AL VUELO

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Paisajes después de la batalla

Por Rogelio Guedea

Mi hijo llega de la escuela. Se quita la camisa, el suéter azul y se sienta en el borde de su cama, con las piernas encogidas. Me siento junto a él. De pronto, dice: pobre de mi amigo D, y se frota las manos, ansiosas. ¿Qué pasó con tu amigo D? Estábamos jugando futbol, continuó mi hijo, en la cancha, contra los de quinto, íbamos ganando y, de pronto, se salió de jugar y fue a sentarse debajo de un árbol, detrás de un arbusto, a un lado del área de juegos, como si se lo hubiera tragado la tierra. Se me hizo raro  y me fui a buscarlo. Lo vi triste, estaba en cuclillas. Me acerqué y le pregunté si le pasaba algo. Me confirmó lo que había visto en su rostro: estaba triste, los ojos enrojecidos, fijos en un punto incierto. ¿Pasó algo?, que le preguntó mi hijo. No, dijo su amigo D, nada más me acordé de mi familia, que mataron durante la guerra de Cambodia, una noche, en una de las habitaciones de su casa. ¿A toda su familia, mijo?, pregunté. A toda, contestó mi hijo. Y luego, visiblemente conmovido, se encogió de hombros.
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