa Francisco convoca a ver a los hijos como un don de Dios y a honrar a los padres)

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TAREA PÚBLICA

Por: Carlos Orozco Galeana.

Como ocurre los días en que se festeja a las madres o a los padres por lo que significan para las familias y la sociedad, se multiplican ofertas para agraciarlos con un regalo en lo que es un ingenio de los comerciantes; lejos de esos ánimos quedan espacios para reflexionar sobre lo que verdaderamente importa: lo trascendente que es para la vida humana ese eslabón divino padre- hijo, madre – hijo, destinado a favorecer las relaciones fraternas y a aportar lo requerido para construir la felicidad en la tierra.

El reciente Día del Padre debió ser ocasión para resaltar el papel de los progenitores en la organización y cuidado de las familias y los hijos en lo particular. Tener a un padre responsable es vital en la estabilidad familiar, y educar a cada hijo es un reto grandioso, inigualable, requiere grandes dosis de responsabilidad, solidaridad, dedicación, entusiasmo, alegría, porque tenerlo es un don de Dios, como repiten   los sacerdotes en su templos al recordar obligaciones paternales.

En las homilías papales, normalmente se abordan temas de la mayor trascendencia. Se busca el progreso de las relaciones humanas basadas en el amor, el respeto y la confianza. Son intervenciones válidas para llevar luz donde hay oscuridad y desesperanza. Los papas son personajes de alta talla moral e intelectual y con diferentes modos orientan a la humanidad a trascender en el plan de Dios para influir y promover el bien.

El papa Francisco, casi recién desempacado como tal, calificó a los hijos como un don de Dios, no como una carga. Han venido al mundo a traernos alegría y esperanza de un mundo nuevo. “Un hijo siempre será una bendición, un ser especial que más bien nos recargará el corazón de sentimientos maravillosos haciéndonos potenciar nuestros esfuerzos en salir adelante por el bien de ellos y el de nosotros mismos.”

“Un hijo se ama porque es hijo: no porque sea bello, o porque sea de cualquier modo; no, se ama porque es hijo”. (Hasta al mocha orejas lo amaba su madre y pedía perdón para él por sus crímenes). Ellos no son posesión ni un modo de realizarse. Hay un vínculo estrecho entre la esperanza de un pueblo y la armonía entre generaciones. “Los hijos son la alegría de la familia y de la sociedad. No son una posesión de los padres. Un hijo es un hijo: una vida generada por nosotros, pero destinada a él, a su bien, para el bien de la familia, de la sociedad, de toda la humanidad. Los hijos son amados antes de que lleguen (Audiencia General del Vaticano, febrero 11, 2015).

Con gran acierto y regularidad, el papa Francisco exhibe su sabiduría y da pautas de entendimiento para un mundo mejor; él quiere ver familias unidas, sólidamente estructuradas, donde cada madre o padre valore la riqueza de cada hijo, que a estos se los vea con alegría no como una carga odiosa de la cual querer deshacerse, donde cada hijo honre y respete a los padres en cumplimiento del mandamiento cristiano número cuatro.

Y es que hoy la humanidad se muestra más deprimida por las guerras, las concavidades del medio ambiente, por dictaduras y malos gobiernos, por la violencia y la falta de participación ciudadana y de capacidades de grandes sectores para discernir sobre lo más conveniente para la democracia y el mejor vivir de los pueblos.   La democracia también produce millones de víctimas pues si bien es un buen método, siempre hay el riesgo de equivocarse al elegir a los gobernantes.

Decía pues que, en aquella audiencia de hace siete años, el papa Francisco refirió, en tratándose de la relación padres – hijos, la noción del respeto. Dignificó el papel de los progenitores en la procreación de vida y las responsabilidades que conlleva, e hizo hincapié en que una sociedad de hijos que no honran a sus padres es una sociedad sin honor; “cuando no se honra a los padres se pierde el propio honor”.

A los hijos, entonces, hay que saber reconocerles su valor, y a los padres siempre se los debe honrar. Por desgracia, existe la realidad del desamor y el olvido para muchos de ellos que, no obstante haber entregado todo a sus familias, reciben a veces nada de cariño. Los asilos repletos de gente abandonada que cuentan con familiares y que pueden sostener a los ancianos, constituyen los mejores ejemplos de ingratitud y desprecio.

Tener un hijo es, pues, como vivir una fiesta diaria, eterna, es ser privilegiado de Dios. Tiene que realizarse en libertad sin esperar que haga estrictamente lo que los padres, egoístamente, desean. Nadie debe ponerles ataduras en la parte de visualizar y trabajar por un presente que ellos definen. Los hijos son prestados, no son propiedad de los padres; ellos han de volar lo más alto que puedan, alentados por sus progenitores que para eso los formaron y les dieron amor, sustento, educación y demás elementos para transitar por el mundo

Los padres deben orientarlos con oportunidad, sin distracciones ni desvíos. Tienen, tenemos que hacer a un lado comodidades personales y entregarles nuestro tiempo mejor. No hacerlo es como contribuir a que más pronto que tarde puedan surgir circunstancias amenazantes para el desarrollo adecuado de su personalidad.