PARACAÍDAS

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Por Rogelio Guedea

Las campañas políticas en Colima han terminado. Terminaron ayer.  Demostraron, en términos generales, hay que decirlo, el nivel tan bajo que tiene la clase política para hacer política, siendo que la política es el arte de poner el bien común por encima de todos los otros bienes, incluidos los más íntimos. Parece que caminamos cada vez más hacia la barbarie y lejos ha quedado el sueño de tener una comunidad de hombres regida por los principios fundamentales de la ley y la tolerancia. No hay tolerancia, no hay ley. En estas campañas políticas aprendimos que el ruido de las guerras sucias (de todo tipo) fue mayor que el murmullo inaudible de las propuestas. De esto ningún partido político salió indemne. Es lamentable, y triste, sobre todo porque todo ese dinero que se tiró en las calles va en demérito de los que menos tienen, que ahora tendrán menos. Muchos millones tirados en una gran fiesta de la que parece que los menos beneficiados fueron los invitados, esto es, la sociedad en general. Yo creo que si la población quiere conocer a los candidatos y sus propuestas, bastaría, como aquí en Nueva Zelanda, recibir un folleto con su perfil y sus propuestas y, más tarde, la boleta para votar (boleta que después enviamos por correo postal). No tenemos que salir siquiera ni a votar. Todo lo hacemos desde la comodidad de nuestro hogar. ¿No se “escucharían” así mejor las propuestas sacadas del mundanal ruido de las guerras sucias? Además, nos saldría todo mucho más barato y el recurso sobrante podría destinarse (pero de veras destinares) a mayores causas nobles. Algo concluyo de esto: ya no sirven, como muchas otras cosas más en nuestro país, las campañas políticas. No habría que recortarlas, siquiera, habría que eliminarlas. Estoy convencido de que, incluso, de poco sirve tener más ofertas políticas. No cabe ya ni un partido político más. Los de reciente creación vienen a pedir lo mismo: cuotas de poder, privilegios, etcétera. Pero, pese a todo esto, no tenemos por ahora otra opción y estamos obligados a respetar las reglas del juego, aunque en este juego jueguen con la mayoría de nosotros. Votar, en este sentido, es imprescindible. Pero votar conscientemente. Un voto consciente es, para mí, un voto que piensa en el bien común sin dejar de pensar en el bienestar personal, ley ineludible de la naturaleza y de la sobreviviencia. Qué sacrificaré de mí con ese voto en bienestar del bien común sin verme yo en la inminencia de un grave daño es, para mí, lo que considero un voto consciente. Hay que ejercerlo, sin duda, este domingo que viene, y luego, nada más, aceptar los resultados y actuar en consecuencia. Que las verdaderas democracias se construyen todos los días. 

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