Por: Rogelio Guedea.
Aunque tenemos padeciendo de violencia desde hace varios años ya, no se había tenido precedente del nivel al que se ha llegado en Colima en este momento, al punto de que puede palparse el temor de grandes sectores de la población de ser alcanzados por ella. A la par de esto, la pandemia sigue cobrando vidas y los casos positivos aumentando, lo que ha ocasionado que empiece a haber problemas ya de ocupación hospitalaria, como es el caso de Manzanillo. Pero el hecho sin precedentes de la violencia tal vez nos esté indicando un límite que ya las autoridades de todos los niveles de gobierno no pueden dejar que se traspase. Más allá del cobro de vidas que esta violencia está ocasionando, de suyo lamentable y doloroso, la serie de incendios a coches y viviendas suscitada en diferentes partes de la ciudad es una buena metáfora para recordar también, salvando las proporciones, aquel llamado Gran Incendio que sucedió en la Roma del emperador Nerón y que de igual modo sembró el terror en la población y significó un cambio importante para la vida de aquella gran ciudad. No haré mayores interpretaciones al respecto, pues la historia es controversial y quizá ya muchos conozcan este hecho de primera mano, pero me parece que no estaría nada mal que repensáramos lo que está sucediendo hoy en Colima con aquello que sucedió en la Roma imperial, y entonces, aprendiendo de la historia, no vayamos a tomar (autoridades y ciudadanía) remedios que vayan a ser peores que la enfermedad que padecemos. Lo que necesitamos, en cambio, es recuperar la paz, nadie pensaría en este momento en recrudecerla, y creo que ese será el
mayor reto del gobierno de Indira Vizcaino en coordinación con los gobiernos municipales, quienes en este momento parecen estar totalmente invisibilizados por la violencia. Como lo digo, los incendios indican un límite que ya no se puede traspasar pues demuestran o quieren demostrar el poder que tiene el crimen organizado para sembrar el
terror en la población y además poner al Estado de rodillas, evidenciando su incapacidad para contenerlo,
algo que no se puede permitir,
pues el poder del estado es esencialmente el poder ciudadano por encima de cualquier otro poder. Cuando he hablado de recuperar la paz, no solo me refiero a contener la violencia, sino también a reforzar ámbitos generadores de fondo de esta misma paz, como la educación, el impulso de la cultura y las artes, la renovación en todos los aspectos de las instituciones locales que brindan servicio a la población y que reducirán el enojo consuetudinario que éstas producen en sus usuarios, el impulso del deporte, el embellecimiento de los espacios públicos que inviten al encuentro social, la creación de mayores oportunidades de empleo y actividades productivas, etcetera. También la carencia de estos ámbitos son parte de esta metáfora del incendio que estamos padeciendo y que se vino a recrudecer hace ya más de una semana. Es evidente que el tejido social se ha deteriorado a tal punto que lo que nos están diciendo estos incendios es precisamente que se necesita empezar de fondo a regenerarlo, y para eso -eso sí- es necesario que nos impliquemos todos, porque aunque tenga la obligación de llevar la voz cantante en ello, sólo el gobierno no lo podrá hacer. Colima se incendia, como se incendió la Roma hace casi dos mil años, y esperamos que ni las autoridades ni mucho menos la ciudadanía permitan que el incendio termine con la poca paz y el bienestar que nos queda, lo único y quizá lo más importante de lo que puede jactarse cualquier comunidad, por pequeña que esta sea.