HILDA, LAS BUENAS OBRAS

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TAREA PÚBLICA

Por: Carlos Orozco Galeana

En días pasados falleció una mujer colimense de una compasión paritcular: Hilda Ceballos Llerenas, quien  cumplió su ciclo de vida en términos muy gratos: se dedicó a servir a sus semejantes desde el  primer día en que incursionó en labores públicas. Lo hizo con fervor durante más de 20 años hasta que su salud se lo permitió. Llegó frente a Dios, creador y dueño de la vida, con una maleta cargada de buenas obras.

Es por ello que durante sus exequias  cientos de colimenses le  externaron post morten su  gratitud y  solidaridad a su esposo y demás familia. Esa pérdida es, como la de todo colimense bien nacido(a), irreparable. Queda en la conciencia de quienes la conocieron un dulce recuerdo de su alta valía como persona.

Fue, evidentemente, una mujer fuerte. Lucho con denuedo por su salud para que su familia sufriera lo menos posible.  Como católica practicante, mantuvo intacta su fe y confió en Dios, al que finalmente se entregó.

Conocí a la señora Hilda desde pequeña, en mi barrio San José. Fue desde entonces una mujer sonriente, agradable y equilibrada. Y muy trabajadora, al igual que el resto de su familia en donde descolló su señora madre. Al paso de los años, siendo una jovencita,  casó y procreó una familia cuya descendencia está formada por personas de bien, lo que es el reconocimiento más caritativo que puede hacerse cuando se cumple deberes familiares íntegramente.

Hilda entregó gran parte de su vida a servir, lo hizo incansablemente. A pesar de que ocupaba elevados cargos públicos, a diferencia de muchos que en la política se comportan altivamente, siempre tuvo la mano extendida para cualquier persona y no dudó en auxiliar a quien se lo pedía. En esa tarea, sus consentidos fueron los adultos mayores, a los que trató como si fueran su propia familia. Muchos de ellos están tristes hoy por su partida.

En otras palabras,  Hilda no se mareó con el poder. Supo desde el principio  que  los cargos públicos son para servir a todos sin excepción con entrega absoluta. Hilda sirvió a los demás  hasta el cansancio, supo desde temprana edad que esa era su vocación y  la más alta dignidad a la que podía aspirar.

Ella cumplió un ciclo de vida que merece la anuencia  de los colimenses. Su humanismo trascendió  en los centros urbanos, en el medio rural, en todo lugar donde existían necesidades. Ahí se presentaba con las personas extendiendo su mano  franca y bien dispuesta a entablar conversación y a afirmar lazos de solidaridad que no se extinguieron al paso del tiempo. La gente confiaba en que tenía enfrente a alguien formalmente interesado en la solución de sus problemas. Se le va a extrañar, seguro que sí. 

En el Dif, en la Universidad de Colima, en las legislaturas y en el Congreso de la Unión, lugares donde exhibió su capacidad de gestión y su sentido  generoso  en la política,  Hilda  representó a los colimenses y al Estado de Colima haciendo propuestas a favor de la gente más necesitada. Alguna vez se le cuestionó por tener esas preferencias por los más necesitados en su trabajo legislativo, pero ella siguió adelante con su agenda solidaria.

Yo me quedo con el recuerdo de la señora Hilda como el de una mujer que se mantuvo fiel a su inspiración humana y supo tempranamente cuál era su misión en la vida. A veces, las personas transitamos por el mundo sin saber cuál es nuestro rol, hacia dónde encaminar los esfuerzos, trayecto en el que llega uno a perderse. Ese no fue el caso de ella, que recorrió  con certidumbre su camino sabiendo a donde se dirigía.

Quede pues en la memoria colectiva la aportación positiva y agradable de la señora Hilda, que se ganó el cariño de tantos por su entrega a las causas ajenas, que hizo suyas sin dudar. Se le extrañará como se hace con las personas que dejan huella con sus actos y se hacen uno (a) con la comunidad.

Mi pésame sincero a sus familiares, a su esposo Fernando, hijos  y amigos cercanos de la familia Moreno Ceballos, a quienes ofrezco un abrazo de consolación  ante el dolor que les agobia.