EL ÚLTIMO TREN

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Por José Díaz Madrigal

Fue Don Ermilo Abreu Gómez, un escritor yucateco de esos que se recuerdan más como cuentista que como periodista. Puesto que trabajó en varios periódicos de circulación nacional.

El último tren es un cuento corto, del género de suspenso y misterio; de ese tipo de narraciones que uno echa a volar la imaginación, o cuando menos provoca alguna inquietud.

Se trata de un jefe de oficina, de una estación de tren remota que es ramal secundaria con poco tráfico de una lejana vía principal. Este jefe de estación, atendía él solo la venta de boletos para las personas y, también el papeleo relativo a la poca carga que se movía.

Cierto día por la tarde-noche, llegó una joven campesina a comprar un boleto para el tren de pasajeros; justo en el momento que este estaba saliendo del andén. No lo alcanzó. Pablo, que así se llamaba el jefe de estación le dice, será mejor que regrese mañana. La joven de ojos profundos y transparentes tan claros que parecían de agua, le contesta: vengo de un rancho que está muy distante, así que mejor voy a esperar. -puede esperar aquí, si gusta.

La muchacha no contestó, pero se fue caminando detrás de él. Ella daba la impresión que no tocaba el piso. -le dejo a su disposición mi catre, entretanto yo me acomodo en el sillón del despacho. Tampoco respondió. Desanudándose una pañoleta que le cubría la cabeza, se alisó el pelo con la mano y se sentó en el catre.

De una bolsa que ella traía, sacó un tejido con el que estaba forjando un abrigo, le puso cuidado un momento y, luego observando a Pablo como tomándole medida exclamó: no me gusta, lo deshizo y empezó otra vez su labor de hacer un nuevo abrigo.

Más tarde ayudó a Pablo a preparar la cena, mientras bebían café acompañado de una merienda ligera; cada cual contó esas cosas que siempre se cuentan, que nada dicen pero que a todos gusta. Se fueron a dormir. Toda la noche sin que Pablo se diera cuenta, estuvo rondando el lugar un búho. Nunca había sucedido tal hecho.

Por la mañana desayunaron juntos, se hablaron de tú; como sí llevaran años tratándose. El día se les fue entre las manos charlando de todo. Llegó con retraso el tren de pasajeros, la muchacha subió. -¿ volverás?-. -volveré- respondió la joven con un pie en el estribo.

Desde entonces todas las tardes Pablo esperó el tren de pasajeros. Pasó el tiempo y la joven no regresaba. Pablo se hizo viejo, por lo que le enviaron un ayudante. Una tarde entre las tardes, de esas tardes de suave cielo color pardo en aquella apartada estación; vió descender del último tren a la joven, casi sin tocar el suelo y, con los brazos abiertos se acercó a Pablo. A este le brillaron los ojos y dijo: te esperaba. – te dije que volvería, mira, hoy terminé tu abrigo. Ven vine por ti, vamonos. . .

El ayudante de Pablo, se comunicó a la oficina central: “el jefe de la estación acaba de morir”.

Es este el último Domingo de un año difícil. Había iniciado como muchos otros años ya idos, con la esperanza de que fuera mejor que el anterior. Pero no, no fue así. Fueron transcurriendo los meses y, paso a paso las cosas se descompusieron.

Al mal tiempo buena cara. Hay que cerrar por siempre el capítulo de este funesto año que termina. Ahora si, que la muchacha que representa el final y a la muerte; en el cuento de Don Ermilo, se lleve sin retorno en su último tren, a este desventurado año.

Comentaba un viejo maestro: tenemos que aprender las cosas buenas que pueden surgir dentro de las situaciones malas. Sin embargo, olvidemos por favor, las cosas malas que a veces aparecen en las circunstancias buenas.

Como sociedad dentro de este año que termina, hemos aprendido a ser más solidarios con el prójimo, con el desvalido. Que esta sea la enseñanza que nos deje el año que se está yendo.

No nos dejemos robar la esperanza, porque la tristeza lleva a la pereza espiritual, a la desesperanza. El alimento más sustancioso del diablo, es la tristeza del hombre. . . Papa Francisco.