CUANDO LA ANSIEDAD SE VUELVE ANGUSTIOSA

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Por: Ruth Holtz *

¿Qué queremos decir cuando decimos que nos sentimos ansiosos o angustiados? Es probable que en situaciones que implican una espera de algo que deseamos mucho, en aquellas en que no sabemos lo que va a pasar y tenemos miedo del resultado o en situaciones en las que no nos gusta lo que estamos viviendo.

La ansiedad o la angustia es un estado mental y emocional que dependiendo de su intensidad y del grado en que bloquea a la persona para desenvolverse normalmente en su vida, es que se considera un trastorno mental que se vuelve problema a resolver por un profesional de la salud mental.

La capacidad que tenemos para responder a situaciones que exigen de nosotros nuestra concentración, nuestro esfuerzo físico e incluso reacciones emocionales intensas o atinadas para resolver el desafío que en ese momento se nos pueda enfrentar es a lo que llamamos ansiedad. Es nuestra energía disponible para la acción con todos las funciones de adaptación de nuestro organismo para responder a las situaciones que exigen de nosotros más de lo normal y cotidiano. Estas funciones son los del manejo del estrés que movilizan en el cuerpo respuestas de huida o de lucha. Y que al volverse caóticas pueden desembocar en las llamadas enfermedades psicosomáticas.

Hay un monto, una cantidad de ansiedad inherente a cada individuo. Hay gente más o menos ansiosa. Pero ¿qué pasa si esa ansiedad llega a ser tan intensa que rebasa los niveles que cada persona puede manejar y utilizar para enfrentar los desafíos de su vida? Y si la vida le presenta situaciones que rebasan su capacidad para responder ante ellas ¿qué pasa con esa ansiedad que no alcanza a movernos y hacer todo?

La ansiedad se vuelve angustiosa cuando tenemos más energía y hiperactividad de la que requerimos o cuando los problemas a enfrentar van más allá de cualquier cosa que podamos hacer. Ahora bien, también las situaciones de la vida son como nosotros las vemos. Si tenemos vivencias muy dolorosas, traumáticas que nos predisponen negativamente en cuanto creemos estar en ambientes similares, puede ser que se dispare nuestra ansiedad hasta volverse angustiosa. Una pequeña señal que nos haga pensar que lo que está ocurriendo es similar o igual a alguna vivencia muy dolorosa o peligrosa del pasado que nos haya dejado marcados, nos va a disparar la ansiedad. Tenemos miedo que las situaciones dolorosas se repitan y queremos, intentamos controlar ahora las cosas para que no nos pase lo que “allá y entonces”.

También la insatisfacción de nuestras necesidades más básicas y de nuestros deseos más intensos puede incrementar más de lo tolerable nuestra ansiedad hasta volverla angustiosa. Así el no tener el sustento económico, el techo seguro, el que vivamos con la amenaza de perder cosas materiales o no conseguirlas nos llena de ansiedad. También deseos frustrados de ser amado, atendido o incluso de la satisfacción sexual puede incrementar mucho nuestra ansiedad. Después de todo el sexo implica un cúmulo de necesidades de ser tocado, atendido, y el gozo en sí mismo produce un desahogo de tensión y de vitalidad acumulada que de no tenerse incrementa la ansiedad y produce un desbalance en las funciones de control del estrés que equilibran nuestro cuerpo.

Padecer ciertas enfermedades físicas que implican un proceso lento de curación, ser operados o estar en espera de ello nos puede también incrementar la ansiedad y dispararla hasta niveles angustiosos. Algunos padecimientos mentales como la depresión, los trastornos de alimentación, las adicciones y otras conductas indeseables para nosotros y que no hemos vencido o curado, pueden aumentar mucho nuestra ansiedad y complicar más dichos padecimientos.

