Por: Gustavo L. Solórzano
Eran muy jóvenes cuando se conocieron; como compañeros de escuela, estaban tenían la mochila repleta de sueños. Después de tratarse un tiempo de manera formal, decidieron unir sus vidas ante el juez. La cigüeña pronto les envió un fax avisándoles de su visita, ambos estaban emocionados, pues la ilusión nacida del amor, cristalizaba en un cachorro. El tiempo transcurrió y lamentablemente sus vidas tomaron caminos diferentes, la inmadurez de ambos y la continua intervención de los padres de ella, abonaron a la ruptura.
La relación iba de mal en peor, para ella, era insistente el apoyo de su madre y para él, un rechazo absoluto de los suegros. Un mal día la relación llegó al principio de su fin, el regresó a la casa de sus padres y ella hizo lo mismo, el orgullo es un mal consejero y la monotonía un veneno para el alma. El pequeño pagó los platos rotos e impositivamente se quedó con la madre, el viacrucis aún no comenzaba. Padre e hijo se veían cuando ella y sus padres decidían, la ley había normado unas indicaciones, mismas que nunca se cumplieron, de manera arbitraria la madre se llevó al hijo a vivir a otra ciudad, las leyes son para violarse, dicen.
El poderoso caballero llamado dinero, entró al quite, La casa grande, la de los abuelos, fue el nuevo destino del menor, en donde los abusos de autoridad, los golpes, amenazas y expresiones negativas hacia el padre, eran el pan nuestro de cada día. El padre y su menor hijo se necesitaban, sufrían en silencio la pena de la separación. Mientras tanto, la madre seguía su vida en la ciudad inicial, pronto encontró pareja. Y una nueva relación y un nuevo hijo llegaron a su vida, sin embargo, eso no influyó para que ella cediera en su actitud de limitar los encuentros entre su primer hijo y su ex compañero.
El hijo creció, finalmente, el trato y la programación recibida en casa de sus abuelos, surtió efecto. Se distanció del padre, el amor se quebrantó y se volvieron dos desconocidos. La influencia nacida del vinculo materno es fuerte, decisiva.
La anterior es tan solo una pequeña historia con la que pretendo señalar los errores que los “adultos” cometemos cuando el ego, no el amor, dirige nuestros pasos. “Algunas personas queman su casa por ver arder la ajena” decía mi madre. Más allá de los ciudadanos comunes y corrientes, están las autoridades que aplican las leyes, jueces y sus secretarios corruptos, a quienes poco les importa el destino de los menores y su integridad emocional y física. Que en este que señalo y muchos casos más, son los que sufren las consecuencias de la separación conyugal.
Niños y niñas, que se vuelven mercancía para el que tiene mas $aliva, pues es el que traga mas pinole, dicen. Padres inmaduros, egocentristas, que con tal de afectar a su ex, actúan como implacables verdugos, ciegos de soberbia, afectando a sus hijos. Mientras tanto, los hacedores de las leyes, cobran jugosas tajadas y de igual forma, solo ven por su beneficio, hay que asegurar el siguiente trienio.
Hacen falta verdaderos servidores públicos que se comprometan de acción y no de palabra, con quienes verdaderamente necesitan. Hijos de padres separados a los que se les limita la sana convivencia con ambos padres, son candidatos a ciudadanos nocivos. Ahí está el problema que requiere ser atendido urgentemente, la falta de afecto genera consecuencias familiares y sociales lamentables, no son las obras de relumbrón las prioritarias, sino la educación efectiva y afectiva a los niños. Aunado a ello, la adecuación de las leyes a fin de que se obligue a ambos conyugues, para que convivan con sus menores hijos hasta que estos alcancen la mayoría de edad. No solamente pensión alimenticia es lo que requieren los menores, prioridad amorosa, es la solución.
De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud, un alto porcentaje de enfermedades son mentales, o tienen su origen en las emociones no atendidas. Desde tics nerviosos, hasta enfermedades como la obesidad y las crónico degenerativas, tienen su origen en la deficiencia afectiva. Urge una vacuna pero ya, amor. Es cuánto.