LA SILLA DEL ÁGUILA

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LECTURAS

Por: Noé Guerra Pimentel

Las pasiones son formas arbitrarias de la conducta

y la política es una disciplina.

“La silla del águila”. Carlos Fuentes.

Esto para mí empezó en aquella respuesta con la que me tocó el morbo cuando el entonces candidato presidencial se evidenció al no enunciar los tres libros que marcaron su vida, según la pregunta que le hizo un reportero ibérico en el marco de la FIL de Guadalajara aquel 3 de diciembre del 2011, sólo atinando responder: … pues he leído varias novelas… la biblia es uno, algunos pasajes… Leí algo que seguramente mi vocación por la política alentaba estas lecturas, fueron los libros, algunos, varios… La Silla del águila de… Enrique Krauze (es de Carlos Fuentes); y hay otro libro, sobre caudillos, que, de momento no recuerdo el nombre, pero es de política…”, y así siguió durante cinco minutos sin dar los nombres de los tres textos. Lo demás es historia, no obstante, en mi opinión, Peña Nieto desde entonces perdió la imagen que lo había posicionado como el prospecto más indicado para con holgura ocupar la silla del águila.

Desde entonces, y por el eco de otros exagerados comentarios sobre la misma, me hice el propósito de leer esta obra del panmeño-mexicano Carlos Fuentes, diferentes motivos lo habían impedido hasta hoy que en espacio de tres sesiones consecutivas diarias leí el texto de casi 200 páginas, un libro que presenta una cruzada trama epistolar que de pronto resulta confusa con la interactuación de diversos personajes, todos presuntos actores políticos del primer nivel del gobierno mexicano, de la élite, tanto internos como externos, cuyas personalidades y nombres son partes en rompecabezas de muchos presuntos conocidos, quienes en la narrativa, a falta de internet, teléfono, televisión, radio, fax, télex, etc., gracias a un boicot satelital ejecutado por EUA contra México, se ven obligados a comunicarse en secreto mediante cartas y audios en CDs o audiocasettes, medios que rompen una de las reglas no escritas de la política mexicana: “No dejar huella de indiscreciones que eliminen la confianza ni del talento que alimente la envidia”.

En ese intercambio, como flashazos (yo esperaba más), se leen presuntos párrafos sobre la idiosincrasia, móviles y actuaciones de muchos de nuestros políticos viejos y actuales, y, en general, usos de la política a la mexicana, principalmente entre quienes asumen que: “La política es la actuación pública de las pasiones privadas”. Aunque muchos adolezcan de lo más indispensable, como lo es el saber hablar, saber comunicarse, o, en otras palabras: “Ensayar primero lo que se dirá más tarde”, ¡Claro!: “siendo hipócritas pero no falsos”, sólo baste recordar a Tomas Moro, el formador político y consejero preferido de Enrique VIII, a la postre mandado apresar, torturar y decapitar por el mismo Soberano por no coincidir con su creencia; o Séneca, el joven, el filósofo español del estoicismo, que se suicidó por no ir de acuerdo con las premisas de Nerón; a lo mejor porque como escribe Fuentes: “El político puede pagarle al intelectual. Pero no puede confiar en él. El intelectual acabará por disentir y para el político esta será siempre una traición. El poder siempre creerá que tiene la razón y que el que se opone a él es un traidor”.

La estructura de la novela hace ver la permanente forma conspirativa con la que, según el autor en esta novela, es la única manera de acceder al poder público en México (con lo que no estoy de acuerdo), sustentado en lo que él retoma como la Realpolitik y asumiendo que la buena política consiste en “saber manejar los equilibrios del poder evitando el desorden endémico y los males extremos que lo alimentan, además de saber escuchar, escuchar a todos, pero más a los enemigos”, sin olvidar, y menos en estos tiempos, que, por su naturaleza, “los gobiernos tienen una organización vertical y que la Red, en cambio, funciona horizontalmente”; o que “antes de ser gobernante hay que sufrir y aprender. Si no, se sufre y se aprende en el gobierno y a costa de los gobernados”. Aunque hay que aclarar que a algunos el tiempo en la política o actuando en el gobierno no necesariamente les ha enseñado.

En fin, la novela como tal me parece mala en su increíble y liosa trama de la que solo rescato las máximas, muchas de ellas retomadas de la jerga y trascendidos propios de la política a la mexicana que, como vemos en estos momentos, se niegan a desaparecer de nuestro folklor y que estoy seguro no desaparecerán nunca porque son parte de nuestra cultura, lo llevamos en la sangre, en nuestro ADN. Si recomiendo el libro o no, no, a menos que no se tenga otra cosa más importante qué hacer, sí; a mí el autor me quedó a deber, será porque Fuentes era más escritor que político, pues desconocía que: “En política hay que saber decir todo sin decir nada”, algo que como se ve en los videos sobre el tema, tampoco supo hacer en la FIL el ahora expresidente Enrique Peña Nieto, presumiblemente porque no era, como ha trascendido, el más apto para sentarse en La silla del águila. “La historia se está escribiendo y esa, no se olvide, siempre nos juzgará”.