… Y los veneros de petróleo el diablo*

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LECTURAS

Por Noé GUERRA PIMENTEL

A 81 años, por las fotos de la época difundidas en los libros de texto ¿quién no recuerda el 18 de marzo de 1938, el “Día de la expropiación petrolera”? cuando, según, a las diez de la noche, acompañado por su gabinete y representantes de los otros poderes, el “patriota presidente Lázaro Cárdenas del Río” daba lectura al decreto con el que se expropiaban todos los bienes muebles e inmuebles que pertenecían a las -diecisiete- compañías petroleras extranjeras, las únicas, que operaban en México, algunas desde hacía cinco décadas. Acción legal que implicó el dominio sobre todos estos bienes en el territorio nacional, además de la eliminación de privilegios y beneficios previos a la Constitución de 1917 y pactos, como los de Bucareli de 1923 o el régimen establecido con la ley callista de 1925 y su reforma de 1928. El decreto reforzó además la propiedad de la nación sobre los productos del subsuelo en el marco del llamado “nacionalismo revolucionario”, “gesta patriota” anualmente reiterada con sendas ceremonias a las que además de los escolapios, por décadas honraba toda la clase política.

Hasta ahí la primera parte de una lucha desigual que de hecho se enfrentaba desde el propio inicio de la historia petrolera en nuestro país, en 1876, cuando como consecuencia del descubrimiento y utilidad del hidrocarburo como beneficiosa fuente de energía derivó en actividades de exploración, explotación y distribución, intensificadas por las economías industriales más avanzadas de la época, como Estados Unidos, Gran Bretaña y Holanda, países que ante el caos local tomaron por sorpresa a los mexicanos para radicar acá sus principales compañías al recibir las más amplias concesiones y favorables condiciones para operar, estableciéndose las primeras en regiones del Golfo, como en los estados de Tamaulipas y Veracruz y al centro, en San Luis Potosí. Actividad que durante los sucesivos periodos del porfiriato en términos económicos no fue significativa para México, aunque en contraparte sí lo era para quienes la explotaban y sus países.

Eso, en parte fue lo que aprendimos y que al paso se complementó por medios como el cine, la radio y la televisión cual fundamento ideológico de la narrativa “nacionalista” de los “gobiernos revolucionarios”, con su pendular política económica de hasta hará dos décadas, cuando con el relevo partidista en la presidencia y en las mayorías de los otros poderes, dicha efeméride, intencional o no, fue paulatinamente borrada (como el desmantelamiento de la paraestatal gestado desde los ochentas, en parte a causa del ofensivo poder acumulado por los líderes sindicales que a esas alturas, en los hechos, fácticamente ya gobernaban en la paraestatal, aunque aún era lucrativa para el Estado pero ya no para los mexicanos), hasta caer en un desuso tal, que para las generaciones recientes la fecha se equipara a un día ordinario, obra de los consecutivos gobiernos que, por un lado, apostaron al libre mercado y, por el otro, fueron, si no cómplices, sí convenientemente permisivos con el uso del recurso y sus derivados, y aquí hablamos de los ya famosos “guachicoleros” y su aún impune cártel criminal.

Atrás y para siempre quedaron: 1. el idealismo obrero mexicano de un sector que fue sometido de una y mil maneras por sus líderes que, con indecibles esquemas convirtieron al gremio en las oscuras mafias de corrupción que padecemos y que no ha pocos les ha costado la vida (recomiendo: “Morir en el Golfo”. Héctor Aguilar Camín y “México Negro”. Francisco Martín Moreno); y 2. El orgullo nacionalista que feneció vejado por quienes, con un doble discurso y traicionando su palabra y al país entero, para su beneficio y el de sus cómplices, impunemente, verbigracia la muy arraigada visión y ejercicio patrimonialista del poder público, han torcido y violentado la Constitución para entregar al mejor postor lo más preciado de nuestros recursos naturales.

¿Qué tenemos? Tenemos que a estas alturas y con la perspectiva de un “cambio verdadero” en función de la presunta “4 transformación” abanderada por su autor, el presidente López, según, para enderezar la ruta del país persiguiendo y castigando hasta borrar el saqueo y la corrupción por la que se ha transitado cambiando las formas, rehabilitando los usos y, con ello, a la explotación petrolera, uno de los sectores pilares económicos de la nación a favor de los mexicanos, como nunca lo ha sido, para reescribir el argumento de esta novela trágica que hasta hoy ha protagonizado el más popularizado energético mexicano y que por insuficiencia -corrupción-, desde hace décadas se importa.

¿Qué queda? Aplicarse, pero además abrir los ojos para ver a futuro y no quedarse en el espejismo del petróleo como única alternativa energética -fósil y no renovable-, sino ir más allá y trabajar en el aprovechamiento de otras fuentes naturales de energía incidiendo en las renovables que se dan en generosa abundancia, como la mareomotriz (mareas) de las costas, la geotérmica (calor de la tierra) con toda la cordillera volcánica del territorio, la hidráulica (embalses) de la vastedad de acuíferos, la eólica (viento) que es generosa en todo el país, la solar (Sol) que se hace permanente en todo México, y de la biomasa (vegetación) característica permanente de dos tercios de la geografía y las que, en su conjunto, garantizarían el desarrollo sustentable de las siguientes generaciones en un entorno más amable. Lamentablemente hasta ahora su discrecional explotación se ha dejado a firmas en su mayoría trasnacionales, las que, como en el porfiriato, hacen su agosto ante la pobre regulación que hay para la explotación de algunas e inexistente para otras.

*LA SUAVE PATRIA. Ramón López Velarde.