TAREA PÚBLICA

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LOS MIGRANTES SON HERMANOS

Por: Carlos Orozco Galeana

Por enésima ocasión el Papa Francisco llamó a derribar “los muros que nos dividen” y aseguró  que quiere comprender qué impacto tienen sobre los excluidos las decisiones de los políticos. Urgió a construir puentes que permitan disminuir las desigualdades, que aumenten el bienestar, la libertad y los derechos, porque “a mayores derechos, mayor libertad”.

“Lo que queremos es la lucha contra las desigualdades: éste es el mayor mal que existe en el mundo. Es el dinero el que las crea y está en contra de esas medidas que tienden a equilibrar el bienestar y favorecer, por lo tanto, la igualdad”, indicó y agregó que él no da juicios sobre las personas ni sobre los hombres políticos; sólo quiero comprender cuáles son los sufrimientos que su manera de proceder provoca en los pobres y en los excluidos”, agregó.

Estos razonamientos los hizo el papa un día antes de la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos,  personaje maléfico  que basó su campaña en la propuesta de construir un muro para evitar la migración de indocumentados, preferentemente de mexicanos. Y no solo esto, mostró su desprecio a toda persona que no tenga su color (él, que  es anaranjado), incluidos latinos, musulmanes, africanos.

En la pasada elección estadounidense se vio claramente como las minorías blancas de origen latino apoyaron el proyecto de Trump por temor a que la irrupción de indocumentados pudiera representar en ese país una competencia por los empleos o que les pueda afectar su nivel actual de vida. Podemos hablar incluso de racismo o de tolerancia cero de ellos hacia sus propios ascendientes.

Trump y los que lo apoyaron  olvidan que esa poderosa nación no era nada frente a la ya existente Rusia o Gran Bretaña en el siglo XVIII; fue el impulso de la migración lo que la hizo fuerte. Se convirtió en potencia gracias a la peregrinación procedente de Alemania y otros países europeos cuyos pobladores huyeron de las sucesivas guerras mundiales de 1914 y 1945. Y México, no se olvide fue un país generoso que recibió miles de migrantes que contribuyeron a la cultura, al arte, a la economía y a la política.

O sea,  la migración no solo significa el traslado de “gente sucia, de criminales”, sino también de gente de bien. Estados Unidos tomó ventaja  de la inteligencia de hombres como Albert Einstein o Werner Von Braum que ideó el propulsor de envío de la nave espacial gringa a la luna en 1969, entre muchos otros.

Trump demostró a cabalidad ser un hombre desequilibrado y perverso. Disfrutó en campaña su malignidad.  Ahora discurre como echar fuera de su país, de manera injusta, a personas que tienen muchos años viviendo en él que estudian o trabajan y tienen una vida digna. Sus ancestros, alemanes, también llegaron a Nueva York el siglo pasado en busca de fortuna y nadie les cerró las puertas.

Los migrantes, pues, son hermanos, con derecho a vivir y a trabajar dignamente. Pero todo ha de regirse en torno a reglas específicas que deben cumplirse pues de otro modo cundiría un desorden mayor que el existente en USA en materia migratoria. No se puede echar a una familia por una multa de tránsito.

Si hay una nación beneficiada por la migración esa es, pues,  Estados Unidos. Los migrantes latinos en general han aportado su esfuerzo y dedicación en numerosas actividades económicas, como aquellos que le han construido a Trump sus enormes rascacielos.

La sociedad norteamericana ha de defender  a los migrantes, sobre todo el partido demócrata que está disponiendo asesoría y apoyo en varios estados de la Unión, y las organizaciones no gubernamentales han de proseguir su lucha, principalmente la que con un criterio separatista impulsa la independencia de California para constituirse en un país nuevo. Y este impulso  sí que será un gran problema en el corto tiempo para Trump.