TONALTEPETL

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Por: Gustavo L. Solórzano

Barda de por medio, los Huerta Palomino  eran vecinos de mi familia paterno materna. Mi hermano mayor, por la afinidad propia de la edad compartía más tiempo con Amado; una mañana mientras coincidentemente a la hora del desayuno y justo cuando Amado estaba a punto de disfrutar unos huevos fritos acompañados de frijoles fritos recién hechos, mi hermano llego llorando y con el rostro semicubierto como para que no se viera su rostro compungido. Amado lo miró con la preocupación natural de que algo le pasa al amigo y en que puede uno ayudar; mi hermano entre sollozos y con sonidos guturales incomprensibles, clavó su inocente mirada en el delicioso platillo recién servido y con la naturalidad que da la confianza nacida de la amistad, empezó a comerse el huevo pero respetando los frijoles, Amado no salía de su preocupación ya que mi hermano no decía nada, solo comía y lo hizo hasta terminarse lo servido, sin tocar los frijoles claro está.  Cumplido su cometido mi hermano se  retiró tan lloroso y compungido como había llegado; eso sí, con la barriga llena y el corazón contento.

Nadie dijo nada, ni hubo quejas, menos algún reclamo. Todo quedó en risas posteriores aun cuando nunca se supo a ciencia cierta por que lloraba el niño, sin duda pasaron muchos lustros para descubrir la verdad, tenía hambre y los frijoles no se los comió porque había en su casa. La amistad es sin duda uno de los dones más preciados que podemos ofrecer y podemos recibir, así pasa con la familia Huerta Palomino, con la que nos une una amistad de prácticamente toda la vida. Por eso quiero aprovechar estas líneas para expresar a sus familiares mis sinceras condolencias por la partida de Daniel, periodista y fotógrafo profesional quien hace unos días regresó a la casa de nuestro gran padre madre. Hombre de carácter y polémico por tradición, Daniel tenía la cualidad de ser amigo del amigo y recio con quien quisiera pasarse de listo, miembro de una generación en la que la palabra era ley, Daniel tenía cierta dificultad para adaptarse a la vida moderna, decía “no me gusta la hipocresía Gustavo”. Renegaba de cuando en vez con las personas que  le solicitaban algún trabajo fotográfico y lo traían a vuelta y vuelta para pagarle, más de una vez recogió el material fotográfico entregado por el hecho de que no le pagaban y en alguna otra rompió las fotos que el fotogénico cliente se negó pagar. Sincero, exageradamente franco y de pocas pulgas decimos en Colima, como buen humano, así era él. Descanse en paz.

Reunidos en el patio adjunto al templo de María Auxiliadora, más cincuenta chiquillos esperábamos las golosinas que con motivo de la época navideña nos iba a dar el sacerdote Leyva. Corría el año 73 y meses atrás el astrónomo checo Luboš Kohoutek, había descubierto un cometa al que habían bautizado con su apellido. El cometa Kohoutek, pudo verse a simple vista en el mes de diciembre de ese mismo año. Las luces del lugar estaban apagadas para que lucieran las de adorno navideño cuando de pronto con el maravilloso cielo por techo, se escuchó una voz que gritó alarmada; ¡el cometa! señalando al cielo, el griterío no se hizo esperar y poco faltó para que todos corriéramos en desbandada…

ABUELITAS:

Siempre he pensado que esta es la época más bella del año, de niños nuestra mayor preocupación era acostarnos temprano y dormirnos para que llegara el niño Dios y pudiéramos recibir un juguete. Con mucha anticipación escribíamos una carta y la colocábamos en el improvisado árbol navideño hecho con una rama seca  amorosamente decorada por mi madre, mi abuela y la participación de todos nosotros. Aunque no siempre llagaba el pedido completo, jamás faltaron los bellos detalles en nuestras maravillosas navidades. Hoy gustoso cambiaría todos los regalos con tal de estar nuevamente ahí, reunidos todos como una gran familia y recibir un abrazo de mi madre. Es cuánto.