Cuando el pasillo en una tienda de autoservicio se vuelve riesgo 

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Por: Ángel Durán

En los últimos años, las tiendas de autoservicio se han convertido en una extensión de nuestra cotidianidad. Supermercados, farmacias y tiendas de conveniencia, no solo abastecen nuestras necesidades, también representan lugares de paso y encuentro. 

Pero en ciudades como Colima, donde la tierra tiembla con frecuencia, estos espacios deben repensarse más allá de su lógica comercial. 

¿Estamos considerando verdaderamente los riesgos que implica alterar la disposición física de estos lugares?

Basta recorrer una tienda cualquiera para notar cómo los pasillos, antes amplios y despejados, hoy son ocupados por exhibidores temporales, productos apilados y promociones de temporada. 

Lo que en principio podría parecer una estrategia de marketing inofensiva, en realidad compromete una función esencial: la de permitir la circulación libre y rápida de las personas en caso de una emergencia.

Colima se encuentra en una zona de alta actividad sísmica. Esto significa que no solo debemos prepararnos mentalmente para un temblor, sino también adecuar nuestros espacios físicos para garantizar evacuaciones seguras y ordenadas. 

En este contexto, la amplitud de los pasillos no es un detalle decorativo ni un lujo arquitectónico: es una medida de protección civil. 

Si los accesos están obstruidos o reducidos a la mitad por mercancía improvisada, ¿qué pasará cuando la urgencia sea real?

No se trata de culpar ni de señalar con dedo severo. Muchas de estas prácticas responden a limitaciones de espacio y a la necesidad de mantener la viabilidad económica de los negocios. 

El problema, sin embargo, surge cuando esa necesidad se impone sobre la seguridad. 

Las normas existen por una razón, y en este caso, por una muy clara: proteger vidas de quienes se encuentran estas espacios públicos. 

La responsabilidad no es exclusiva de las autoridades, ni tampoco solo de los empresarios. Es una responsabilidad compartida.

Quizá lo que hace falta es fortalecer la conciencia colectiva sobre el valor del espacio. 

Entender que un pasillo libre no es espacio desaprovechado, sino una ruta de escape potencial; que un anaquel menos puede significar una salida más rápida; que no todo lo que se ve como pérdida económica es realmente una pérdida. 

Si algo nos ha enseñado la historia de los desastres naturales, es que las tragedias suelen multiplicarse cuando se descuidan los detalles pequeños.

Por eso, más que una exigencia, este texto quiere ser una invitación. A las tiendas, para que revisen sus distribuciones internas con ojos críticos, pensando en las personas que las visitan día con día. A las autoridades, para que acompañen este proceso con orientación y revisiones constructivas, no solo sancionadoras. Y a nosotros, los consumidores, para que tomemos conciencia de que también podemos —y debemos— pedir espacios seguros.

No es cuestión de vivir con miedo, sino con previsión. 

Una ciudad que se prepara no es una ciudad paranoica, sino responsable. 

Y la responsabilidad, como bien sabemos, se construye entre todos. 

Así como exigimos que las banquetas estén libres para caminar, también debemos defender la idea de que dentro de una tienda debe haber lugar para evacuar, para moverse con libertad, para vivir con tranquilidad.

En este contexto, el respeto por el espacio se convierte en un valor ciudadano. 

Un reflejo de nuestra cultura de prevención. Una muestra de que podemos equilibrar lo comercial con lo humano, lo rentable con lo seguro. 

Porque, al final del día, ningún producto debe ocupar el lugar de una vida.

*Las opiniones expresadas en este texto de opinión, son responsabilidad exclusiva del autor y no son atribuibles a CN COLIMANOTICIAS.