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NUESTRAS PROPIAS BATALLAS

“Sin embargo, hacia finales de enero era evidente que necesitarían conseguir más cereales de algún sitio. En esa época Napoleón rara vez aparecía en público; pasaba todo el tiempo encerrado en la casa, cuyas puertas estaban custodiadas por perros de aspecto feroz. Cuando salía lo hacía de manera solemne, con una escolta de seis perros que lo rodeaban de cerca y gruñían si alguien se acercaba. Muchas veces ni siquiera aparecía los domingos por la mañana y daba las órdenes a través de otro cerdo…”. Rebelión en la Granja (1945). George Orwell.

Por: Noé Guerra Pimentel

Desde hace tiempo lo vengo diciendo, la sociedad mexicana ha cambiado, se ha vuelto más demandante y exigente, más crítica y propositiva, paulatinamente se ha empoderado, su respuesta ante lo que le afecta es mayor y cada vez menos se circunscribe a grupos de choque o contestatarios específicos, como los estudiantiles, religiosos, de guerrilla, reaccionarios o partidistas, sino que su protagonismo se ha diversificado y por igual ha sacado de su cómoda apatía a los que hará una década hasta se molestaban por lo que otros sí hacían, aunque de rebote o directamente fuera para su beneficio. La movilización social que actualmente estamos viviendo tiene muchas justificaciones, la que más es de rechazo a las omisiones y acciones de quienes están para servirnos. La asociación, pública manifestación y la libertad de expresión son derechos y no están a discusión. Es plausible que la gente diga lo que le gusta y lo que no, tenga o no razón, sobre todo cuando se realiza como hasta hoy acá, con civilidad, sin violencia y con respeto a la ley. Tal parece que solo así escuchan quienes deben hacerlo, para servir como deben hacerlo.

No obstante debemos reconocer que lo hemos hecho pero que en nuestro contexto ha resultado dramáticamente insuficiente y más en Colima donde la mayoría resultamos ser muy cómodos “¡Sí, que se haga! pero que lo hagan otros”, otros a los que, como se puede comprobar, cobardemente luego indiciamos, etiquetamos, denostamos, tratamos de descreditar y hasta de reprender, pero que nunca le reconocemos, mucho menos le agradecemos en una actitud egoísta, pueril y pusilánime que parece ser la constante de nuestra injustificada y muy característica generalizada indolencia local, esa que por arraigada se antoja difícil de cambiar como sí la han cambiado en otras partes del país donde por su fuerza, presencia, unidad y consistencia sí han logrado mejoras colectivas sustanciales, por ejemplo: en los costos y prestación de los servicios, como en el norte y en el centro del país con el agua y el transporte.

Sin embargo a estos días, acosados como estamos por al menos cuatro frentes cada uno a cual más de dañinos y temibles, como la impune corrupción y autocomplacencia de gran parte de nuestra clase política, la creciente y al parecer inmune violencia criminal, el aumento en el precio de las gasolinas y demás combustibles, los desproporcionados incrementos en los precios de los básicos aunado al progresivo desempleo, la inflación histórica a la par de las condiciones de explotación en las que allá y aquí laboran muchos connacionales, además de la amenaza que por sí y en todas sus facetas representa Trump; hoy por hoy en este clima de orfandad la mayoría de los mexicanos estamos frente a un futuro incierto y en medio de una realidad muy complicada y de pronóstico reservado en el que prevalece la incertidumbre, el desasosiego y, en muchos casos, la desesperación ante la falta de liderazgos, nulas respuestas de esperanza y carencia de un rumbo definido por parte de quienes se supone nos deberían guiar y hacerlo bien en beneficio de la mayoría, sino de todos.

A todo esto de lo que poco muy poco que en realidad podemos influir para cambiar las cada vez más retorcidas estructuras sociales, a nosotros, a usted, al resto y a mí ¿Qué nos queda? ¿Qué debemos hacer? Las respuestas no son sencillas, al menos no para mí; pero si se me permite, creo que lo que nos queda es actuar, hacerlo desde nuestro ámbito y recursos porque lo peor que podemos hacer es no hacer algo más aparte de quejarnos en nuestro yo interno y los círculos cercanos para luego resignarnos ante esta realidad, ya que si bien la mayoría de las batallas que libramos son por el cotidiano sustento, el alquiler o el pago de la hipoteca, además de la preservación del empleo, la salud, la educación y la seguridad de los nuestros y nosotros incluidos, tenemos que ver que todo eso que hoy se tiene y a lo que otros aspiran, es cada vez más difícil de alcanzar y de tenerlo, inaccesible para la mayoría y más complicado para el resto, realidad que de no hacer algo nosotros, más pronto que tarde nos podrá alcanzar a todos, la posibilidad existe y quizá para ese momento cualquier reacción ya resulte tardía. Actuemos sí, hagámoslo aunque sea en defensa propia.