NEOCÓNSULES… (lecciones de historia)

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LECTURAS

Por: Noé Guerra Pimentel

“Dicen que la historia se repite,

lo cierto es que sus lecciones no se aprovechan”

Camille Sée

Entre la inmovilidad, la inoperancia, la incapacidad y, en varios casos, la presunta corrupción, como el sonado -evidenciado por la prensa- caso de Lomelí (https://www.forbes.com.mx/carlos-lomeli-renuncia-como-superdelegado-en-jalisco/) en Jalisco, quien hace unos días tuvo que renunciar al cargo ante la sospecha de varios actos criminales cometidos a la sombra del poder, poco a poco se ha venido desmoronando la audacia presidencial que de antemano se veía destinada al fracaso, la pretendida reinstauración de la arbitraria e inconstitucional figura de lo que serían los modernos cónsules, esos que fueron balconeados como los superdelegados, los mismos que al final y ante la presión mediática fueron legalmente degradados a lo que hasta hoy vemos como los maniatados “coordinadores”, esos con los que de origen se pretendía, según trascendió, concentrar en una sola cabeza el control de todas las dependencias federales de cada entidad para desde ahí operar y con ello restarle el poder el gobernador correspondiente; lo que como vemos no se ha concretado quedando solo y para mal de los antes beneficiarios en lo que de inicio apunto.

Pero vamos al antecedente y la evolución de esta figura. A lo largo de la historia ha existido la tentación de centralizar del Poder y la delegación inevitable de sus distintas funciones con una estructura piramidal. Desde la Edad Media en Europa (entre el 400 y el 1400 d.C.), de donde heredamos la forma de gobierno, los monarcas crearon figuras que guardan cierta semejanza con los llamados gobernadores civiles o electos. Así podemos nombrar a los poderosos cónsules, como representantes del poder del Rey, con funciones políticas y militares muy por encima de las autoridades locales. Al tiempo aparecen los Adelantados, funcionarios que ejercen fundamentalmente como jueces territoriales, pero que también eran enviados por el rey para encargarse del gobierno de una comarca. A finales del siglo XV aparecen el cargo de Corregidor, funcionario real que representaba la corona en el ámbito municipal.

Capítulo aparte tienen las llamadas Encomiendas, esas que también de los tiempos medievales retrajo Hernán Cortés luego del sometimiento de los pueblos nativos para compensar a quienes le habían apoyado en la conquista y para alimentar a la real hacienda, figura que prevaleció legalmente y no obstante la oposición de misioneros y juristas, por veinte años, aunque en varios casos se prolongó por cuatro generaciones o vidas y más, con la complicidad civil y clerical beneficiadas, hasta su prohibición en 1721. Posteriormente, con los Borbones, en el siglo XVIII tienen lugar las reformas de la Administración. Entre estas se establecen las figuras del Intendente que reemplaza a la del Corregidor, para la Administración de Justicia y el Gobierno económico. Aquí es emblemático Luis de Gamba y González, subdelegado de la Intendencia de Valladolid, quien en 1792 coincidió con el cura Miguel Hidalgo en Colima.

La Constitución liberal de Cádiz crea en 1812 la figura del Jefe Político, de ésta, el último que se reconoció como tal en el entonces Territorio de Colima, fue quien a la postre se convirtiera en el primer gobernador del ya Estado de Colima, Manuel Álvarez Zamora, en 1857. Tanto Antonio López de Santa Ana (1833-1847) como Porfirio Díaz (1876-1911) establecieron, cada uno en su momento, circunstancia y modo a los Jefes Políticos en varias regiones del país. Ambos buscando centralizar el poder. Ambos traicionando el espíritu republicano constitucional imperante. Ambos con aspiraciones de perpetuidad. Ambos fracasados. Ambos defenestrados. Ambos desterrados. Ambos reconocidos como apátridas.