EL ABANDONO DE XÓCHITL

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Por José Díaz Madrigal

Tal vez, fue aquella melodía la más exitosa de esos músicos fronterizos, especializados en baladas románticas. Por la década de los setentas, se escuchaba mucho en la radio. Una tía cotorrona tarareaba con frecuencia -quizá por no tener novio- como estribillo pegajoso las primeras letras de la canción: Sufrir me tocó a mi en esta vida. . .Existen historias de familias marcadas por la tragedia. Doña Xóchitl era una viejecita ciega que fue enviada por un sacerdote a Hogar San Juan Pablo II para su atención. A este lugar asistía casi a diario, donde se le daba el servicio de guardería o estancia de día; iba invariablemente acompañada de su fiel mascota, un perro de raza chica  como de siete años, que ella lo llamaba chaparro.Llegaba alrededor de las nueve de la mañana, se le brindaba un desayuno, más tarde la bañaban con agua caliente, luego se quedaba profundamente dormida en uno de los echaderos, con el perrito a sus pies.Doña Xóchitl vivía en una modestísima casa de cartón, ubicada a ocho cuadras del asilo. Ella era una señora alta de finas facciones, con 80 años de edad. Originaria de Pihuamo, pero con mucho tiempo radicando en Colima. Vivía con un hijo drogadicto y alcohólico de aproximadamente 45 años, él mismo  la llevaba caminando del brazo hasta Hogar San Juan Pablo II.Platicaba doña Xóchitl que se casó joven, tuvo dos hijos varones. El marido le salió un borrachín de primera, murió en la raya, es decir, nunca dejó la bebida que terminó por acabar con él. Los dos hijos siguieron el ejemplo del papá, agarrando también el mismo vicio.Me da coraje la suerte que me tocó, decía la señora; cuando éramos novios las muchachas de mi pueblo me tenían envidia por lo guapo que era con el que me iba a casar, si que lo era. Después ya viviendo en familia,  se empezó a juntar con una runfia de borrachos a cual más de desobligados, que lo echaron a perder. Hace años que murió de cirrosis.Mi mamá me decía, no te cases con ese muchacho  tiene algo un no sé qué, que de plano no me gusta. A lo mejor Dios me mandó este castigo por no obedecer a mi mamá y me salió un marido de ese modo. Pero lo que se ve se aprende y lo que menos uno quiere, ahí lo tengo en la casa, dos hijos borrachotes.El hijo mayor ni me  visita y, éste que me trae sólo se queda a dormir para luego irse de vago. De tantos enojos y preocupaciones me hice diabética, se me fue apagando la vista poco a poco; luego de repente resulté ciega.Lo que he tenido que aguantar, tanta tristeza, tanto desatino; el alcoholismo de mi marido y de mis dos hijos, me dejó atrapada en la desdicha en un callejón sin salida; en el abandono muriéndome de hambre.No acabo de saber porque el destino me ha tratado así, he creído que lo que me pasa es la viva imagen del desconsuelo. Por cualquier lado que se le vea, parece como sí la desgracia se haya anidado aquí en mi mero pecho, que me hace sentir y pegar unos suspiros hondos y largos. Quien sabe donde traigo el pensamiento.Esto ya no tiene remedio, lo único que me ánima es venir al asilo, aquí Normita me da de comer y me trata amablemente; pero en verdad como le tengo que rogar al muchacho para que me traiga.Hace apenas unas semanas se publicó en CN ColimaNoticias, la horrible muerte de una anciana invidente, que murió al incendiarse su vivienda de cartón. El fuego fue provocado accidentalmente por ella misma cuando trataba de calentar una canela. Era doña Xóchitl que murió como vivió, sufriendo como decía aquella canción setentera: Sufrir me tocó a mi en esta vida. . . El chaparro mascota fiel murió en la raya, se quedó con ella.

No me rechaces ahora que soy viejo, no te alejes cuando mis fuerzas me abandonan       Sal. 71,9

 

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