35 años

0

Sociedad de la información

Por: Alfonso Polanco Terríquez

“Allí tras lomita”, aunque resulte irónico, son las palabras que manifestaba el comisario de la comunidad del Coquillo, del municipio de Cuautepec, Guerrero, por la tarde del primer domingo de octubre del año 1984, cuando después de una hora de caminar para llegar al poblado al que había sido adscripto, cuestioné: ¿Nos falta mucho para llegar?

En esta ocasión comparto con ustedes la satisfacción de manifestar que a mediados de septiembre firmé la jubilatoria en la federación y que el año próximo haremos lo propio en el sistema estatal, no lo hacemos en este momento porque en dicha institución no tenemos los treinta años de servicios.

Se dice fácil 35 años de servicio, pero no. Nuestros estudios profesionales los realizamos en el Centro Regional de Educación Normal, en Ciudad Guzmán (1980-1984); a mis amigos de generación siempre leo sus publicaciones en las diversas redes sociales, río antes sus comentarios y nos entristecemos cuando sucede en sus vida alguna penuria o pérdida. A la mayor parte de ellos no los he vuelto a ver, más siempre están presentes en mi mente.

“Son muchos del CREN, que se van a otros estados, principalmente a Guerrero, pero de todos solamente reconocí tu nombre”. Son las palabras de una maestra que nos dio clases en la normal de Ciudad Guzmán, aquel verano de junio de hace 35 años, en los talleres de inicio para ingresar al servicio profesional en una escuela primaria en Guadalajara, Jalisco.

Sentí un baldazo, el día ya no fue igual. El regreso a la casa de mi tía Alicia Terríquez ya no lo llevé a cabo en el camión urbano, pese a la lluvia, lo realicé a pie pese a la tormenta. En la primera caseta telefónica en el centro de Guadalajara marqué por teléfono a mi madre, para informarle que me enviaba a Guerrero, no me creyó.

Al día siguiente, desde temprano, antes de trasladarnos nuevamente a los cursos, realicé una llamada telefónica a mi padre, no me creyó. A la salida de los talleres de ese viernes último del mes de agosto, nos entregaron los nombramientos a todos los que teníamos que ir a Guerrero. Caras largas y tristes, pensativas y reflexivas, cerca de cien fuimos elegidos.

Mis compañeros acordaron verse la tarde del domingo en la antigua central camionera de Guadalajara, Jalisco, para partir de ahí a la Ciudad de México y de ahí trasladarnos a la central del Sur, para tomar los autobuses que iban a Chilpancingo. Regresé a Colima con la idea de no irme, no tenía necesidad económica, ni de ningún tipo, además regresé confiado en que mi tío Ernesto o la familia me iba apoyar para un trabajo.

Mi padre se movió buscando a Leonardo Polanco, quien era líder de los telefonistas. Ese día por la mañana visité al Mtro. Simón Covarrubias, quien al igual, que el Mtro. Oscar Núñez (ambos maestros del CREN), a quien más tarde lo encontré, me expresaron dos cosas: Que si no iba a ejercer la profesión para que le quitaba la beca y el lugar a alguien que si lo hubiera hecho; la segunda, que así fuera un solo niño el que estuviera en un cerro había sido preparado para estar en ese lugar.

Pese a esto, insistí ese sábado. Visité al mediodía a mi tío Ernesto Terríquez, quién en ese tiempo era Secretario de Cultura del Gobierno del Estado y Director de la Biblioteca de la Universidad de Colima, que estaba por la calle Torres Quintero. Acomodaba mi tío Ernesto unos libros en unos anaqueles cuando le pedí de favor que si me apoyaba con su amigo Benítez, en obtener un trabajo en Educación.

La respuesta que nos dieran mi familiar fue una enseñanza pero me cimbró, ya que mi tío, es y ha sido un baluarte para un servidor -sus opiniones y enseñanza son siempre a tenerlas en mi mente-, realizó una pregunta y respuesta: ¿Qué estudiaste? Contesté: Para profesor de Educación Primaria. Solo respondió antes de retirarse, no tenemos más de que hablar.

Regresé a casa de mi madre con los hombros caídos, mis padres daban por hecho que no me iba a ir, por lo tanto le había pedido a mi hermano Juan (+) para que me apoyara y pudiera ingresar a una carrera a la Universidad de Colima. Fue allí cuando les dije que me prestarán dinero porque me iba a Guerrero.

No podía alcanzar a mis compañeros en Guadalajara. Los miré más tarde en la Unidad de Servicios Coordinados Educativos del Estado de Guerrero, por comentarios me enteré de quienes nos encontrábamos en la dependencia que solo estábamos a lo mucho veinte del CREN de Guzmán, Jalisco.

Algunos compañeros de la generación ya han partido al eterno oriente, otros físicamente no han llegado a buen término, estoy agradecido con la vida por permitirme retirarme con las facultades completas, sano y no voy a esperar a que me vea obligado a jubilarme por alguna enfermedad. No quiero seguir quitando un espacio a quienes hoy están esperando una oportunidad de trabajo.

El ser profesor de Educación Primaria nos ha permitido alcanzar otros estudios y grados académicos, formar una familia y ser parte de una familia de trabajadores de la educación. Me jubilo triste por el entorno de violencia que nos rodea. Creo que poco aportamos para que esto no sucediera. Muchos presumen de su trabajo y podrán decir, por mí no quedó, son otros los que no trabajan, creo que el entorno social habla por sí solo de nuestra labor.

Por hoy solo me resta decir Gracias, y suerte a quienes nos preceden, luchen, que esta profesión nos da de todo, pero nunca desistan porque como me expresara mi tío Ernesto Terríquez en más de una ocasión, si quieren que este país cambie, solamente el Estado y los maestros lo pueden cambiar y transformar. Hasta la próxima entrega nos vemos.