AL VUELO

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El héroe domesticado

Por: Rogelio Guedea

Mi mujer me dijo que a la llave de agua del patio trasero se le había quedado atorado el conector de la manguera, así que dejé a la mitad el poema que estaba escribiendo, me puse las chancletas y fui al patio trasero, pero cuando iba caminando por el camino de piedra vi que el musgo se estaba expandiendo más allá de las junturas del concreto (por poco y caigo de un resbalón) y entonces decidí ir por una pala para arrancarlo antes de que sobreviniera una desgracia mayor, pero cuando iba por la pala (colgada de un clavito en el sótano), me di cuenta de que la escoba de fierro estaba desprendida del mango, por lo que pensé que lo mejor sería repararla antes de que mi mujer pegara el grito en el cielo cuando quisiera remover la hojarasca de los cajetes laterales del jardín, así que fui donde la caja de herramientas, busqué entre los desarmadores de cruz, metí más la mano dentro y, cerca del fondo, encontré los ensambles que me faltaban para colocar, por fin, la persiana de mi pequeño estudio, me asombró el hallazgo porque los había estado buscando sin éxito (¿cómo habrían llegado ahí?, me preguntaba), así que saqué los ensambles y volví a mi pequeño estudio, pero cuando apenas iba a subir las escaleras ladeé un poco la cabeza y vi que la malla del brincolín estaba rota, desgarrada por los costados del cierre de ingreso, así que, pensando en que mi hija tal vez podría caerse luego de dar su consabida marometa mortal, decidí hacerle un nudo provisorio utilizando un mecate que habíamos puesto unas semanas atrás en los tubos de enganche para evitar que a las fundas las arrancara un ventarrón, pero cuando apenas me disponía a realizar mi hazaña salió mi mujer, colocó los nudillos de sus manos sobre su cadera, apretó las quijadas y me dijo que me dejara de tonterías y a ver si me apuraba un poquito porque íbamos a llegar tarde a la comida con los amigos mexicanos: como siempre.
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