CIENCIA NUESTRA DE CADA DÍA

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Listos para el fraude

Por: Alfredo Aranda Fernández*    

¿Cómo motivar la autocrítica? ¿Cómo enseñarnos a contradecirnos?, ¿a cuestionarnos? La duda y la ignorancia nos carcomen. Bueno, la ignorancia en sí no, más bien el reconocimiento de la misma.

Desde que somos, nuestro cerebro interpreta la información que le llega. Muchas veces, la gran mayoría, dicha información es superficial, a veces fraudulenta y siempre incompleta. Y aún así tenemos que tomar decisiones y saciar la curiosidad. Para cuestiones prácticas y básicas de supervivencia el cerebro nos ha funcionado de maravilla: estamos vivos como especie a pesar de ser muy vulnerables físicamente. Por otro lado, una consecuencia importante de los mecanismos que como especie tenemos para sobrevivir, es que creemos un montón de tonterías.

Para sobrevivir tenemos que ponernos de acuerdo. En el sentido más básico esto significa seguir a los demás. Si están corriendo y gritando, seguro es por algo importante y, aunque en este instante no sepa por qué lo hacen, mejor me voy con ellos, ¡no vaya a ser! En el fondo, buscamos líderes. Es más fácil seguir que tomar decisiones. Es una cuestión de eficiencia, resultados y – sobre todo – de minimización de responsabilidad.

Y entonces ¿qué pasa cuando esos mecanismos automáticos y primitivos siguen funcionando aún cuando ya no sean tan necesarios? Vivimos en una sociedad y época en la que nuestras vidas, al menos para una gran cantidad de seres humanos, no están en un peligro latente de manera diaria. Es más, tenemos tiempo para estudiar, vacacionar, ir al cine, tomar una cerveza, discutir sobre política y meternos en los asuntos de los demás. Sin embargo, a pesar de haber logrado una vida tan falta de preocupaciones letales y llena de momentos de paz, los mecanismos de seguridad en nuestro cerebro siguen ahí. ¿Cómo se manifiestan? ¿Nos hacen bien? ¿Mal? Es interesante que gracias a ellos seguimos creyendo un montón de tonterías, pero ¿es eso malo?

Una respuesta común a muchas de las preguntas que nos hacemos es: “depende”. En este caso la respuesta depende demasiado de qué es lo que creemos, cuándo lo creemos y qué tanto dejamos que esas creencias afecten nuestras acciones. Por supuesto que también depende de qué tipo de acciones. Depende de quién nos quiere engañar y manipular y por qué. En otras palabras, en el fondo, seguimos viviendo en un lugar complicado y salvaje. Quizás los riesgos no son tan bruscos y violentos, pero siguen estando ahí y han evolucionado junto con la civilización.

Y entonces ¿qué hacer para no equivocarnos en lo importante, en lo que nos puede afectar y hacer daño? Afortunadamente, desde hace ya varios siglos, hemos desarrollado un mecanismo de autocrítica y decisión que ayuda enormemente a sobrepasar esos mecanismos primitivos. No lo hace de manera individual, es decir, no suprime esos mecanismos naturales en un ser humano en particular, lo que hace es asegurarse de que la información obtenida y analizada se desvincule de los prejuicios de quienes la emiten y estudian. No es fácil, pero ha funcionado muy bien. A veces logra decidir lo que es de lo que no en poco tiempo. A veces le toma décadas, otras incluso más tiempo. Lo interesante es que logra, de manera sistémica, autocriticarse y corregirse. Puede equivocarse, de hecho lo hace frecuentemente (es precisamente la manera en que funciona), pero luego contrasta y corrige. Deshecha el error y el posible fraude. La equivocación puede durar poco tiempo o mucho años. Puede ser que algunos humanos cometan fraude, intenten utilizarla para lograr imponer alguna idea. Sin embargo, al final, gracias a su sistema de fondo, los fraudes y posibles errores salen a relucir. Eso es útil. Es un sistema a prueba de humanos hecho por humanos. Se llama ciencia y la pueden usar en todo. La ciencia es una manera de resolver incógnitas y problemáticas que nos da confianza en que la soluciones no son capricho de alguien.

 

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*Coordinador General de Investigación Científica de la Universidad de Colima.