Travesía al mar: el avistamiento de ballenas jorobadas en la bahía de Manzanillo (fotos y video)

0

Fotos: Juan Carlos Flores y Fátima Garay

Juan Carlos Flores|COLIMANOTICIAS

Manzanillo, Col.- Para la mayoría de los colimenses enero y febrero son meses de cotidianidad donde atempera el calor, aunque algunos se atrevan a llamarlo invierno.

Para el Doctor Christian Ortega Ortiz, investigador de la Facultad de Ciencias Marinas de la Universidad de Colima y sus estudiantes de la carrera de Oceanografía Andrea Michelle Ramírez Castillo, Andrea Berenice Cuevas Soltero y Miriam Llamas González es temporada de avistamiento de ballenas jorobadas.

Este cetáceo – de hasta 16 metros de longitud y 36 toneladas de peso- acostumbra migrar a las cálidas aguas del Océano Pacífico para aparearse y parir a las crías mientras transcurre el crudo invierno polar  de los mares donde se alimentan.

Los animales pueden ser vistos en casi todos los mares del planeta y durante el periodo de hibernación, ayunan, es decir no ingieren alimentos pues su grasa le es suficiente para sobrevivir hasta que regresan a las gélidas aguas del polo norte donde se alimentan de krill, un pequeño y abundante crustáceo parecido al camarón.

En la bahía de Manzanillo, las ballenas jorobadas suelen nadar y por eso los estudiantes de la Universidad de Colima salen varias veces por semana durante los primeros dos meses del año a recolectar información.

Nuestra travesía comenzó cerca de las 9 de la mañana en la Marina del Club Las Hadas donde previamente se cargó con lo necesario para el viaje: herramientas, arpones, binoculares, instrumentos de medición, bitácora, agua y comida.

Los invitados – un reportero y una camarógrafa- nos subimos a la pequeña embarcación, llamada Facimar,  con la bandera “investigación en proceso” donde el proyecto es financiado con fondos de la Universidad de Colima y la Sociedad Americana de Cetáceos y la Sociedad Internacional de Cetáceos.

Desde una noche anterior, el doctor Christian Ortega había advertido que las condiciones no eran óptimas: mucho viento y mar de fondo.

Y pronto nos dimos cuenta por qué: apenas al avanzar unos pocos metros y descubrir el mar abierto, nos enfrentamos  a unas olas pronunciadas y la fuerte brisa que descargaba su furia contra la panga.

– Espero que cambie el clima y ustedes nos traigan buena suerte- nos dijo el científico.

Mientras el doctor Ortega conducía la embarcación, Andrea se dirigió a la proa y se sujetó con unas cuerdas para mantener la estabilidad para observar el vasto mar.

¡Un delfín!- gritó- a 200 grados, .5 de retícula.

Los datos se los daba a Michelle para apuntarlos a la bitácora. Tenían que escribir los detalles de  los animales marinos que veían, incluidas las tortugas, delfines, ballenas y hasta la basura.

-Es importante apuntar lo que hay de basura en el mar- alcanzó a explicarnos- mientras una botella de plástico flotaba a pocos metros de nosotros pero a varias millas de distancia de la costa.

Los datos recabados sirven para hacer el diagnóstico de las condiciones del mar y poder exponer posibles problemáticas.

De repente, el mar comenzó a calmar su oleaje y se pudo admirar la costa manzanillense: punta tortuga, la roca frailes y en particular un peñasco que me llamó la atención: Peña Blanca.

  • Su color blanco se debe al excremento de las aves, de los pájaros bobos de patas amarillas- señaló el investigador-

La resplandeciente blancura de la Peña Blanca era catalizada por los rayos solares matutinos que provocaban al peñasco en una vaga impresión de un témpano.

  • Aunque si viéramos un iceberg- dijo el investigador- lo que tendríamos que hacer es rezar pues sería un signo catastrófico del cambio climático.

¡Delfines!- nos interrumpió Andrea.

Mientras ella observaba el infinito oceánico, yo buscaba a los cetáceos con desesperación para fotografiarlos pero los escurridizos animales se confundían entre las olas, la inmensidad del mar y mi inexperiencia para divisarlos.

La inestabilidad de la embarcación, la velocidad de los delfines y el espacio para moverse se combinaron para incrementar la dificultad de tomar imágenes.

A pesar de ello, los delfines suelen acercase a los barcos donde disfrutan de las olas que provocan al navegar y también se aproximan a las ballenas que las molestan sin que hasta la fecha los científicos sepan exactamente la razón de este comportamiento.

  • Son delfines moteados. Entre más manchas tienen, son más viejos. Son como las canas para los humanos. Las crías nacen casi sin ellas- nos explicó el doctor.

El primer avistamiento

Pasamos la Peña Blanca y el investigador tomó su radio para preguntar a pescadores si habían visto ballenas.

Se dirigió a Barra de Navidad pues le avisaron que un día antes, un grupo de mamíferos habían sido divisados por esa zona.

Luego, el silencio del mar se desvaneció por un resoplido repentino que se escuchó a lo lejos: ¡Ballenas!, dijo Andrea.

Y ahí estaban: posiblemente a 500 metros  de nosotros cuando una alerta dorsal se asomó entre las aguas marinas para terminar con un coletazo.

