LA TORRE DERRUMBADA

0

Por José Díaz Madrigal

Aquel martes de vacaciones en semana de Pascua, era un día de esos de cielo transparente y puro, sin asomo de nubes en el firmamento de Colima, de tal modo que brincando el filo de la una de la tarde, bajaba un sol a plomo sobre el lomo de la ciudad; cuando de repente las calles, las aceras y las casas a lado de las banquetas, se estremecieron con tremenda violencia; como chivos reparando en resbaladilla, como si por dentro de la tierra se hubiera desatado una tracatinga de duendes peleoneros, por el ruidajazo que se oía de allá de abajo del suelo. Se iniciaba así, uno de los terremotos más fuertes que se tenga registro en la historia de Colima.

Este próximo jueves 15 de abril, se cumplen 80 años del famoso temblor del 41. Cuantas veces se escucharon los relatos de abuelos, entre aquella generación de mujeres y hombres adultos entonces y, que ya se han ido. Uno de ellos contaba: la tierra se estremecía con fiereza por minutos que parecían interminables. A pesar de ser casi medio día, la ciudad daba la apariencia de oscura debido al topurero que levantaban las bardas de adobe, que al caer en el piso, se desbarataban aquellos grandes ladrillos de barro reseco, produciendo nubes de polvo que envolvieron la población.

La gente imposible que guardara la calma, gritaba con pánico, era un tumulto de voces aterradas; los perros de todos los tamaños aullaban de espanto. En las afueras de la ciudad, el ganado asustado también, bramaba y algunos se hincaban.

Colima capital quedó incomunicada con el resto del país, el agua escaseó, no hubo luz eléctrica y disminuyeron los víveres. Las numerosas víctimas de esa tragedia, fueron veladas en los jardines públicos, alumbrándose con hachones de ocote. Sin embargo los servicios telegráficos, pronto lograron restablecer la comunicación con el interior de la república; instalando los telegrafístas sus mesas de trabajo en el andén de la parte norte del Jardín Núñez, frente al parcialmente destruido edificio de correos; estos también instalados en carpas provisionales en el lado oriente del mismo jardín, justo enfrente del templo de La Merced.

En aquel tiempo estaba en pañales el uso masivo de cemento y de las varillas metálicas, así pues, aproximadamente el 80% de casas, era de adobe, con techos de teja sostenidos por caballetes y horcones de madera; que no resistieron el enorme remezón, por lo que quedaron inhabitables. Mientras se arreglaban las casas, las personas prácticamente se fueron a vivir a parques y jardines o en patios y corrales, todos eran espacios abiertos; formando techos para cubrirse con sábanas, petates, cobijas y frazadas.

El gobierno en esos días, con diligencia apoyó a la población, promoviendo la construcción de cientos de pequeñas casas de madera y techos de lámina de cartón; que de inmediato fueron ocupadas por los más necesitados. Grupos de empleados públicos y trabajadores del magisterio, se organizaron en brigadas para limpiar las calles de escombros. El Sindicato Nacional de Trabajadores del Estado en solidaridad con los colimotes, descontó un día de sueldo de sus agremiados en todo el país para ayudar a Colima.

Los comerciantes colimotes, constituidos en su cámara, hicieron también su ayuda patrocinando en forma conjunta a un comité pro-damnificados; que se integró con personas de reconocida trayectoria por su prestigio moral.

El presidente caballero, Don Manuel Ávila Camacho, llamado así por el pueblo que en verdad lo apreciaba, precisamente por lo atento, educado y espíritu de servicio con todos sus gobernados; llegó a Colima pocos días después del desastre, se mostró generoso tal cual era. No escatimó ayuda económica, inclusive ofreció a los colimotes, cambiar a la ciudad de lugar; cosa que la gente no aceptó por el gran cariño que le tenían a Colima y su ubicación.

Dentro de las cientos de casas y edificaciones dañadas, las más emblemáticas fueron las del centro de la ciudad; fotografías de la época muestran la caída en parte de la fachada principal de Palacio de Gobierno, el ala izquierda del Portal Medellín, ala izquierda del Portal Morelos y, lo más representativo de esa tragedia del centro capitalino, fue que quedó derrumbada la torre izquierda de Catedral. Se observa plasmada en aquéllas viejas fotografías, una vista matinal diferente, de lo que había detrás del campanario. . .