El gasolinazo

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El “efecto Trump” encareció el costo directo del combustuble  importado y el costo de oportunidad de la producida internamente
Por Francisco Gil Díaz*
En mi calidad de economista y exfuncionario público no puedo abstraerme del debate suscitado por los precios que regirán para la gasolina a partir de 2017.
Según algunos comentarios publicados en nuestra prensa y en las redes sociales ahora resulta que los precios deben ser proporcionales a los salarios. Cuando Hacienda compara internacionalmente los precios de la gasolina y muestra que a partir de 2017 seguirán estando muy por debajo de los que se observan en un número importante de países, algunas críticas señalan que en esos lugares el ingreso de las personas es varias veces superior al observado en México y por eso pueden soportar precios que son un porcentaje de su ingreso sensiblemente inferior al correspondiente al ingreso promedio del mexicano. Según recuerdo dichas críticas no aluden al elevado precio de la gasolina en países con ingresos por persona bastante inferiores al de los mexicanos. En Brasil por ejemplo el precio promedio de la gasolina cerró este año en 24 pesos por litro.
Con la lógica implícita en una comparación internacional de ingresos y precios, habría que preguntar qué precio sería el adecuado para autos, televisores, lavadoras, etc., y llegaríamos a la conclusión de que para una proporcionalidad del gasto igual a la de los países desarrollados habría que subsidiar todo, no sólo la gasolina. El problema con este enfoque es que el dinero para el subsidio tendría que salir de algún lado y las finanzas, el tamaño de la economía y nuestra poca eficiencia productiva no dan para eso, no dan ni siquiera para subsidiar la gasolina.
Los bienes y los servicios tienen un precio que está relacionado con su demanda y su oferta. Punto. Tratándose de la gasolina en casi todo el mundo los gobiernos, al precio del mercado, frecuentemente el precio internacional, añaden un impuesto elevado.
Un gravamen elevado a la gasolina responde a varios motivos.
Por principio de cuentas sirve para financiar al gobierno y, como la base del impuesto se define con mayor precisión que tratándose de otros bienes, es barato de controlar y recaudar.
El impuesto tiende además a disuadir el consumo de gasolina. Estimula que la población utilice autos más eficientes, los más pequeños por ejemplo, o los eléctricos, o que el dueño los convierta a gas, o que utilice el transporte público, o los taxis, o Uber, etc.
Un efecto importante de gasolina cara es que una menor cantidad demandada contribuye a aminorar el calentamiento global y local, la contaminación urbana, el deterioro de la naturaleza, etc. Y no hay la menor duda de que un alto precio es eficaz para dicho propósito, sólo hay que ver la composición del parque automotriz europeo y compararlo con el de Estados Unidos, donde el combustible sigue siendo comparativamente barato.
La transición a un precio determinado por el mercado es otro elemento a considerar. Un tipo de cambio depreciado, “efecto Trump”, encareció el costo directo de la gasolina importada y el costo de oportunidad de la producida internamente.  Por ese motivo no se puede pedir al gobierno que subsidie la gasolina al mismo tiempo que corrija sus finanzas públicas.
Finalmente, el consumo de gasolina está concentrado en las personas de mayor ingreso, las que usan más el automóvil y que tienen los autos más gastadores.
Otra consideración es que el mayor precio se abate considerablemente como resultado de la posibilidad que tienen los transportistas de restar el impuesto a la gasolina de sus demás impuestos, una consideración no trivial si se considera que el impuesto será el 40 por ciento del precio. Si bien esta ventaja no la aprovechan los transportistas informales, éstos evidentemente ahorran más que el impuesto a la gasolina al no contribuir IVA e impuesto sobre la renta.
*Exsecretario de Hacienda y Crédito Público