La distancia era tanta y de contraluz que apenas se podían observar y para nuestra desgracia, cuando la emoción nos afloraba,  la panga sufrió una avería: la cremallera del timón se hizo añicos y quedamos a la deriva.

-¿Qué pasó?- nos preguntamos- ¿Por qué no vamos tras ellas?

– No podemos navegar- replicó el capitán.

Pasaron los minutos y la embarcación no respondía. A lo lejos, aparecieron unos pescadores a los que se les hizo una seña.

Se nos acercaron y el doctor Ortega les preguntó si no traían pinzas, pues quería desarmar el timón.

  • No, no traemos nada. Ni radio, ni celular.

Así navegan los pescadores, me comentó curiosamente horas antes el investigador. Se atreven a adentrarse al mar varias millas de distancia prácticamente sólo con la bendición de sus familiares.

  • Si quieren los podemos a arrastrar a Barra- nos dijo uno de ellos.
  • No, somos de Manzanillo.

Se despidieron.

El académico volvió a intentar desamar el timón mientras un yate blanco surcaba a lo lejos. Tomó el radio y trató de comunicarse.

  • Yate blanco, yate blanco. Aquí Facimar I. ¿Me copian?

Pero nada. Intentó varias veces más y sólo pudimos observar su desplazamiento hacia el norte: la dirección opuesta a donde nos encontrábamos.

Las caras de todos comenzaban a expresar la desesperación. Hasta que el investigador volvió a tomar su celular y llamó a su técnico de confianza. Le recomendó desatornillar varios tubos para manejar de forma manual el motor sin el timón que estaba en la parte de en medio.

Todavía faltaban recoger tres hidrófonos y eran las dos la tarde, es decir, quedaba poco más de media jornada.

Los hidrófonos son aparatos que sirven para grabar sonidos marítimos como ruidos de embarcaciones pero  también de  ballenas jorobadas. Los sonidos que provoca este tipo de cetáceo se les llaman popularmente “cantos” y pueden durar varios minutos y alcanzar grandes distancias incluso hasta las 100 millas. Cuando están bien calibrados, nos dijo el científico, los registros del hidrófono pueden servir como evidencia para detectar ruidos de barcos que pueden lastimar a los animales.

La familia cetácea

Para ahorrar tiempo, el doctor llamó a otra embarcación para que Miriam se fuera con ellos y recoger el hidrófono que estaba más lejos, mientras “Facimar” iba por los otros dos.

Mientras regresábamos, ya con la nave arreglada,  un poco decepcionados por el inconveniente que obligó a terminar el trayecto hacia Barra, retumbaron varios soplidos: era un grupo de ballenas entre los cuales vimos una cría.

El capitán del navío aceleró para alcanzarlos pero de inmediato desaparecieron. Michelle comenzó a contar el tiempo de sumersión: uno, dos, tres, cinco, nueve, diez minutos.

¿Dónde están?- nos preguntamos- tienen que salir a respirar.

  • Pueden durar varios minutos- nos dijo Andrea- hemos esperado hasta 20.

Y una nueva exhalación rompió el silencio luego de casi 11 minutos. Nadaban rápido, muy juntos, cuidando a la pequeña cría como lo harían los padres humanos paseando por el parque, mostrando orgullosos, al nuevo integrante de la familia.

Su exhalación provocaba una nube de agua de varios metros de altura para luego dejarse ver el dorso y una cola de aproximadamente dos o tres metros de longitud.

Nuestros acompañantes soltaban datos técnicos. Los mamíferos se sumergieron de nuevo y a esperar varios minutos más.

  • ¡Una huella de agua!- gritó una estudiante.

Seguimos el rastro. La pequeña lancha, como pudo, se dirigió hacia el grupo de mamíferos para luego verlos emerger a respirar de nuevo. Uno, dos y tres dorsos muy juntos irrumpieron  la superficie y por la posición en que estábamos, las imágenes de las ballenas saliendo del agua contrastaron con el puerto interior, la termoeléctrica y la zona hotelera de Manzanillo. No podíamos pedir más en esas condiciones.

La embarcación ya no pudo seguirles el paso. Las dejamos ir y verlas perder en el horizonte oyendo una última exhalación que tomamos como despedida.

Después otra mala noticia: Miriam regresó a la panga y confirmó que uno de los hidrófonos ya no estaba pues sólo recogió el cable cortado.

  • Como ven, señores, hay delincuencia hasta en alta mar- se lamentó Andrea.

La noticia parecía increíble: los hidrófonos están en el fondo del mar sujetados con anclas y un bloque de cemento amarrados a una cuerda que se ata a un globo, que flota en la superficie, con la leyenda “Propiedad de la Universidad de Colima”. Sólo los conocedores saben qué hay abajo.

El investigador se seguía lamentando: los aparatos llegan a costar hasta 100 mil pesos, pero es difícil comerciarlos en las calles como lo haría cualquier delincuente que roba televisiones, joyas o cualquier otro utensilio después de irrumpir en una vivienda.

La jornada concluyó después de recoger los últimos hidrófonos y nos despedimos de ellos al llegar de regreso a la marina.

  • Otro día más en la oficina- terminó bromeando el investigador.