Por: José Díaz Madrigal
Una vez al entrar a la oficina de un viejo abogado de aquí de Colima, justo atrás de su elegante escritorio se ubicaba un librero grande, con diversos tomos de jurisprudencia y otro tipo de libros. Lo que me llamó de inmediato la atención, fue un cuadro colocado en la esquina superior derecha de aquel librero, dicho cuadro tenía la imagen de un venerable sacerdote. ¡Ah! Le dije, ahí tiene la foto del Padre Pinto. ¿Cómo sabes que es él? -me preguntó-. Le comenté que desde hacía tiempo había leído algunos pasajes de la vida del Padre, en una de las obras del Dr. Miguel Galindo.
Luego me explicó, que ese retrato era un regalo que le había hecho su papá hacía muchos años, cuando tu servidor era un niño. Me contó que en esa época él padecía de diferentes tipos de miedos, como a la oscuridad, a estar sólo, temor de no tener dinero ni que comer; padecía angustias por cosas que escuchaba en la calle, pensando que nos pudiera pasar algo grave. Entonces fue cuando mi papá me regaló la foto del Padre Pinto y me aclaró: Mira mi hijo, el Padre Pinto en vida tuvo la actitud de un santo; con sus rezos y oraciones imploraba la ayuda de nuestro Señor, para correr espantos malignos y el susto que produce el temor y la ansiedad.
Continuó diciéndome, el cuadro del Padre Pinto, lo colgó mi papá en la pared a lado de la cama donde yo dormía, como permanente recordatorio que ahí estaba él para defenderme con su valiosa intercesión ante El Señor, de los peligros del día y de los espantos de la noche. Huyeron rápido los años de la infancia, estudié, terminé la carrera; he trabajado por más de 50 años y el cuadro del Padre Pinto, siempre lo he conservando junto a mi, guardándole la misma devoción que aquel primer día que se quedó conmigo.
Se llamaba José Vicente Pinto Flores, nació el 5 de abril de 1830 en el barrio de Dolores de esta capital. Ese barrio era el tramo de la calle Independencia entre Gildardo Gómez y el río Colima, de la actual zona centro de Colima. Estudió en el Seminario de esta ciudad, pero debido a la nefasta persecución religiosa desatada por la intolerancia de los seguidores de Juárez, tuvo que ser ordenado sacerdote en San Francisco California, por el obispo de Guadalajara don Pedro Loza.
Un cronista contemporáneo del Padre Pinto, lo describe como un hombre alto, delgado, de piel blanca. Su voz era dulzura y amabilidad. Excelente persona con pobres y ricos y de inagotable cariño y generosidad con los necesitados.
Del Padre Pinto se cuentan historias asombrosas, como la ocasión que caminaba por las orillas de la ciudad y casualmente entró a una humilde vivienda, donde estaba acostado en un petate en el suelo un hombre con fiebre. ¿Hijo, estás enfermo? Si, y creo que voy a morir, respondió. Siendo así, he llegado a tiempo; Dios ha guiado mis pasos hacia aquí sin que nadie me llamara he venido derechito a tu casa para cumplir con mi ministerio. Dime tus pecados. . . ¿Porque los he de decir, quien lo ha llamado, quien le ha dicho que deseo confesarme?. Nadie, pero ya que providencialmente he venido, es mi deber hacer que te confieses, para que te salves.
No quiero salvarme, retírese. Pero es que yo vengo a darte la absolución. No quiero absolución, déjeme morir en paz. Mira hijo, es bueno que te calmes, estando cerca del sepulcro, ya no se habla así, debes pensar en Dios. No quiero pensar en Dios, he dicho que se largue, no me haga usted morir desesperado.
El enfermo al decir tales cosas, veía sobre el hombro del Padre, como sí alguna persona estuviera haciéndole señas. Eran tan insistentes las miradas del enfermo, que el Padre voltió buscando a alguien, pero no vió nada. ¿Que es lo que ves detrás de mi? Sin responder continuaba fijando los ojos en algo que estaba atrás del confesor.
Tú ves algo hijito, dime que es; tal vez te pueda ayudar. Padre, dijo por fin el enfermo. Ayúdame, veo a un hombre que desde antes que usted viniera ha estado aconsejandome que no piense en Dios, y ahora me dice que no me confiese; me amenaza y me grita. . . No te confieses.
¿Por eso no quieres confesarte? Por eso Padre, porque tengo miedo de ese hombre y es tan horrible, monstruoso y me dice que si me confieso, me arrancará el alma y la arrojará en un abismo de fuego.
Es todo lo contrario, dijo el Padre, sí te confiesas, si muestras arrepentimiento yo te absuelvo en el nombre del Señor, tu alma se salvará y te irás a la gloria; pero sí no te confiesas, ese hombre espantoso que te hace señas, deveras te llevará al abismo de fuego que es el infierno. Te habla con engaños porque su oficio es engañar, su oficio es la mentira.
Mirelo Padre, mirelo y vea que gestos tan horrorosos hace. Hijito, de mi no se deja ver, es a ti a quien quiere asustar; ese es el diablo que está procurando llevarse tu alma; te vió aquí abandonado, solito, que creyó segura su presa, pensando que no pasaría por aquí ningún sacerdote, sin embargo Dios ha guiado mis pasos y aquí estoy para asistirte; aprovecha bien tus últimos momentos hijo, y no pierdas tiempo.
Está bien Padre, habla usted como un santo, me confesaré; cerró los ojos quizá para no ver al demonio y dijo sus pecados con fervor. Yo te absuelvo, dijo el Padre con la solemnidad del caso y el moribundo expiró, quedando en su rostro el signo de una profunda paz.
De ese tipo de historias se escribieron en torno del Padre Pinto. Murió el 11 de enero de 1902. Sus restos descansan en el Santuario del Rancho de Villa.