CULTURALIA

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A LA FERIA 

Por: Noé Guerra

Esta noche se habrá de elegir a la soberana número 78 del máximo festejo de los colimenses, nuestra feria anual que estrictamente estaría cumpliendo 82 años de su primera emisión oficial celebrada en 1934 con la coronación de la primera reina María Luisa 1ª (Flor), solo que le han restado las cuatro ocasiones en las que por diferentes circunstancias fue suspendido: en 1941 luego del sismo del 12 de abril; en 1947 y 1948 a causa de la fiebre aftosa que afectó principalmente al ganado vacuno y, la última, en 1959 por el impacto de huracán del 27 de octubre de ese año. Así que con dicho antecedente será hasta el 2018 cuando a la feria se le reconozcan los ochenta que, en mi opinión, desde hace dos años ya cumplió.

De esta época reciente vale recordar que fue el 2 de mayo de 1992 cuando por decreto se creó el IFFECOL, como organismo encargado de planificar, organizar, ejecutar y evaluar las actividades de la Feria y de las otras que se realizan en el Estado (…). También que el 13 de junio de 1998 su antigua denominación fue retomada (“Feria de Todos Santos”), no obstante el 8 de febrero del 2007 se le modificó quedando como “Feria de Todos Los Santos”. Cambios de lugares y nombres los que desde el origen los presos han tenido que sobrellevar con sus penas al solo oír la fiesta que tras muros cada año viven los colimenses.

Los antecedentes de la Feria de Todos los Santos, nos remiten a un acta del cabildo de Colima fechada en 1572 y en la “Descripción de la Provincia de Colima” que en 1789 hiciera Miguel José Pérez Ponce de León, último Alcalde mayor de la Villa de Colima: “fiestas públicas de toros realizadas con el fervor que cada año, los primeros días de febrero, concitaba Felipe de Jesús el Santo patrono y protector de los colimenses”. Celebración que se realizaba en la Plaza real, frente a la Casa Consistorial (Palacio de Gobierno) y en cuyo interior, al suroeste, estaba la cárcel desde donde seguramente los presos sufrían la algarabía de la fiesta sin siquiera poder ver hacia afuera.

Luego de un buen tiempo sin menciones al festejo se documenta que fue en 1826, según decreto del presidente Guadalupe Victoria publicado el 21 de abril, cuando el Congreso General autorizó una Feria para Colima sin pago de impuestos por un periodo de quince días y con carácter anual para diez años a realizarse del 5 al 20 de marzo, aunque al parecer solo el siguiente año tuvo lugar, pues transcurrieron prácticamente siete décadas sin menciones hasta 1896, cuando resurge en otra época del año, en esta, la de la cosecha, la del mejor tiempo, la más propicia y que hasta en la fecha reconocemos entre octubre noviembre, igual, realizándose en la misma plaza principal (jardín de La Libertad).

En 1911, el 11 de octubre, el cabildo de Colima, luego de 15 años de haberse celebrado en el mismo sitio, por razones de espacio y de orden acordó, retirada la verja, los portones y demolido el muro perimetral, su traslado al Jardín Gral. (José Silverio) Núñez, y, para no variar, con la cárcel ubicada ahí desde 1877, enfrente, al lado este, donde ahora es la escuela primaria Tipo República Argentina; fue ahí, en 1913, cuando por primera vez se le aludió como “Feria de Todos Santos”, retomando el latín Omniun Sactorum, manteniéndose con funciones intermitentes hasta pasada la cristiada (1926-1929). En su época moderna, contable desde 1934, periodo en el que por resabios del pasado inmediato le fue modificado el nombre cuando el Gobierno estatal la oficializó como “Feria Regional, Agrícola, Ganadera e Industrial”, mismo que se quedó en “Feria Regional”, como se identificó hasta 1958, año en el que se estrenó en sus nuevas instalaciones de la Unidad Deportiva “Ignacio Zaragoza”, entre la calzada Pedro A. Galván y la avenida Emilio Carranza (donde desde 1984 funcionan los edificios de la Secretaria de Cultura y de los poderes Legislativo y de Justicia) y en cuyas inmediaciones, cabe apuntar, al noreste ya operaba la cárcel estatal – donde desde 1984 y hasta el 12 de septiembre del 2014 fue la sede del DIF estatal-.

En 1978, veinte años después de haber sido emplazada ahí, entre la Galván y la E, Carranza, durante el gobierno de Arturo Noriega Pizano, se decidió construirle instalaciones definitivas, para lo que se localizaron terrenos de la población de la Estancia, a unos 8 kilómetros del centro de la capital de Colima, lugar donde se emplazó y donde se ha mantenido hasta nuestros días y donde, para no variar, y mayor pena de los reclusos, desde 1979 funciona el Centro de Readaptación Social (CERESO), predio lejano aquel entonces que, hay que reconocerlo, también ya fue alcanzado por la mancha urbana y algo se tiene que hacer antes que la creciente movilidad urbana nos lleve a un mayor caos.