La encrucijada de ser… o la autenticidad

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Por: Ruth Holtz*

La vida es como “el jardín de los senderos que se bifurcan”[1].  Estamos enfrentados siempre al dilema de ser de esta manera o de esta otra. Y encima de eso, algunos nos imponemos la presión de ser lo más perfectamente nosotros mismos. La vida es una constante encrucijada, un cruce de varios caminos ante los que es difícil decidir. Y es que el problema no es estar solo o acompañado, dedicarse a esto o aquello, vivir aquí o allá, sino que decidirlo inevitablemente nos obliga a renunciar a la otra posibilidad. Nos viene entonces la duda torturante: ¿He tomado una dirección correcta o equivocada?

Son las expectativas sociales las que pueden influir en el rumbo que adquiera la realización de cada cual. Ahora bien, lo fundamental en nuestra vida, por encima de patrones socioculturales, es la forma de relacionarnos con los demás. Y son especialmente las relaciones más íntimas y comprometedoras las que más sacan a flote lo que somos, a la vez que complican nuestra búsqueda de ser auténticamente nosotros mismos. En el camino de buscar un modo de ser es típico del hombre sentir miedo al compromiso. Esto afecta todas las áreas de su vida. Quiere ser libre, que nada lo ate. Incluso, y más aún allí, en el terreno amoroso este miedo penetra sus relaciones. La mujer puede estar dispuesta a aceptar una relación “libre” a pesar de que éste no promete nada, le es indiferente casarse o no, amarla o no. En fin, ella está allí cuando él quiere, acaso cumpliendo ese ideal en el que cada uno va por la vida sin atarse a nada y casualmente se encuentra con alguien (justo cuando lo desea) y la pasa muy bien, luego se separan y todo sigue. Cada uno se deja vivir, tal vez abierto a lo que venga sin detenerse a cumplir las expectativas de nadie, ni las de sí mismo.  Y al fin y al cabo en el fondo está el problema que Milán Kundera aborda en aquel cuento de El falso autoestop[2], y que es nuestro insaciable deseo de que el otro sea otro, ese otro distinto que necesitamos conforme cambiamos y a la vez, en una contradicción inconciliable pero deseable, que sea establemente el mismo y no nos descontrole con  sus insospechadas decisiones propias, y así saber a qué atenernos. Y sobre todo, deseamos que esa forma de ser predecible y continua responda a ese ideal prototípico que se nos transmitió socioculturalmente en una combinación, acaso incongruente, con nuestras propias expectativas. Y de pronto nos encontramos jugando un papel, tal vez aquél que el otro desea en vista de mantener una relación “estable y sólida”. Pero ¿cómo entregarnos al presente sin fantásticas expectativas, sin forzar las cosas con interminables juegos de “soy lo que tú esperas de mí, y a la vez querer lo sólido y estable? En el fondo el problema es qué es ser auténtico, tanto en una vida solitaria como en la vida de pareja. Y es que parecieran inconciliables las expectativas del otro con la búsqueda de nuestro ser auténtico.

En muchas ocasiones tanto en el matrimonio como en cualquier otra relación más o menos estrecha estamos frente a la inevitable perversión del ser de cada uno en el doloroso juego de ser lo que el otro quiere. A la vez no  podemos renunciar totalmente a la comunión solitaria con uno mismo, aquélla en la que redescubrimos el mundo como pleno de sentido, rico en sensaciones que se intensifican con la soledad, acaso por ser un estado que nos deja a flor de piel con la vida, sin nada más que ella y nosotros mismos. Es una experiencia indispensable para encontrarnos a nosotros mismos. Y es que pareciera que en la soledad  el mundo nos penetra con mayor intensidad. Después de todo no tenemos al otro suavizándolo con sus comentarios o simplificándolo al cotidianizarlo, y distrayéndonos, en esta mediación, de su impacto con nuestro interior, a partir del cual nos percibiríamos de manera inasible a nosotros mismos.

Podemos serlo todo, pero al elegir ser de un modo, ello nos cercena y nos obliga a particularizarnos. Pero eso es inevitable al vivir, pues vamos decidiendo lo que somos y en la medida en que lo hacemos trazamos nuestro destino. Ser libre y elegir bien o mal un camino es arduo. Sin embargo no es solamente esto lo que hace problemático el ser auténtico, sino que se nos enfrenta el otro, el prójimo y la relación que vayamos a elegir llevar con él, que ya también determina nuestro ser. Por eso conocernos lo mejor, saber de nuestras debilidades, reconocer nuestras tendencias inconscientes ocultas tras nuestras decisiones nos puede ayudar a ser más certeros. Después de todo en cada decisión nos jugamos la vida… al menos el rumbo que tome.

* Mtra. Ruth Holtz, Terapeuta psicocorporal, Analista bioenergética, Psicoterapeuta psicoanalítica. Orientadora cristiana. Informes y citas, días y horas hábiles a los tels. 3 30 72 54/044312 154 1940

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[1]  Referencia a un cuento de Ficciones de Jorge Luis Borges.

[2]  Kundera, Milán. El libro de los amores ridículos. p. 75-100.