AMLO: LOS MALOS EJEMPLOS

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TAREA PÚBLICA

Por: Carlos Orozco Galeana

En forma clara y contundente el presidente Andrés Manuel López Obrador repitió  hasta que se cansó que si llegaba a la presidencia  predicaría con el ejemplo, que haría  un gobierno limpio, incorruptible, para que otros en la escala del poder abajo de él hicieran lo mismo. Que barrería la corrupción de arriba hacia abajo, como se limpian  las escaleras. Criticó severamente al régimen de Enrique Peña Nieto al que  casi lo pintó como jefe de un cartel político – mafioso que hizo y deshizo en el gobierno a su cargo y  acusó de favorecer a los señores del gran capital con adjudicación de obras y otras ventajas que les aseguró un  enriquecimiento escandaloso.

Como era lógico, sus críticos manifestaron que con esa creencia o muestras de bondad hacia los prevaricadores, la cuestión no se resolvería, y  hoy  los hechos les dan la razón. En la política no hay santos.   Amlo está cayendo en el ridículo pues ha condescendido con los ricos banqueros a quienes les pidió, sin embargo, que cesen en su voracidad y escojan ellos mismos rebajar comisiones. En su momento,  calmó a Ricardo Monreal, quien con toda justicia pretendía que los bancos redujeran las comisiones por servicios, rubro por el que se llevan gran parte de sus ganancias anuales.    

Y es que el nuevo régimen, que tanto criticó la opacidad y la corrupción desmesurada en materia de adquisiciones y de obra pública contratada, está prácticamente igual que el anterior. . . o peor. Un porcentaje que supone escándalo respecto a las obras físicas,  se ha asignado en licitaciones a modo, sin concurso de por medio “porque las circunstancias no lo permiten”.     Miles de millones de pesos  está gastando la 4T sin la necesaria transparencia, por lo que el pueblo bueno y sabio ya  tiene sus dudas acerca de tales prácticas. Los militares están igual, sin licitar compra de vehículos y otros servicios, como ya lo comenté en artículo anterior. No son pocos los que dicen que se desplazó a un grupo de empresarios por otros que resultan ser viejos amigos de Amlo desde que era regente de la ciudad de México. Cuates son cuates.

Siempre he entendido que en la alta  burocracia, si hay conductas presumiblemente incorrectas, estas permean y terminan siendo cuestión natural. Si hay un jefe corrupto, su mal ejemplo cunde inmediatamente    y aquel gobierno  se convierte en una cueva de Alí Babá. Y no queremos más cuevas llenas de ladrones.

Amlo tiene que  entender que está poniendo un mal ejemplo a la república con las licitaciones prontas y amañadas. Crecen las sospechas porque no se licitan obras de acuerdo a las leyes. Por ahora, los mexicanos en su mayoría creen en él, pero pienso que está lastimando esa confianza que le entregaron en cada voto.

En los estados están replicando esa conducta irregular. Se ha de pensar: si Amlo no concursa las obras ¿porqué nosotros si? No hacer cosas buenas que parezcan malas, dice un adagio popular. ¿Y qué pasará en el resto del país? Viendo que Amlo no concursa las grandes obras, cuántos gobernadores están haciendo lo mismo? Han de pensar, reitero, que Amlo no está en condiciones de exigir o criticar algo que él no está dispuesto a hacer.

Todo mundo sabe que  funcionarios en todo el país  hacen hasta lo imposible por justificar el no concurso de las obras. Aducen mil razones para violar las leyes una vez tras otra. Muchos gobernadores, nomás llegan, seleccionan gente incondicional del gremio empresarial, cuyas cabezas se quedan con el mayor número de contratos en detrimento de la mayoría y terminan siendo socios de este o aquel para invertir con ellos o cuando menos recibir mochadas. Son jefes y proveedores a la vez. Desvergonzados.   Así, las obras resultan de mala calidad, caras e inconclusas. A veces, nomás se cobra por ellas sin que se edifiquen, según reporta la carabina de Ambrosio que es la Auditoría Superior de la Federación.  

Cuando hay corrupción, amigos lectores, la obra pública pierde su sentido como un instrumento al servicio del interés de la sociedad y se convierte en una fuente de problemas, frustración social y malestar ciudadano.

Nuestro México requiere buena dosis de esperanza para creer que los años por venir serán mejores que el presente.  También de gobernantes honestos que pongan el ejemplo y se dediquen a servir.

Nuestro presidente debe dejar de exhibir a corruptos potenciales todas las mañanas y promover en todo caso el castigo que se merecen. Esa será una forma de recuperar no solo el dinero de todos, sino la confianza misma en su proyecto renovador, puesto que más del 90 por ciento, según una encuesta muy reciente, piensa que no se está haciendo lo conveniente en la lucha contra la corrupción.