La ansiedad, mecanismo de adaptación normal, que implica una cantidad de energía disponible para la acción y la generación de un estado de alerta y de capacidad de respuesta exacerbada, se vuelve en contra nuestra cuando no es necesaria tal alerta, cuando es demasiada o cuando por más que hagamos no es suficiente. Ahora bien, cuando esa ansiedad ya se vuelve angustiosa produce diversos síntomas. Los más comunes son los típicos del estrés, es decir, excesiva sudoración, temblor en manos y piernas, respiración entrecortada con sensación de no poder respirar, opresión en el pecho y un miedo exagerado a morir o a estar viviendo los síntomas de una enfermedad terrible y mortal. Estos problemas los presentan sobre todo las personas que tienen ataques de pánico. Puede haber otras personas que ya hayan encontrado la manera de “controlar” o de “encubrir” esta ansiedad. Sin embargo no logran del todo su objetivo sin consecuencias. Muchas veces viene como resultado somatizaciones (enfermedades originadas por la tensión emocional) que vienen a complicar el cuadro angustioso. Puede llegarse a la hipocondría en la que la que se da una alerta preocupante por la salud más allá de lo razonable. En otras personas pueden darse preocupaciones sin motivo, que pueden volverse tan intensas que  la persona esté continuamente pensando cierto tipo de cosas absurdas  que no lo dejan en paza y que no parecen tener ningún sentido. Algunos individuos desarrollan cierto tipo de  inquietud motora, es decir, no pueden estarse tranquilos, se les mueven las piernas o brazos, tienen que tener algo que hacer con las manos o estimularse la boca con bebidas o comida o incluso tener tics nerviosos. Hay gente que realiza acciones repetitivas e inútiles de manera compulsiva y en ello entretienen su ansiedad exacerbada. Los miedos exagerados e inmovilizantes que ya se han estructurado como fobias definidas hacia una objeto o situación que se trata de evitar a toda costa como el supuesto causante de la ansiedad es otra manifestación del intento de la persona por controlar su ansiedad angustiosa. Y por supuesto, los traumas que nos han marcado de manera decisiva y que luego, cuando cualquier detalle presente en nuestro entorno nos recuerda dicho trauma se dispara sin control una gran cantidad de ansiedad que se denomina angustia o estrés postraumático.

¿Qué hacer? Bueno, es importante primero examinar la modalidad por la que hemos canalizado nuestra ansiedad y sus posibles causas. De allí cambiar lo que se pueda cambiar de nuestro entorno dentro de lo razonable. Y por el otro lado, trabajar sobre las causas internas que nos llevaron a ese estado de ansiedad. También es necesario evaluar nuestro nivel de energía y en qué la empleamos. Muchas veces la falta de actividad, el no tener trabajo, no hacer deporte o alguna actividad placentera que nos permita emplear nuestra energía puede ser gran parte del problema. Sentirnos bien y realizados con lo que hacemos a diario y para nosotros mismos, tener planes que conquistar y proyectos que llevar a cabo es otra forma de emplear nuestra ansiedad. Una vida insatisfactoria, sin sexo, sin relaciones, sin placeres, sin ejercicio, sin satisfacciones personales de cualquier tipo: espirituales, materiales, morales, físicas nos lleva a la ansiedad angustiosa.

Para quienes han tenido una vida difícil, con situaciones traumáticas, es necesario trabajar en ellas, asimilarlas y borrar hasta lo posible los mensajes de alarma que nos activan la ansiedad angustiosa.

En todos los casos, restablecer nuestra función normal del estrés, liberar las tensiones que ello nos ha dejado en nuestro cuerpo, desahogar las emociones y evaluar razonablemente los motivos de nuestro miedo es absolutamente necesario. La bioenergética como técnica psicocorporal nos auxilia en este paso hacia la recuperación de los mecanismos normales de reacción y nos confronta con nuestras vivencias traumáticas, si las hubo o con nuestras necesidades insatisfechas que le han negado placer a nuestra vida.

* Mtra. Ruth Holtz, Terapeuta psicocorporal, Analista bioenergética, Psicoterapeuta psicoanalítica. Orientadora cristiana. Informes y citas, días y horas hábiles a los tels. 3 30 72 54/044312 154 1940

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