PERGAMINO BALOMPÉDICO

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Alex Carbajal Berber|ULTRAMEDIA

Las barras bravas

El mejor partido –en vivo- que he visto en mi vida ha sido la final de ida del Verano ´99, en el cual Atlas de Guadalajara se enfrentó a los Diablos Rojos del Toluca, en el Estadio Jalisco, con un empate a tres goles de gran nivel futbolístico.

Fueron los primeros torneos en los que clubes del balompié mexicano se vieron inmersos en el mundo de las barras bravas al mero estilo del futbol argentino. A unos metros de distancia, vi cómo se enfrentaban en ese partido la Barra 51 y la Barra Perra Brava de palco a palco y se retaban para enfrentarse fuera del estadio. Era el inicio del fin para las familias en el estadio.

Años después, algunos de estos clubes (a quienes deberíamos culpar por importar este cáncer desde tierras sudamericanas), como el Pachuca, por ejemplo, fueron precursores de este tipo de barras, que vinieron a sustituir a las porras familiares en las gradas de los estadios, y a enrarecer la atmósfera de los campos mexicanos.

Los hechos ocurridos el sábado en el Estadio Jalisco son producto de una serie de mutaciones sobre las primeras importaciones de barras bravas y el empoderamiento de los líderes de este tipo de agrupaciones desde Argentina, que en algunos casos hasta recibían pago directo de los clubes por ocuparse de la hinchada respectiva. Todo ha mutado, y como consecuencia, de hace varios años para acá, los estadios mexicanos han padecido ataques dentro y fuera de sus instalaciones. La policía mexicana, tan poco preparada para espectáculos deportivos, en algunas ocasiones ha sido víctima, y en otras ha sido victimario.

La bomba ha estallado varias veces, pero las escenas brutales del sábado, donde policías de Guadalajara eran prácticamente linchados en la parte alta del Estadio Jalisco, colmaron el vaso. Hay que decirlo: las barras bravas son un ambiente propicio para la proliferación de entes sociales dañinos. La reventa de boletos, la corrupción para obtener pases al estadio, así como

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el tráfico de sustancias diversas han sido la forma de ingreso para muchos líderes de barras bravas que, por conductas menores, han sido procesados a varios años de cárcel en países de primer mundo, como Inglaterra.

Nunca es tarde para intentar sanar este cáncer del futbol mexicano. Se debe trabajar rápido. A los estadios mexicanos les hace falta tecnología para impedir el ingreso de personas, armas, drogas y demás objetos que circulan en el interior de estas agrupaciones. Una verdadera operación anti hooligans es lo que necesita nuestro balompié, y la llamada Liga MX tendrá un reto fuerte en el combate a este tipo de conductas, no sólo económico, sino también en lo cultural y social, aspectos en los que poco han abonado.