TONALTEPETL

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Por: Gustavo L. Solórzano

Es extraña la ligereza con que los malvados creen que todo les saldrá bien. Víctor Hugo (1802-1885) Novelista francés.

Mi madre nos repetía constantemente la importancia de ser personas de bien y nos ponía a mi padre como ejemplo: “miren a su padre que si alguien va cargando canastas él se acomide y le ayuda”, decía ella. Mi padre fue un hombre querido y respetado; efectivamente siempre amable y servicial, se ganó el afecto de quienes le conocieron y convivieron con él. Así fueron ambos, la vida los reencontró y fueron el portal para mi llegada. Desde estas líneas expreso mi gratitud infinita para ambos por ese amor que me prodigaron. Me considero un hombre de bien, imperfecto si, mas afortunadamente jamás he pensado en lastimar a nadie y menos vengarme de la falta de amor y madurez que otros tienen para sí mismos. Lo he compartido muchas veces sin falsa modestia, soy un pacifista, hombre como cualquiera, solo que escogí la paz como bandera.

Así me he movido en mi caminar desde que tengo memoria, obviamente ser así no siempre es bien visto o quizás en ocasiones es mal entendido. Recuerdo con afecto a la Profesora Esperanza Martínez Orozco, mi maestra de segundo grado de primaria, estábamos en clase y un compañerito andaba inquieto, en pocas palabras dándome lata, al darse cuenta la maestra le llamó la atención y le dijo: “a este niño no me lo andes molestando porque él es muy quietecito”.

Muchas veces la gente piensa que cuando se es gente de paz, se es tonto. Algunas personas piensan equivocadamente que quien calla otorga, sin duda no es así, la verdad es que en ocasiones el silencio permite evitar una discusión estéril e innecesaria que solo agrandaría las diferencias de criterio. Máxime cuando las herramientas que esgrimen los rijosos suelen ser el grito, la calumnia, la amenaza y la descalificación, mismos que son tan solo el reflejo de su minusvalía emocional y su pobreza humana.

Los estudiosos de la personalidad señalan que las carencias afectivas durante los primeros seis o siete años de nuestra infancia son decisivas para nuestra armonía como adultos. Es decir, si en la infancia carecemos de afecto, de adultos lo reflejaremos con actitudes caprichosas, inseguras, demandantes y hostiles. Por el contrario, si nos desarrollamos en un espacio familiar afectivo nuestro trato será amoroso, conciliador y propositivo. Luego entonces, podemos entender con esta sencilla formula el porqué de nuestra actitud y la de quienes nos rodean en nuestra diaria convivencia. Todos tenemos un compañero mitómano, otro que se dedica a fanfarronear que tiene línea directa con el gobernador, una más que se siente soberana y piensa que es dueña de todo y de todos, más de alguna nos tocará con dotes de investigadora y que anda husmeando en todos lados para luego llevar información a quien la escuche. En fin, muchas son las personalidades que el ser humano expresa en la cotidianeidad de su vida, indudablemente algunas de estas proyecciones son riesgosas, porque expresan sentimientos reprimidos, enojos y carencias emocionales que como decía mi madre, “no buscan quien la hizo sino quien la pague”. De ahí lo delicado de convivir con ellas, pues transfieren su problemática al primero que les recuerda un momento “álgido de su vida pasada”. En fin, muchas son las cosas que nos duelen en la vida, afortunadamente son más las que nos hacen estar agradecidos. Por eso es necesario hacer nuestra la frase siguiente: “Tener la posibilidad de herir a quien nos hirió y no hacerlo. Eso es lo que nos distingue de la mala gente”. En consecuencia, me queda claro que nada es para siempre, es cuánto.