20 minutos al día

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Por: Jonás Larios Deniz*

Lectura, escritura y cálculo son las tres habilidades centrales a desarrollar en un estudiante a través de la educación básica. Cada una  de ellas exige formación conceptual y espacios de práctica, de manera que la solidez del desempeño que cada niño, niña o adolescente alcance como lector (a), escritor (a) y usuario (a) de las Matemáticas estará directamente relacionado con la comprensión de qué es y para qué es útil saber leer, escribir y sacar cuentas; dependerá también de la ejercitación o entrenamiento que se realice dentro y fuera de la escuela.

Un tercer elemento determinante para la integración de dichas habilidades en la personalidad de los niños, niñas y adolescentes deriva del modelaje, tutoría y acompañamiento que realizan los docentes y los padres, madres de familia y tutores (as), en la escuela y casa, respectivamente. A esto último me urge referirme. ¿Los padres, madres de familia y tutores (as) asumen a la escuela como única instancia formadora? O bien, ¿Identifican y/o se informan de las posibilidades de perfeccionamiento del niño, niña y adolescente en el hogar?; ¿Cuentan con actitud proactiva para emprender acciones educativas que involucran a toda la familia?

En mis recuerdos de infancia encuentro la instrucción religiosa que mi mamá brindó en el hogar. Ahora entiendo (como pedagogo) los métodos y técnicas difundidos por la religión católica que ella supo suministrar: el catecismo, la oración y la confesión fueron estrategias que fortalecieron la disciplina como lectores, oradores y creyentes. Por ejemplo, rezar en familia el Santo Rosario fue una práctica que impulsó la lectura en voz alta; mi mamá dirigía con miradas el comportamiento de los y las participantes, incluso, utilizaba (en el instante) pequeños castigos físicos para quienes no ponían empeño en la lectura eficiente de la letanía.

Cabe mencionar, con respeto, que mi mamá no sabía, ni sabe leer. Veinte minutos aproximadamente duraba esta actividad, después de la cual éramos libres para hacer nuestras labores personales dentro del hogar. Veinte minutos también, es la cantidad de minutos que la Secretaría de Educación Pública recomienda dedicar a la lectura en casa. La estrategia consiste en que el niño,  niña o adolescente lea los primeros cinco minutos, luego sea el adulto quien continúe por diez minutos más, dejando los cinco restantes para “platicar sobre la lectura (…), conversar lo que han aprendido y generar una breve discusión sobre inquietudes y reflexiones suscitadas” (http://www.leer.sep.gob.mx/pdf/ENHL.pdf).

La propuesta señala que el objetivo es hacer de la lectura una práctica cotidiana en los estudiantes de educación básica. Resalto la habilidad lectora, por encima de la escritura y el cálculo, porque es un elemento obligado para escribir y resolver problemas matemáticos con la mayor eficacia posible. Además, la lectura es la puerta para el conocimiento de nuevos mundos (reales o ficticios).

De acuerdo con el Programa Nacional de Lectura y Escritura (http://www.leer.sep.gob.mx), el perfeccionamiento de la lectura tiene que ver con tres ámbitos: 1. La velocidad, ¿Cuántas palabras por minuto lee un niño o niña en voz alta? 2. Comprensión, ¿Qué tanto entiende el niño o niña de lo que lee? y 3. Fluidez, ¿Cómo lee el niño o niña en voz alta? De manera que, en relación con la velocidad lectora, quienes cursan primer año de primaria deberán leer 35 a 39 palabras por minuto; mientras en tercer grado de secundaria tendrán que leer de 155 a 160. Aunado a ello, se espera que comprendan lo que está leyendo.

La propuesta “20 minutos al día” fue lanzada en 2011, por lo que no es novedad; no obstante, mi intención al recuperarla es plantear un ejemplo concreto de una actividad que no es exclusiva de la escuela. Me permite también resaltar la necesidad urgente de construir agendas de vida familiares enriquecedoras, tales como: realizar actividades de ocio, domésticas, espirituales, por mencionar algunas.

En los años setentas y ochentas, rezar el Santo Rosario en familia, diariamente, era una obligación religiosa que las madres de familia (y algunos padres) se encargaban de cumplir. En el panorama educativo actual, la familia aparece como protagonista, por lo que me parece conveniente revisar y corregir las rutas de colaboración escuela-hogar; para ello, enuncio algunas preguntas orientadoras: ¿La madre, padre o tutor (a) están dando cumplimiento a la obligación moral de formar lectores (as) en el hogar? ¿La madre, padre o tutor (a) acude con los y las docentes para dar seguimiento al desarrollo de la lectura en sus hijos (as)? ¿Qué recomiendan las madres, padres y tutores (as) para seguir fortaleciendo la formación de lectores (as)?

 

* Profesor-investigador de la Universidad de Colima