ITURBIDE, EN UN RINCÓN DE HISTORIA

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Por José Díaz Madrigal

En el salón de clases cierto día, el enérgico profesor Pila de sexto año, tenía la costumbre de pasar a cada alumno a que le recitaramos el resumen que había escrito un día anterior, con gis y letra cursiva en aquellos enormes pizarrones verdes que se usaban por esa época. Cuando este veía que no le iba a alcanzar el tiempo para escuchar a cada chiquillo, a veces cambiaba la recitada, por hacer dos o tres preguntas acerca del contenido del resumen; el que no sabía cualquiera de las preguntas, se hacía acreedor a un reglazo bien dado en las nalgas o en el brazo.

Una vez, me tocó pasar libreta en mano a su escritorio a narrar el resumen; de repente el maestro cerró el cuaderno y a quemarropa me suelta la primer pregunta -¿quien fue el último virrey de la Nueva España?- por miedo o por burro no supe contestar, zaz. . . viene el reglazo en la nalga; diciéndome de inmediato la respuesta: Juan O’Donojú. Luego continuó con la segunda pregunta -¿cuál fue el primer emperador de México?-. No, pos ya atolondrado por el primer castigo, tampoco supe y, con aquella manota morena, nerviosa y certera que tenía el buen maestro; me descargó el  segundo reglazo en el brazo, contestando él mismo: Agustín de Iturbide. Dicho sea de paso, el que esto escribe era cliente frecuente de los reglazos. Sin embargo, con el correr de los años, a la distancia; recuerdo al maestro con gratitud, como un excelente y magnífico instructor de la primaria.

Los nombres de estas figuras de la historia nacional, jamás se me olvidaron; pareciera que aquel correctivo único y justo, de una regla bien empleada me los tatuaron en la memoria. A propósito del último personaje mencionado, Agustín de Iturbide; el día de mañana 27 de septiembre se cumplen 200 años exactos, que encabezó la entrada del Ejército Trigarante a la ciudad de México. Por cierto, en aquel tiempo era la urbe  más poblada y bonita de todo el continente americano; no en balde se le llamaba la Ciudad de los Palacios.

La idea de la creación del Ejército Trigarante, nació por iniciativa de Iturbide con el fin de lograr la independencia del país. Poco después de que el penúltimo virrey de la Nueva España, Juan Ruíz de Apodaca le dió el mando a Iturbide, este se dirigió a los oficiales de su ejército, que en secreto anhelaban ya no depender de España, para informarles lo que él también traía en mente; estos estuvieron de acuerdo y, de inmediato no reconocieron más jefe que a Iturbide. Así de este modo, se cimentó la base de lo que sería el Ejército de las tres Garantías, que condujo a la independencia nacional.

El 24 de febrero de 1821, después de haberse reunido con Vicente Guerrero, cuando se dieron el famoso abrazo de Acatempan -10 de Feb.- se promulgó el decreto para la creación de este Ejército, llamado Trigarante, debido a las tres garantías que defendía: 1. Religión Católica, como única en la nueva nación. 2. Independencia total de México hacia España. Y 3. La unión de todos los bandos que estaban en guerra.

Ese mismo día 24 de febrero, por encargo de Iturbide, el sastre Magdaleno Ocampo, entregó a don Agustín el pendón Trigarante – ahora se celebra el día de la bandera- a este emblema de las tres garantías, se le considera el primer pendón de la época independiente. Aquellos tres colores elegidos por Iturbide, simbolizaban: un pasado de gloria, el rojo; un presente de felicidad, el blanco; y un porvenir lleno de esperanza, el verde. En medio de estos el águila triunfante.

Cuenta un historiador contemporáneo, que ha dedicado mucho tiempo a investigar el periodo de la independencia: Agustín de Iturbide, sabía menear la pluma. Con esto se refiere al montón de intercambio epistolar, que tuvo con diversos personajes prominentes del gobierno virreinal, del clero y por supuesto con Vicente Guerrero. Todos ellos aportando ideas, voluntades y dinero; para que surgiera la libertad.

Sin duda Iturbide tenía esa capacidad política, para aglutinar a antiguos enemigos insurgentes, así como los que habían sido fieros realistas que favorecían al virrey Apodaca. Este tuvo que renunciar por motivos de salud – desde entonces ya se estilaba- dejó el mando de las tropas realistas, a un español de apellido Novella, pero solo para darle la última estocada a las fuerzas peninsulares.

Cuando Guerrero supo que Iturbide podía conseguir, lo que ningún insurgente había podido hacer desde 1810, la separación de España; con gusto se adhirió a Iturbide y se puso bajo las órdenes del audaz hombre del momento. Guerrero era un hombre sencillo de campo, humilde; sin jactancia ni soberbia; jamás reclamó mérito alguno en la consumación de la independencia. Todo el merecimiento se lo dió a Iturbide. La torcida historia oficial, le ha dado la mayor parte de derecho a Guerrero. Lo cierto es que Guerrero capitaneaba ya un reducido grupo guerrillero, perdido en las serranías del sur.

La historia del oficialismo gubernamental, solo hace memoria de Hidalgo, Allende, Morelos etc. Pero ya no reconoce al verdadero libertador de México, Agustín de Iturbide; que precisamente él fue quien dió nombre a toda la nueva nación, MÉXICO, nos dió también identidad nacional con los símbolos patrios, la bandera tricolor y, nos dió sobre todo, la libertad a los mexicanos.