JUÁREZ, ANIVERSARIO LUCTUOSO

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Por José Díaz Madrigal

Ayer sábado, se conmemoró el 148 aniversario luctuoso de Benito Juárez. Murió el 18 de julio de 1872 y, al mismo tiempo nacieron los defensores de su legado. Al principio quienes se encargaron de engrandecer la memoria de Juárez, fueron algunos diputados de su misma línea y una parte de la prensa liberal de ese tiempo.

Sin embargo, quien realmente fue el creador del mito a Juárez que perdura hasta el día de hoy; fue Porfirio Díaz y, lo hizo no por convicción, sino por pura conveniencia política; puesto que ya se habían convertido (Juárez y Díaz) en irreconciliables enemigos políticos.

Lo que hacía Porfirio con la creación de este mito, eran puramente movimientos audaces para calmar a los rijosos  Juariztas y mantenerlos controlados con el puño de su mano.

Les daba algunas concesiones, pero no los dejaba crecer. Una de las máximas de Porfirio cuando se refería a ellos, era: “perro con hueso en la boca, no ladra”; Porfirio Díaz supo utilizar a su favor durante todo su mandato, la memoria de Juárez  sin ser Juarizta.

La historia convencional de México, la oficial; la del gobierno, tomó la estafeta de la herencia porfiriana; primero durante el periodo revolucionario y, después los gobiernos posrevolucionarios, se dieron a la tarea de canonizar por todos los medios a Benito Juárez.

Los mitos o leyendas una vez que se han fortalecido en el imaginario popular, se viralizan, se transforman en un modo de pensar y a la vez en una creencia, que lleva de la mano a un asunto de fe emotiva; con poca capacidad para analizar; de tal manera que la figura mítica, se vuelve intocable por el simbolismo y por lo representativo en que se convierte.

Así pues, la arenga cívica en torno a Juárez creció principalmente a partir de las ceremonias y festejos alrededor de aniversarios de nacimiento o como el de este caso, aniversario luctuoso.

En el pedestal de los heroes patrios, Juárez es el hijo mimado del azar, tuvo la fortuna de morir en la cama; a diferencia de otros heroes como Hidalgo, Morelos o Madero; que murieron por bala y que también pertenecen al altar de la patria.

Un factor importante del éxito de Juárez, se llama Estados Unidos. Durante la guerra de Reforma, en México había dos gobiernos; el de Miguel Miramón y el de Benito Juárez. Los enviados estadounidenses del presidente Buchanan, en sus pretensiones sobre el istmo de Tehuantepec y los territorios del norte de México; infructuosamente habían hecho el intento de negociar con el gobierno de Miramón la compra de territorio al norte de del país, además el paso a perpetuidad por el istmo de Tehuantepec, ya que todavía no existía el canal de Panamá.

El de Miramón era un gobierno querido por el pueblo, reconocido por todos los países hispanoamericanos y por muchos europeos. Por ningún motivo hicieron caso a las pretensiones norteamericanas, estos al ver que no los pelaban, decidieron probar suerte y apoyar al gobierno de Juárez, de inmediato sin ningún escrúpulo este (Juárez) decidió entrar en relaciones con los enviados de Washington, recibiendo apoyo en armas y participando en una batalla decisiva para ayudar a Juárez a derrotar a Miramón.

Juárez a cambio de la ayuda prestada por los norteamericanos, además de cuatro millones de dólares firmó el tratado Mc Lane-Ocampo, donde cedía parte de la soberanía nacional. Todo esto a reserva de que el congreso de los Estados Unidos, ratificara el tratado.

Por suerte, el congreso de los Estados Unidos no ratificó dicho tratado y no se llegó a ejecutar;  pero la honorabilidad de Juárez y los Juariztas quedó por el suelo, aunque hayan ganado la guerra de Reforma.

La dictadura de Juárez (estuvo 14 años en el poder y le hubiera seguido sino lo sorprende la muerte. Los historiadores oficiales sin sentido de honor, no se atreven a ofenderlo con el calificativo de dictador) por todos los ángulos que se le vea, significó para los mexicanos polarización y destrucción.

Después de terminada la guerra de los tres años, se dedicó prácticamente a combatir sin tregua, ni asomo de perdón a los vencidos y lo peor, a destruir estúpidamente por todo el país, las grandes construcciones que eran verdaderas joyas de arte, de la arquitectura colonial.

Si aspiramos a un México, con menos ignorancia, a un país en que el progreso signifique trabajo y libertad; traer “fierrada” en la bolsa del pantalón o en el bolso de las damas, no podemos negar nuestro verdadero pasado histórico.

Sin dejarnos engañar de información falsa, resulta en verdad útil como individuos o como sociedad, saber de donde venimos y que es lo que anhelamos.

Nuestro México en la actualidad está semidetenido, por dos grandes males: la pandemia que nos azota y por la polarizante actitud de López Obrador, el fanático admirador de un destructor de México.