Por José Díaz Madrigal
Esa madrugada del domingo 9 de febrero de 1913 -justamente éste domingo se están cumpliendo 112 años- se dió inicio el asalto de Palacio Nacional, por militares rebeldes con el fin de destituir al presidente Madero. Al principio fueron los generales Manuel Mondragón y Gregorio Ruiz, quienes lideraban la revuelta. Primero apoyados por un grupo de muchachos novatos, pertenecientes a una sección del Colegio Militar y, también con la ayuda de un regimiento de uno 700 soldados del cuartel de Tacubaya.
El plan de arranque era dividir a los subversivos en dos cuerpos de ataque, uno sería el encargado de tomar Palacio Nacional y el otro tenía como propósito, sacar de la prisión militar al general Bernardo Reyes; recluido en la cárcel de Santiago Tlatelolco, por el delito de haberse sublevado contra el gobierno de Madero unos meses antes.
La primera movilización hacia Palacio Nacional, tuvo cierto éxito, puesto que los jóvenes cadetes lograron tomar el lugar. Pero pronto el general Lauro Villar -leal a la legítima autoridad- pudo sorprender a los incautos chavos golpistas, desarmandolos y reduciéndose a prisión. Sin embargo en la segunda parte del plan, los conspiradores triunfaron. Liberaron al general Reyes y éste viejo general por su prestigio y antigüedad militar, encabezó una nueva avanzada con rumbo, otra vez, a Palacio Nacional; con el objetivo de volver a tomarlo.
Cuando Reyes y su ejército de rebeldes estuvieron frente a Palacio, fueron frenados de nueva cuenta por el general Villar. Los dos montados a caballo, platicaron unos momentos. Al no llegar a ningún acuerdo, el terco de Reyes -viejo y pendejo- pensó que por su vejez iban a respetarlo en su felonía. Espueleó su caballo queriendo ingresar al recinto presidencial nomas por sus pistolas. Los plomazos no se hicieron esperar y, una lluvia de balas tumbó a Reyes del penco, cayendo bien difunto por traidor. Reyes fue de las primeras bajas mortales que hubo, en lo que la historia conoce como la Decena Trágica.
Durante esa escaramuza, el general Villar también quedó herido de gravedad. Por ese motivo Madero designó en su lugar al consuetudinario ebrio Victoriano Huerta. No lo hubiera hecho, pues resultó el peor de los traidores, que a Madero mismo le costó la vida.
Mientras tanto en el transcurso de los días siguientes, las cosas se descompusieron todavía más. Después de la muerte de Reyes, Mondragón -Greorio Ruiz, también lo mataron- y sus insubordinados corrieron a refugiarse en los edificios de la Ciudadela, cerca del centro de la capital y, ahí se hicieron fuertes; puesto que ese lugar tenía una gran cantidad de armas para defenderse.
A partir de aquí, emerge un siniestro personaje, que ya había estado actuando tras bambalinas, desde antes que se desencadenara el movimiento golpista, éste era el malvado y alcohólico embajador de los Estados Unidos Henry Lane Wilson. Éste bribón había tenido la desfachatez de que en alguna entrevista que tuvo con Madero, le alzaba la voz o de plano le llamaba la atención regañandolo. El muy ruin aprovechó la revuelta para favorecer la caída de Madero, puesto que le tenía gran animadversión.
Cuando estaban en efervescencia los cocolazos, se encargó de propalar la falsa noticia de que era inminente una invasión a México por parte de soldados estadounidenses -que cosas del destino, algo parecido está sucediendo hoy en día; con situaciones similares en que existen como en aquel entonces con Madero, una debilidad gubernamental como ahora lo padece Sheimbaum-. Enseguida Wilson se puso en contacto de manera secreta con Victoriano Huerta, que el muy sinvergüenza ya se había pasado de modo subrepticio a lado de los conspiradores, para derrocar a Madero.
Entre borrachos, rápido se pusieron de acuerdo. Tanto Huerta como Wilson, su estado normal era estar con media navaja adentro por la perfumada bebida de moda de aquel tiempo, el Coñac francés. Wilson le propuso a Huerta, firmar un convenio para terminar con la matazón. Este plan conocido como Pacto de la Embajada, consistía en despojar a Madero de la presidencia y que Huerta tomara el cargo, pero eso sí, con un gabinete palomeado por Wilson.
Una vez aprobado el pacto, Huerta hizo arrestar a Madero en Palacio Nacional. Unos días después los trasladan en coche de sitio a la cárcel de Lecumberri, donde fueron cobardemente asesinados, Madero y el vicepresidente Pino Suárez.
Así con ese artero crimen, terminó el episodio de la Decena Trágica, que según crónicas de la época, dejó alrededor de seis mil muertos.
Poco después de ese acontecimiento, hubo cambio de gobierno con los gringos. El nuevo presidente ordenó una investigación del actuar del embajador en esos hechos. Encontrándolo culpable de complicidad, motivo por el cual fue destituido de embajador en México; cuando el gran daño a nuestro país, ya se había realizado.