CULTURALIA

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DICIEMBRE OCHENTERO 

Por: Noé Guerra

Caminaba por el centro de la ciudad de Colima, por la calle Madero, cuando de pronto, entre la gente, todos los olores combinados y las vendimias de ropa barata y fayuca oriental que obstruyen el banquetón, como espejismo matutino tuve una súbita regresión. De pronto ante mi aquellas banquetas altas y estrechas con su gente de entonces y sus tiendas y otros lugares de otra época, de aquella que medio conocí cuando hace poco más de treinta años llegué a vivir aquí, como el emblemático Café de La Fuente, lugar de bohemia, gente y hechos de los que muchos ya son historia, como la Librería y Sellos Venegas, donde aparte de la buena plática de don Vicente, su culto propietario, encontraba uno toda la literatura colimota; y ahí cerca el Caguamón para el cosido, zurcido y reparación de todo lo de piel y la Mercería México del güero Ramón, en cuya vitrina se exhibía un animal disecado, ahí compré mi primera “Suiza, original cazador de cuatro funciones con lupa integrada y funda de piel legítima”.

Por la otra acera, la sur, casi en la esquina al jardín Núñez, frente a la sombrerería estaba la lustrosa y muy pomposa Mueblería Trillo, junto a la Joyería Vargas y más acá el Banco de Colima, y al frente la Musical Mujica Zamora Hnos., donde perdí horas viendo y reviendo las portadas de los LPs, ante a la mirada curiosa de José, uno de los dueños; y casi al frente, la papelería La Palma, en la que encontraba uno de todo para la escuela atendido por sus adustas dependientas, como las de La Mascota que sobrevive entre su tiempo y su polvo ante la desaparición de la Perfumería Rojas, donde encontraba uno lo mejor en perfumes y la infaltable “Jockey Club, para hombres”; igual que en el foto estudio Kodak, de Zenaido Saucedo. Tiempos de dos líneas de camiones los azules y los verdes y la de los elegantes “bostonianos” de la CANADA, por años mis predilectos hasta que conocí los mocasines italianos que llegué a estrenar por el andén del Núñez, frente a Correos y Telégrafos del Palacio Federal, donde más de una vez envié cartas amantes o textos urgentes de diez palabras desesperadas.

Más adelante Súper el Paraíso, de las primeras tiendas de autoservicio, y de regreso por esa saturada vía, La Colimense de los Peralta, con su elevador, la primera tienda del tipo en tenerlo; antes, La Mosca Pinta, de la que entre el coqueteo de las muchachas llegué a llevarme algo más que una “Chemise Lacoste”, un “Sergio Valente”, “Jordache” o el “Levi´s”; y La Legalidad, donde quinceañeras y novias atendidas por Pedrito, se detenían ante sus aparadores, como más de algún despistado lo hizo frente al vidrio ahumado del Chopas Grill, apretándose las espinillas, sacándose el calzón o sacando la nalga, dando espectáculo a los comensales de aquel confortable café-restaurante de los Cárdenas, que daba servicio con aire acondicionado y sillones gabinete; o el Bar Flamingos, desde cuyas mesas, mirando desde lo alto al jardín, hablé de la luna a más de un primaveral oído perfumado, como también, con música viva, lo hice en La Taba, ahí, a un lado, cuando La Marina, Sucs. De Emilio Brun aun no se ampliaba con su portal ni le construían segundo piso a sus aparadores.

Junto al jardín, a un lado de la Catedral, la Ferretería Rubio, donde atendida por los hermanos Rubio, además de tarjetas postales, encontraba uno de todo para fontanería y electricidad y al otro lado, apenas pared de por medio, la Farmacia Colima, atendida por Emigdio Salgado, su propietario, un gentilhombre que mientras atendía sabía cómo sacarte la sopa, igual que el de enfrente, el simpático y bien recordado Carlos “el Caco” Ceballos, señorón de aspecto agrio que contradecía con su sentido del humor y buena conversación, para acentuar el carácter de su “Prestigiada Casa Ceballos”, ahí en el número 1 del portal Medellín “el más bonito de Colima” y al lado, el Pingüino sin Cola, también con sus agradables muchachas y de vez en vez atendido por el propio Enrique, hijo del Caco; adelante estaba MAP Deportes, con libros, periódicos y revistas, atendido por los Portillo y ahí junto, La Polar, con sus sabrosas tortas al vapor y agua de coco embotellada, para rematar con las revistas de La Palmera de doña Lupita Vázquez y en la esquina del portal con la añosa tienda de ropa de doña Lupe Santa Ana y enfrente la Mercería de Piedra, por aquella época ya conocida como La Colonial, una tienda muy elegante de “ropa fina para damas y caballeros”.

Ya en el otro portal, el Hidalgo, cuando en ninguno de los tres portales había mesas con sillas, estaba Foto Estudio Naranjo, donde quien nos decía que no cerráramos los ojos, enderezáramos la cabeza y nos sentáramos bien, era una enérgica señora, doña Carmen, quien personalmente y así, con cara de “enojada” tomaba las fotos, lugar a donde todos fuimos por la foto escolar, la del SMN, las copias o los enmicados, recuerdo que en su vitrina exhibía impresiones de quienes no habían regresado por sus fotos; al sur, en la esquina de ese portal remodelado en tiempos de doña Gris y de Elías, estaba la Casa del Bebé con sus cunas, ropa y olor a talco. Ya en el otro portal, en el Morelos, El Trébol, con sus económicas tortas y sabrosas comidas corridas, estaba al lado de la peluquería Casino, abajo del hotel del mismo nombre y así tantos otros lugares cuyos propietarios en su mayoría eran de Colima, de aquel Colima fantasmal de la siesta vespertina que ya se fue con su pachorra y agradable tranquilidad provinciana. P.d. Gracias a quienes aportaron datos que me permitieron enriquecer esta crónica. Aunque lo veo difícil: ¡Feliz Año a todos!