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En un cruce de caminos, no muy lejos de una gasolinera cubierta de maleza, hombres y mujeres jóvenes vestidos con descoloridos uniformes verdes detienen a los vehículos que regresan de un mitin de opositores al presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, piden a sus pasajeros que se identifiquen e inspeccionan sus autos, camiones y motos.
Este tipo de controles han proliferado en las vastas llanuras tropicales del país, en las boscosas tierras altas y en el litoral en vísperas de las elecciones presidenciales del domingo, con el objetivo de intimidar, y ocasionalmente detener, a los críticos con el gobierno. A menudo piden un aventón, bananas o una “colaboración”, el eufemismo venezolano para un pequeño soborno.

“El destino de Venezuela depende de nuestra victoria”, afirmó Maduro en un mitin este mes. “Si no quieren que Venezuela caiga en un baño de sangre, en una guerra civil fratricida producto de los fascistas, garanticemos el más grande éxito, la más grande victoria de la historia electoral de nuestro pueblo”.
La jerarquía militar se ha mantenido firme al lado de Maduro, metiéndose de lleno en el fango político en lugar de limitarse a su papel tradicional de proteger la votación.