Colimense de 100 Años y sus Travesías en más de siete Mares

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    Desde niño creció mirando el mar, vivía en Manzanillo y lo enviaban a la escuela a Colima. Fue entonces cuando contrajo el paludismo que le hizo perder tres años de clases, y perder también el conocimiento por quince días. “Tenía una dieta bárbara”, recuerda. Una taza de atole blanco en la mañana, otra taza de atole a medio día, y otra en la noche. Pasaba tanta hambre que se quería comer hasta a los gatos. Recuerda con precisión incluso el nombre de un medicamento que le inyectaban, emetina.

    Aunque le quedaron secuelas, una vez que se recuperó concluyó sus estudios de primaria y cuando tenía 14 años, en contra de la voluntad de su madre y tras muchos lloriqueos se embarcó en el Washington, un barco de 200 toneladas que lo llevaría a recorrer muchos puertos. Empezó como aprendiz, dirigiendo el barco por Manzanillo, Acapulco, Puerto Vallarta, San Blas, Mazatlán, La Paz, Santa Rosalía, Guaymas y San José del Cabo, en ese primer barco estuvo cinco años.

    En ese ambiente hizo amigos, recuerda que algún día sacaron una vitrola e hicieron música y se pusieron a bailar, sonriente platica como los rodearon muchas muchachas en la bahía de Guaymas. También navegó en el barco Bolívar, el Jalisco y el Coahuila. Luego de un tiempo regresó a Guadalajara con su madre que tenía una casa de asistencia, pero recuerda que era difícil, “Guadalajara era una tirana, no había trabajo”. Y regresó entonces a Cuyutlán y luego a Manzanillo, en donde volvió a la vida de marinero en el barco Moctezuma, estuvo en una oficina donde le pagaban dos pesos diarios, por despachar a los barcos. Enseguida, con una carta de recomendación de un capitán, se fue a Tijuana y luego a San Diego. Ahí le dieron trabajo por dos años en el Sauzal, un barco pequeño en el que recorrió lugares más lejanos.

    Viajó a las islas de Oceanía, recorrió las costas de Estados Unidos y Canadá. Así pasaba la vida, días en mar, días en puertos, en el buque Sonora. Ya antes había estado muy cerca de Rusia y había ido a Japón. Navegó por las Islas Fiji, Nueva Zelanda, Hawai, todas las islas del sur, el Caribe, el Golfo de México, Montevideo, Río de Janeiro y el Río de la Plata. Cuando estaba en tierra se divertía junto con sus compañeros, “ya marinero viejo, se mete uno donde no debe, y luego al fin marinos, bola de borrachos y vaquetones, sinvergüenza que es uno”, en esa época se escuchaba Agustín Lara, le gustaban los danzones y era feliz bailando. “Ahora andan como locos, se avientan y se las pasan entre las piernas, que feo”.

    Don Enrique llegó a ser gerente de Servicios Marítimos, una compañía naviera que fundó en Manzanillo, después de toda una vida a bordo de los barcos. De aprendiz de timonel a gerente de Servicios Marítimos, tiene en sus recuerdos incontables viajes que lo llevaron a conocer el mundo. Le gusta leer los periódicos aunque las noticias lo hacen enojar. “Hay 500 diputados, 500 sinvergüenzas, todos sin excepción; México necesita un dictador pero que sea bueno, necesitamos un Porfirio Díaz para que se arreglen”. Continúa opinando, “ahora esas alianzas, ahí viene en el periódico las alianzas, si para eso son los partidos para dar cada quien sus ideas, es una porquería, da tristeza ver que México sea tan sinvergüenza”. Concluye que después de tantas travesías, ahora pasa sus días entre la lectura de los diarios y el recuerdo de los dos grandes amores de su vida, su esposa Bertha Dueñas Chata y el inmenso mar.

    Con información de María del Refugio Reynozo Medina

    Guadalajara /Público