FIEBRE AMARILLA, ESTRAGOS DE UNA EPIDEMIA

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*A la memoria de Martín Chávez. Víctima de Covid

Por José Díaz Madrigal

Colima ha padecido a través de su historia, el embate de distintas enfermedades infecto-contagiosas, que han golpeado con fuerza a la población; por mencionar algunas que más castigaron a los habitantes en otros tiempos son: la viruela, cólera y la fiebre amarilla.

La viruela traída por los soldados españoles durante la conquista, atacó desde entonces de forma intermitente sobre todo a la población indígena. Se erradicó por medio de vacunación generalizada y, desapareció a mediados del siglo pasado.

La cólera es un padecimiento bacteriano, a diferencia de las otras dos que son causadas por virus. Esta enfermedad llegó a matar a muchos pacientes en el siglo XIX, principalmente en la ciudad de Colima; siendo el motivo de que se hiciera el primer panteón de que se tiene registro, fuera de los templos, El Moralete, ubicado en los alrededores de las calles Madero y Calzada Galván.

La fiebre amarilla, enfermedad transmitida por los zancudos; llegó a Colima en el año de 1883.

El Dr. Miguel Galindo, en su libro Historia Pintoresca de Colima, refiere que esta epidemia entró por Manzanillo, cuando arribó un barco procedente de Panamá al puerto colimote, dejando en este lugar a unos pasajeros que venían contagiados con ese mal.

Todo parece indicar que muy al principio, la enfermedad tuvo una propagación entre los manzanillenses bastante rápida. La población del puerto en aquel entonces era de mil habitantes. Fue tan trágica la contagiadera entre los porteños, que las autoridades decidieron evacuar la mayor parte de sus habitantes hacia Tecomán; donde permanecieron por cierto tiempo.

La noticia de la devastación en Manzanillo, provocó el pánico en la ciudad de Colima. Se formó un grupo de médicos con el fin de auxiliar a aquella población. En realidad iban a enfrentarse a una enfermedad desconocida para este grupo de médicos.

Poco tiempo tardó en que se vieran las primeras bajas de los galenos que habían acudido a prestar ayuda a los manzanillenses. Como uno de los buques que atracaron en Manzanillo, levó anclas para dirigirse a Mazatlán llevando la enfermedad a bordo, rápido la propagó entre sus habitantes. Desde este puerto sinaloense, se reportó a la ciudad de México las características de la enfermedad; fue hasta entonces que se emitió el diagnóstico: Fiebre Amarilla.

Por telegrama la dirección de salud capitalina, avisó al gobierno de Colima el nombre del padecimiento al que se enfrentaban. La sociedad de aquel tiempo conciente del peligro, se preparaba para la acometida.

La autoridad civil daba indicaciones acerca de la limpieza de solares, huertas y sembradíos; con el fin de minimizar los criaderos de zancudos.

El mando eclesiástico, en la persona del primer obispo de la recién estrenada Diócesis de Colima, Don Francisco Melitón Vargas; sabedor del infortunio que estaban pasando en Manzanillo, una oscura madrugada, ensilló él mismo su propia mula para dirigirse al puerto. Cuando amaneció se dieron cuenta de la ausencia del ilustre prelado. De inmediato se organizó una comitiva para darle alcance y hacerlo desistir de su temeraria intención. A un trote veloz, lograron alcanzarlo en Tecolapa y, después de mucho ruego, exponiendo razones de que él hacía falta para planificar y disponer con su autoridad, lo que debería hacerse para paliar la crisis de salud. Lo convencieron, regresando con la comitiva.

Aunque se estaba en estado de alerta, por necesidad había tráfico de viajantes de Manzanillo a Colima. Era de esperarse un golpe de frente, no tardó en llegar. Fue tal la catástrofe sanitaria con la innumerable cantidad de muertos, que el antiguo panteón del rumbo del Moralete resultó insuficiente, para enterrar a los difuntos.

El penúltimo hacendado de La Estancia, Don Juan de Dios Brizuela; dándose cuenta de la necesidad que había de otro lugar para hacer un nuevo cementerio, generosamente donó al Ayuntamiento, el potrero de su propiedad llamado Las Víboras; que es el actual panteón municipal de Colima. Recibiendo su primer cortejo fúnebre el día primero de enero de 1884.

Fueron dos años de angustia por aquella peste, al finalizar ese año de 1884, la fiebre amarilla empezó a declinar y, en lo sucesivo se presentaron únicamente por poco tiempo, casos esporádicos.

Desde que tenemos memoria histórica, la humanidad hemos convivido con diferentes tipos de enfermedades; en el caso de las pandemias, los picos estadísticamente hablando, duran un promedio de dos años. Esperemos que esta última pandemia del Covid que nos está invadiendo, sea más breve y no llegue siquiera, al término medio de los picos que se conocen de las antiguas pandemias; quedando en adelante solo un dato histórico como lo fue la fiebre amarilla.

Sólo Él Señor te librará de la red
Y te defenderá de la peste funesta.

Sal. 91,3